He puesto el clip de una canción que interpreta, por estos días, Carín León. Se trata de «Aunque tú no lo sepas». Distingo algunos gestos de sorpresa, como si probaran wasabi o un limón en ayunas a la hora de escuchar a un cantante mexicano que canta o recita o murmura frases que apenas entendemos: «me he inventado tu nombre, me drogué con promesas y he dormido en los coches. Aunque tú no lo entiendas, nunca escribo el remite en el sobre». Les digo a las estudiantes que esta no es la primera versión, que hay otras.
“¿De qué?”. Deben preguntarse.
Veo cómo se acomodan en la butaca un trío de las que suelen interesarse en el chisme. Esperan que tenga algún sentido lo que hago en este performance que camuflo bajo el nombre de «Curso de literatura española contemporánea». Reculo primero en el cover que Clara Lago ha hecho para una serie homónima —que vi con fervor hace años cuando iba triste por la vida, pienso sin confesarlo en público—. Una chica le da la espalda a un auditorio con las butacas llenas de espectadores. Ella canta, aparentemente nerviosa, tomando el micrófono con sus manos: «Por no dejar mis huellas. Aunque tú no lo sepas, me he acostado a tu espalda y mi cama se queja fría cuando te marchas. He blindado mi puerta y al llegar la mañana no me di ni cuenta de que ya nunca estabas». Luego, las llevo, gracias a la magia del YouTube que busca con solo preguntarle qué, a la versión que interpreta Quique González. Lo que ven mis estudiantes, lo que quiero que vean es a un hombre, envuelto en luces con aire melancólico y un ritmo cansino que dan ganas de llorar —poquito— y arrastra las palabras: «Aunque tú no lo sepas nos decíamos tanto con las manos tan llenas cada día más flacos. Inventamos mareas, tripulábamos barcos. Encendía con besos el mar de tus labios». Seguimos colgados de esos tres minutos en donde una canción es un poema, o se le parece.
Lo que les cuento, ya buscando el hilo y el porqué de llegar a dar clases como he llegado, es que «Aunque tú no lo sepas» originalmente es un poema de Luis García Montero. Luis García Montero es un poeta español al que leía Quique González. Eso lo cuenta el cantante cuando le preguntan cómo llegó a esta canción. Revela que leía a Luis García Montero y que leyó “Aunque tú no lo sepas” y quiso musicalizar el poema. El poema está incluido en Habitaciones separadas, que, entre otras cosas, se relaciona, ya visto el paso del tiempo y el deseo y la realidad de por medio, con Almudena Grandes.
Me detengo, hago un silencio y pongo en la pantalla el poema y leo, como si tuviera derecho a esa emoción, «Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo, hicimos mil proyectos, paseamos por todas las ciudades que te gustan, recordamos canciones, elegimos renuncias, aprendiendo los dos a convivir entre la realidad y el pensamiento”.

Almudena Grandes y Luis García Montero
Hasta ahí llego y noto que a mis estudiantes les quiero contar sobre Almudena, en noviembre. Me refiero a Almudena Grandes. Quiero aprovechar mi curso de literatura española contemporánea para proponer este sostenido do menor y hacer réquiem por la escritora aficionada al Atlético de Madrid. Es noviembre y les recuerdo que el 27 de noviembre fue cuando anunciaron la muerte de Almudena, por eso es que dedicamos estas clases a leerla. He hallado el hueco ahí, en «Aunque tú no lo sepas» porque también es el título de una película. La película la escribió o al menos trabajó en las versiones del guion Almudena —ella dice que es la película basada en obra suya que más le gustó—. Cuenta que, a partir de una invitación de Juan Vicente Córdoba, el director; que llegó Córdoba y le dijo: es mi historia: “yo, un paleto, me enamoro de pijas”.
La historia de un amor juvenil que no pudo ser tiene su origen en «El lenguaje de los balcones», uno de los relatos incluidos en Modelos de mujer. Modelos de mujer, les digo —porque sigo en una clase de mi universidad—, es un libro de Almudena Grandes. Les cuento que yo lo leí en la biblioteca Luis Rius, que es la de la escuela, y que, junto a ése, también, Las edades de Lulú, que lo leí con fruición en un camión rumbo a Zacatecas, según me acuerdo. También recuerdo dos cosas: que ese ejemplar que leí en un Omnibus de México rumbo a Zacatecas lo dejé olvidado en ese viaje. Era de la biblioteca así que lo tuve que pagar. Fui y compré Las edades de Lulú en una edición distinta. La que está en la biblioteca de mi universidad —si es que sigue siendo ésa y alguien no la ha extraviado como yo hice alguna vez— es la que tiene en la portada una foto de García Alix.

Cuento esto, y me explico con mis estudiantes, porque justo por esos años, para el Festival Internacional Cervantino, montaron, en la Polivalente del Edificio Central, una exposición de García Alix. Yo no sabía quién era pero pude distinguir, entre las fotografías expuestas, al de la portada del libro. Les cuento lo que ya todo mundo sabe de ese libro: que Almudena lo guardaba como una estupenda anécdota que abrió el mundo literario para ella, pero que hay una serie de novelas que la gente llevó al cementerio el día que murió, en Madrid en donde uno puede ver, otra vez gracias a videos de ese día que hay, por ejemplo, ejemplares alzados de Malena es un nombre de tango, donde Almudena hace la novela sobre la crisis de los treinta años poniendo como centro lo femenino. Les digo, pues, que a partir de esas novelas yo distingo algo que a Vivian Gornick le interesa en aquel ensayo sobre la sensibilidad femenina. Me refiero a aquello en donde lo medular de la novela sea la experiencia femenina, en este caso, la de las mujeres de la Movida. Esto de mujeres de la Movida, explico, se refiere, claro está, a que Almudena Grandes instigó el tema de la educación sentimental en su obra y una de las cosas importantes para ella era actualizar palabras y emociones, dilemas y retos que para las mujeres de su generación fueron constantes e inaugurales. Habla, pues, en Atlas de geografía humana, por mencionar otro ejemplo, de ese territorio casi virgen de ser mujer en los años ochenta y noventa en España; la España de la transición. Alardeo frente al recuerdo de mi lectura de ese libro, me refiero a Atlas de geografía humana, y cuento que cuando lo leí pensé en el magisterio como novelista de Almudena. Distinguía, además del tema central de la experiencia femenina de mujeres de cierta edad —en este caso las que cumplían cuarenta años— el empuje narrativo. Me refiero a una estructura de novela en la que hay cuatro narradoras, las cuatro estructuradas desde personajes que contaban en primera persona. Las protagonistas con historias propias se ponían en un tablero —en este caso, una oficina que hacía libros— y chocaban: tics, deseos, frustraciones, peripecias, errores, discreta felicidad o algo parecido. Eso vi en esa novela que leí en un ejemplar que firmó la propia Almudena —cuando vino a Puebla— con estas palabras: “Con un beso, para Luis”.
Les digo, ya un poco en do de pecho, que el 27 de noviembre de hace pocos años fue el día que anunciaron que Almudena había muerto. Un día como hoy, pienso cuando escribo esto. Lo supo todo el mundo. Hubo lecturas masivas de su obra, reportajes, artículos y, en el estadio del Atlético de Madrid, días después, se guardó un minuto de silencio por una de sus más distinguidas aficionadas, la escritora de los Episodios de una guerra interminable. Recordé algunas veces que la vi o que la escuché. Evoqué esa vez, en Guadalajara, me parece, ante un auditorio ella afirmaba ser un Ulises: desarmada y con ganas de volver a casa.

