Anaité eligió como título una suerte de runas contemporáneas, una serie de signos que corresponden a otro tipo de soportes, ciertamente no a un libro, mucho menos a uno de poesía. Play, pausa, rec, mute forman parte de la estructura de otra cosa. Podría tratarse del video, pero pienso sobre todo en el audio: en los botones de una grabadora.
¿Qué presupone tener una grabadora de mano? Pues bien, que existe algo de lo que se quiere guardar registro y que existe también (por lo menos) un escucha. Un instrumento como este implica también —a través de una máquina que no posee un filtro ni moral, ni estético— que (salvo alguna falla técnica) se documente todo lo dicho, además de los sonidos incidentales. Contrario a la arbitraria y selectiva memoria humana, que se vuelve un caos incluso cuando quiere recordar la sucesión de un evento cualquiera (por más próximo que sea), la máquina atesora la información del mundo (la sonora, en este caso) sin otro filtro más que el volumen.
Una grabadora de mano supone, como ya se había dicho, además a alguien que habla. Es decir, a quien expondrá probablemente una cosa que vale la pena guardar palabra por palabra, ya sea en una cinta magnética (o bien en un código binario).
Recuerdo las escenas de algunas películas en las que la protagonista se graba a sí misma, para consultar luego sus propias ideas o confrontarlas. Se dice que el poeta es el primer lector de su propia obra.
Me gusta que una de las secciones, la segunda para ser más precisa, se llame RUIDO; y me gusta que comience con la alusión a un vuelo, sonido que formará parte luego de todo el libro: “un avión cruzando el horizonte”. En una grabación siempre hay ruidos de fondo. Cuando una trabaja en radio y esto sucede, el técnico siempre habla de “limpiar el audio” como si los sonidos del mundo (quiero decir: la vuelta a la página de un libro, la respiración o el vuelo de un aeroplano) fueran una suerte de elementos incómodos, incompatibles con el lenguaje siempre protagónico.
Dice Magrelli, un poeta italiano que parece buena onda, que en la poesía “el sonido y la idea coinciden”, que de hecho es el único espacio donde sonido y significado se hacen uno. Pienso en la figura del ruido de fondo (de cierta manera parecido al silencio) que existe siempre y a pesar de espacios de audio controlados como un estudio o una cabina. Y pienso en qué otros tipos de ruido existen en un texto: uno de ellos podría ser la puntuación.
En Play, pausa, rec, mute la puntuación es un caos (en el primer texto no hay, luego sí, y en fin). En los pocos talleres de poesía a lo que he ido (uno, en realidad) se me ha dicho que la puntuación es la respiración del texto, y aunque eso suene como algo que naturalmente deberíamos dominar, a veces en la vida respirar es complicado. Nunca estamos seguros de en dónde podemos acomodar un respiro. Me gusta que las partes que conforman el libro de Anaité nos den una idea como de que es posible editar nuestra mirada, pausarla, incluso tratar de enmudecerla. Y que al final, lo único que no se puede es eliminar por completo el ruido de fondo de nuestros pensamientos.
El primer apartado del libro se conforma de tres plano-secuencias de un imaginario, más un anexo en forma de preguntas que bien podría ser la escaleta de una nueva serie de poemas. Entre ellos hay un montón de elipsis, ripios y esas cosas que analizan los que analizan, pero que sin duda están presentes en casi cualquier acto comunicativo sin que nos demos cuenta. Al respecto dice también Magrelli que el poeta es quien mejor capta “las interferencias del lenguaje”, sus enfermedades, sus dolencias.
Después de PLAY y RUIDOS, viene PAUSA. Una suerte de autoinspección de la persona común y el suceso extraordinario. Es curioso pensar que sean éstos y los poemas sobre el misoprostol los que en esencia interrumpen este libro, los que marcan la pausa, y los primeros que poseen pie de página (es decir, esa parte en la composición de un texto que lo hace tocar tierra, ya sea en la explicación o la autoridad del referente. Como si el poema necesitara algo para justificarse). Alguien dijo que los pies de página de la poeta eran también poemas, por lo que releí pensando en ese ejercicio. Resultó que las notas al pie no son un poema por sí solas, en general no son ni de cerca una unidad textual completa sino que significan siempre en función a otra cosa a un estado anterior de la cuestión. No son otro poema por sí solas, pero sí develan una forma de escribir, una plenamente consciente de la existencia de otro: ese otro es sin duda el lector. Las notas al pie pueden, desde su autor, tratarse de un gesto de generosidad, o bien de uno de extrema petulancia (aquí son una guía generosa), cualquiera que sea de estas dos situaciones, es un hecho que dichos apuntes delimitan la lectura. De cierta manera, en estos poemas los pies de página son las pistas de un lector ideal, que en principio parece ser ella misma, Anaité.
