
El ocio, dice Montaigne, se asemeja a una manada de caballos desbocados que corren por todas partes caóticos e improductivos. En estas vacaciones, la baja en el cumplimiento de obligaciones laborales ha llevado mis caballos por la senda de Saint Seiya, o como la conocemos mejor por estos lares: Los caballeros del Zodíaco. Aunque fuera una de mis series favoritas en la infancia, le perdí la pista hace unos veinte años, asumiendo que la llamada “saga de Hades” había marcado el fin de su historia (al menos la “caricatura”). Gracias a los incondicionales otakus de YouTube me vine a enterar en fechas recientes de una larga lista de precuelas, secuelas, spin offs, remakes, reboots, “canónicos” y no canónicos que han visto la luz en serie, película y manga. No los aburro con los nombres (este sitio no es otaku.com), sólo dejo constancia de que estos días he estado actualizándome, recordando y redescubriendo esta creación de Masami Kurumada.
Toda esta explicación para llegar al punto que quiero explorar. Como parte de estas manifestaciones varias de Saint Seiya, en 2023 se lanzó una película live action (con personas reales, pues) titulada Knights of the Zodiac, con la cual, parecía, los personajes de la serie llegarían a ser de “carne y hueso”. Mentiría si dijera que desconocía sobre la existencia del filme, pero en su momento solo con ver el avance decidí incluirla en mi categoría “no la vi y no me gustó”. Hace un par de noches, mis caballos desbocados y ávidos por entretenerme con Saint Seiya me llevaron a encontrar la cinta en Prime Video y a aventurarme a atestiguar el anticipado horror sin supuestos.
Y sí, fue horrible. Podría pasarme el resto de este texto —como seguidor de los caballeros y como crtítico— señalando las fallas argumentales, de vestuario, de actuación y de efectos especiales que plagan la película; sin embargo, quiero centrarme en el error principal: tratar de “traducir” la historia de Kurumada a un estilo narrativo Marvel con todos los clichés que esto conlleva. Platicándolo con mi amorcito al día siguiente, llegué a una conclusión: estas versiones “americanizadas” de los animés japoneses no están hechas para que el público otaku vea a sus personajes favoritos “en piel”, sino que buscan captar a una audiencia acostumbrada a la narrativa del cine de superhéroes (para estos tiempos ya más que codificada en el imaginario de muchos espectadores jóvenes) para sacarle jugo a la franquicia sin que realmente haya un interés en ser fieles a la creación original. El otro caso que me viene a la mente es Dragón Ball: Evolution, un chasco donde incluso sitúan a Gokú en un high school gringo. También la vi en otra tarde de caballos desbocados, por masoquista quizá.
Lo más interesante es que estás películas terminan siendo grandes fracasos en taquilla, no dan pie al inicio de una nueva vida para la franquicia en cine (como sí lo han sido los filmes de Marvel y DC) y avivan las hogueras en redes sociales de otakus enardecidos e incansables. ¿Será un castigo karmático por robar el alma de una creación que no corresponde con el modelo gringo? ¿Será que el público —conocedor o no de la serie— no es tan ingenuo como lo cree la industria del cine? Ambas preguntas me parecen relevantes, porque hay productos de cine y televisión inspirados —a veces demasiado— en mangas y animés que lograron el éxito pasando por el tamiz hollywoodense.
Por ejemplo: ¿qué son los Power Rangers sino una revisita a la serie ochentera Voltron? En este caso, se nos muestra a cinco jóvenes de una prepa gringa (otra vez) que son comisionados por un ente alienígena para defender al planeta Tierra de amenazas intergalácticas. ¿Cómo lo harán? A través de combates cuerpo a cuerpo (a medio camino entre el baile y las artes marciales) y —en el clímax de cada episodio— combinando vehículos de colores distintos para formar un robot gigante. No sé a ustedes, pero a mí me huele un poco a plagio; no obstante, Power Rangers no corrió con la misma mala suerte que los ejemplos arriba mencionados: la franquicia es parte de la historia televisiva y hasta fílmica en varias versiones que llegan hasta el presente.
¿Uno más? El filme Titanes del Pacífico dirigido por el paisano Guillermo del Toro. No hay mucho que decir: robots gigantes, monstruos estilo Godzilla. El mismo director declaró en entrevistas su inspiración en la cultura pop nipona para su obra, tan exitosa que sí tuvo una secuela. En este caso en especial, debo añadir que la “inspiración” va más allá de lugares comunes en mangas y animés. El diseño de los robots así como el modo de operarlos coincide en más de un detalle con la célebre Evangelion —sin llegar, por supuesto, a la profundidad religiosa y filosófica de esta gran obra—. Al final, Titanes es otra película que sigue el manual de las películas de acción-superhéroes estilo USA, pero también retoma argumentos y diseños de creaciones japonesas. Para fortuna del paisano y colaboradores, el experimento redituó a quienes invirtieron en él.
Puede ser, entonces, que el secreto radique en no usar la marca, pero sí los detalles. ¿Cuál hubiera sido el resultado de hacer la película “Guerreros de las estrellas” y basarse en la mitología china para situar la historia? ¿Idea millonaria? En lo que elaboro mi plan para conquistar Hollywood, recuerdo un último caso que prueba que el nombre no mata las posibilidades de éxito de una adaptación de manga o animé. Me refiero a la serie en live action sobre la animada One Piece; aquí, los comentarios que he escuchado resaltan el apego de la nueva versión al original y la “traducción” efectiva de un origen japonés a un contexto no tan local. Respecto a esta obra me confieso del todo ignorante, por lo cual solo comparto el juicio del que tengo conocimiento tanto por parte de los versados en el animé como de críticos que conocen solamente la obra secundaria. Ojalá los futuros adaptadores de mangas y animés sigan el modelo de One Piece para darle un trato más digno a obras que no merecen traducciones tan mediocres. Por muy desbocados y locos que sean nuestros caballos del ocio, merecen una postura no tan desabrida.