Ahora que podemos, seamos breves, fragmentarios y líquidos. Nos han hablado de la importancia del proyecto para nuestras vidas, tanto como de la urgencia de trazar un camino seguro y consistente para el futuro. Que la omisión de ese ejercicio podría significar la ruina es algo que tampoco cesan de repetir. Pero la verdad es que nunca ha sido de otro modo: nuestras vidas siempre roídas y agujereadas por las ratas del conocimiento y la política. Lograron imponernos la ilusión de decir “yo soy” con la misma seguridad y contundencia con que un río fluye cuesta abajo. Sólo para después poner obstáculos que impidieran el cauce que supuestamente estaba dispuesto para nosotros. Es cierto que por un tiempo quisimos ser fieles a su pensamiento, rendir culto a la búsqueda de la congruencia en el curso de la propia identidad. Pero ahora nos hemos cansado y quizá por fin ha llegado la hora del contraataque.
Han comenzado a notar que su mundo de caricatura se tambalea. Y van a la zaga con apologías contra todo aquello que atente contra lo que ellos dice que permanece, qué es congruente y estable. No soportan ver que cada uno de esos ríos que han creado de pronto se desborde intempestivamente en un delta fluvial, con cada una de sus múltiples líneas delgadas, casi imperceptibles. Incluso breves en el camino recorrido, pero no así en la huella dejada a su paso. Es lo que nos toca ahora: desaparecer en esas miles de líneas y fragmentos breves. Dejar que vayan de aquí para allá sin temor a perder el camino, que no hay ninguno. Después de haber creído que el mundo sólo se podía decir en un sentido, ahora tenemos la oportunidad de lanzar al aire todos esos fragmentos, para que cada uno se torne posibilidad.
Entre todas las estratagemas con las que nos hemos impuesto la consistencia, es la idea de la obra la que logró seducirnos por años con la tentación de hacer de nuestra vida también una. Y a qué nos conduce dicha idea si no es a la pretensión de un cierto acabamiento, de una solidez que nos resguardaría contra el olvido. La obra: línea en el tiempo con punto de arranque y final, sostenida sobre el hilo conductor de un tema. Es un tema que rija nuestra vida lo que hemos aprendido a buscar con desesperación, como algo que asuma ese eje en el punto de arranque que va desde el nacimiento hasta el final que nos lleva a la tumba. Aprendimos a desear la unidad monotemática, creyendo también que de ese modo cumplíamos el sueño romántico de experimentar algún pequeño destello de totalidad. Pero resultó que sólo confundimos a ésta con la cantidad. Mientras más grande fuese, pensábamos, más cerca nos encontraríamos de abarcarlo todo.
Pero ahora tenemos la oportunidad de hacer otro camino. No el de la obra, sino el de la intempestiva, el de la sentencia fugaz. Así que, ¿en dónde, cómo, con qué material haremos esas nuevas bifurcaciones, cuál será ese fluido para construir las bombas? Mirémonos ahora, ¿qué somos? El espacio entre letras, las huellas que dejamos ahora en la escritura. No es casual que tantos taciturnos nostálgicos se dejen llevar ante el temor por las nuevas formas con la que ésta se apropia de los espacios o, mejor aún, por ver cómo crea nuevos con cada trazo. Antaño quisieron someter la escritura al imperio de la obra (de la continuidad que supuestamente reside en ella). Pero en este momento incluso los medios que construyeron se han vuelto en su contra, al permitir que podamos ir por ahí regando diminutas huellas, marcas, deltas, fisuras, breves e insignificantes; pero que asustan tanto precisamente porque quien las sigue no se podrá nunca quedar quieto. Gozamos de escribirnos en flechazos, de enviarnos cual mensajes en botellas a la deriva, a la espera de un destinatario que quizá nunca aparezca. Hoy la escritura fragmentaria es quizá la nueva marca de la re- volución.
En contra de estas escrituras aquellos ancianos dicen que sólo sirven para empobrecer el pensamiento y que contribuye al demérito de la disciplina requerida para la construcción de trayectos, ¡es que nunca dejarán de insistir con sus mentados planes! Nos acusan de contribuir al debilitamiento de la memoria, de todo ese aparato que conserva lo más noble y creativo de la historia humana. ¡Al carajo con esos fósiles! Es precisamente el olvido lo que ahora queremos. No se les ha ocurrido pensar que en verdad así estamos cumpliendo el sueño de todas las épocas: la realización de lo infinito en cada una de esas brevedades. En cada una de ellas está contenido una nueva posibilidad mundana y humana, en la que a su vez insisten multiplicidades de sentidos: se trata de una red interminable. Aseguran que fomentamos la irreflexión con nuestra diseminación en memes, unidades ínfimas de información, pero nosotros sabemos que, por el contrario, en cada una de esas partículas reside la explosión de su mundo: ¡es eso lo que tanto temen! No debemos dejarnos engañar de nuevo por la cantidad, antes bien hay que asumir la tremenda potencia en cada una de esas pequeñas líneas.
Multipliquemos las huellas, que sabemos que de todos modos al final no quedará ninguna. En una de esas quizá también nosotros nos fugamos. Pero esto ya fue muy largo: adiós.