Las notas al pie recuerdan la objetividad de una idea, en este caso una que parte desde la más profunda subjetividad y desde una experiencia que proviene del interior del cuerpo: una experiencia de aborto. El pie de página devela también los procesos por los cuales pasa la construcción de un texto. Me pregunto, ¿cuál es la vida interior de un poema, qué hace un poema cuando entra a su casa después del trabajo?, ¿qué piensa un poema que debe suceder, cómo le gustaría ser leído por los demás?
Si bien, como apunta el autor del prólogo, Anaité no tiene la cercanía que tienen otros autores a la escena literaria, o a la literatura desde la academia. Este libro no se desconecta de la tradición, este libro está lleno de reconocimientos, intuiciones y homenajes a la historia literaria tanto desde la oralidad como de la escritura (dos puentes de sentido con estructuras conocidas y modificables). Digo que no se desentiende de la tradición, sino que más bien le da la vuelta, porque de desconocerla, no habría invitado a Sor Juana a su libro, ni nos habría compartido esa parte del cotidiano en la vida de una monja: la cocina, como una especie de alquimia común.
Pienso en los temas de la poesía de Anaité: la familia, el amor, la casa, el cuerpo; el cotidiano. Y recuerdo también que dos de los primeros géneros literarios en los que se nos permitía expresar a las mujeres eran la carta y el diario personal. Dos tipos de escritura en los que por lo general el destinatario, es decir, el lector, era alguien conocido (en el caso del diario, una misma).
Puede que este libro me resulte en ocasiones caótico, lo digo en el mejor sentido, como la posibilidad de una armonía, de un surgimiento de la forma. Pero lo que es un hecho (en las 70 páginas que componen esta pieza) es que Anaité reconoce a su lector, le sugiere, lo interpela, por eso su poesía se siente tan bien, tan llena de ella, como si estuviéramos ambas platicando, y la barrera entre lectora y escritora fuese si acaso del nimio grosor de una hoja.
Vuelvo a citar el mundo sin internet, el mundo de las grabadoras en lugar de las notas de voz del msn. Más allá de twitter, como si el muro de facebook no existiera, pienso en la necesidad de un diario, en la vida contemporánea de este género de texto. Imagino la posibilidad de la existencia de un tipo de diario telefónico donde una misma está a ambos lados (como quien habla y escucha), y que te pudiera redireccionar a tu propia casa en distintos tiempos para hablar contigo misma, para confiarte cosas que sólo se le confían a un yo de otro momento, y para mirar también como entonces (pasado o futuro) entendemos el mundo.
Tengo una amiga cuyo libro se llama Habla todo lo que quieras. En él cuenta también, como Anaité, la historia de un sapo que aplastado, ya sea por una llanta o por una roca, revienta siempre con un ruido raro y vomita las vísceras: deja al descubierto todo su interior. Todas las metáforas del cuerpo son su propio cuerpo, dice ella. Yo pienso en el pollo desmembrado del que habla este libro y en el sapo que empático regresa sólo para encontrarse con su propia tragedia. La tragedia es en realidad estar expuesto.
Me gusta ejercitar la lectura en voz alta con mis amigos (sí, soy esa persona molesta en las fiestas y reuniones), pongo pausa a la música y digo: “¡Escuchen!”. Hay momentos interesantes en que una de ellas o uno de ellos dice “ahora yo”, toma el libro, lee, y me voltea a ver como quien encuentra algo importante que se había olvidado que tenía. La poesía de Anaité tiene esa magia. Luego vienen comentarios como “está chingón” o “checa esto”, me gustan las primeras impresiones de mis amigos, las críticas de mis amigos, sobre todo de los que no son poetas. Muchas veces porque ven otras cosas, y casi nunca ven “lo que quieren” ver.
Paul Valéry dice que “un poema existe solo en su dicción”, será por eso que no pierdo la costumbre de leer en voz alta y tal vez convertir aquello que enuncio en el ruido de fondo de alguien más.
Disculpen que haya hablado tanto de grabadoras, pero es que hay en esta obra de Anaité un corto circuito, algo anacrónico y sumamente interesante, que extraña de primera hasta última instancia. El soporte de estos textos es un libro. Pero el alma de este libro es tal vez otra cosa: un mixtape donde cada track es un poema, que durante el tunning de estación a estación ha iniciado, como una canción a la que llegas comenzada en un programa que por casualidad descubriste, y que grabas y se queda como un palimpsesto encima de otra cosa. Cada uno de los textos de este libro es una canción poderosa que quieres guardar para volver a escuchar una y otra vez.