La conciencia de los ciclos está más allá de la operatividad. Para un racionalista, un cumpleaños es una nueva oportunidad hacia la constatación de la soledad en el fingimiento del mundo, pero para alguien que mire nuestra roca en el universo desde un vuelo de pájaro satelital, quizá todo lo contrario: un camino que le permite confirmar que la presunción del fin es un eterno retorno de sucesos que tiene sentido volver a vivir, a pesar de que duelan, o justo por ello. Luego, para un noviembre inscrito en esos sueños del fin —que serán recomienzo—, el nueve puede señalar lo nuevo. ¿Tienen relación las etimologías de ambas palabras? Ninguna … y, sin embargo, se encuentran caminos para vincular reciprocidades no enunciativas, pero sí negativas: noviembre es el mes de los últimos destellos otoñales antes de la llegada del invierno. A punto de que el año exhale su suspiro final, todo deseo de renovación florecido en eneros y febreros, en noviembres y diciembres se topa otra vez con la fatalidad. Nada dura para siempre (Nothin’ lasts forever) dice Guns N’ Roses en November rain, esa cursilería whitetrashera en la que sin embargo hay cierta razón, pues: […] es difícil sostener una vela / En la fría lluvia de noviembre (And it’s hard to hold a candle / In the cold November rain). Pero acá emerge otra referencia de la chistera: se dice que Morrissey en November spawned a monster (Noviembre engendró un monstruo) se refiere a un pasaje de “Los Cantos de Maldoror” del Conde de Lautremont, en donde un contrahecho hermafrodita anhela un amor que su diferencia alejará constantemente:

Oh abrázame, oh abrázame

noviembre

engendró un monstruo

en la forma de este niño

quien debe permanecer

rehén de la bondad

[Oh hug me, oh hug me

One November

Spawned a monster

In the shape of this child

Who must remain

A hostage to kindness]

Vamos a la referencia original:

No despiertes, hermafrodita, no despiertes todavía, te lo suplico. ¿Por qué no quieres creerme? Duerme… sigue durmiendo. Que tu pecho se ensanche persiguiendo la quimérica esperanza de la felicidad; te lo concedo. Pero no abras los ojos. ¡Ah!, ¡no abras los ojos! Quiero dejarte así para no ser testigo de tu despertar.

“Los cantos de Maldoror”, Isidore Ducasse.

1.- Me abstengo de participar en el desfile del día de muertos en la CDMX [vámonos mejor a Aguascalientes, a caminar entre las calacas de Posada en el Festival de las Calaveras].

Mucha gente imagina que fue el filme de James Bond 007: Spectre de donde se sacaron el desfile del día de muertos celebrado en la capital el 2 de noviembre. En la peli se trata de pura escenografía para dotar de emoción y sinsentido espectacular a una persecución idiota, como las que suelen ser parte de la trama de cualquier película de acción. Pero habrá que advertirlo: mis respetos con la figura de la muerte en México, alegorizada y poetizada, incluso en los peores bodrios. Más allá de la intenciones individuales del padre de familia que pinta de calaquita el rostro de su bebé, hay una fuerza cultural ante la que me quito el sombrero. La intuición no es del todo clasificable, y decirles a los chicos a como dé lugar que, finalmente, esta vida es pasajera, es parecido a lo que Don Juan le vociferaba a Castaneda en esa prestidigitación novelada de la existencia de un brujo real-imaginario: la muerte siempre va contigo y tienes que poder verla a los ojos. Entonces, nada en contra de la verbena popular, convertida en sacrificio ciudadano. Yo mismo he caminado en procesiones, emborrachado por botargas o mojigangas, mientras el humo de los cuetes coronan las cabezas de quienes desfilamos dando tumbos. Mi tema con este desfile sobre-estetizado es que ha recibido el abrazo de la clase media y sus taras fraudulentas, por lo que las marcas y el despliegue, los carros alegóricos y los gestos del chilango promedio se aferran a sostenerse en su superficialidad. Es eso: un escena cinematográfica para el turista, para el tianguis de ropa cara. Como el Carnaval de Río o la Guelaguetza oaxaqueña ya comercializados —y no los populares y originales—: poses para las televisoras prestas a venderte hasta a su abuela… muerta. Nop… José Guadalupe Posada ante ello, por ejemplo, realizaría seguramente uno de esos grabados perfectos burlándose de todos: cráneos debajo de las máscaras de látex. Las calacas van a morir, de cualquier manera. Luego, como alternativa, en Aguascalientes, la tierra del artista posrevolucionario, existe un desfile similar al de la CDMX, pero que ocurre desde 1995, en honor a su figura: el Festival de las Calaveras. ¿Yo? Yo me iría hasta allá a bailar música de banda con mi chamarra de flequillos mexica-fosforescente.

2.- Pensar materialmente en Todos los Santos y en los Difuntos (1 y 2 de noviembre)

La tradición cristiana construyó tales días con eficacia a lo largo de los siglos, porque se trataba de una empresa cultural. Lo que se dice es que, mediante esos dispositivos, se honra a todos los santos, a los conocidos y aún a los no conocidos. Pero, en realidad, lo que hay detrás es la celebración de los mártires, que venía de una conmemoración establecida en el siglo VI por la iglesia de Oriente. Sin embargo, fue en el siglo VII que el Papa Bonifacio IV llevó a cabo la consagración de la Virgen María y de todos los mártires en el Panteón de Roma. Esto equivalía a un viraje, pues diversificaba el culto, aparentemente monoteísta, en distintos sectores y poderíos. Semejante cosa era el dispositivo para la diseminación de un credo mediante agencias para cada ocasión. Lo que en realidad se está celebrando ahí es el sincretismo o, más específicamente, la adaptabilidad del culto a otros cultos. El caso del Día de los Fieles Difuntos es similar, aunque incluso un tanto más perverso. Las almas de los fallecidos son agentes particularizados, un divinización de aquello que en la vida operativa llevaba un nombre y cumplía una función solo es subjetivado hasta cuando la muerte ha llegado para prolongar la mirada de lo divino sobre los actos de los vivos. Es en el siglo X que el abad Odilón de Cluny establece el día para la tradición desde la orden benedictina. Una práctica que se extendió eficazmente luego por toda Europa y que muy poco después fue adoptada por la iglesia católica. Cuando el aparato de dominio cristiano llegó a América en el siglo XV, el dispositivo estaba ya creado. Y es así como incorpora a las entidades tutelares de muchas culturas, acusando primero de idólatras a sus adoradores, pero permitiendo un escape en el sincretismo que asimilaba detrás de los santos a sus formas sagradas muertas. Y sabemos lo que pasó después. Luego, eso … celebrar estas fechas es también conmemorar el dispositivo. ¿Mejor? Mejor aquello otro: mirar la muerte a los ojos, hablar de vez en cuando con ella mediante una contraparte vital que celebre el instante, recordar que el Mictlán (mexica) tiene nueve niveles distintos que clasifican de manera no convencional el espacio-tiempo de la transmutación.

3.- La Revolución Mexicana, máquina para una nueva religión político-discursiva

No sabía que la tumba de Porfirio Diaz se encontraba en el cementerio de Montparnasse en París. Yo estaba de paseo por ahí, buscando las sepulcros de Cortázar, Beckett y Baudelaire, pero cuando la vi no pude resistir el asomarme por las ventanitas de la pequeña capilla del dictador. Había escritos diversos, quizá rezos, imágenes de santos, incluida la de la Virgen de Guadalupe, y una bandera mexicana sobre el altar. Eso indicaba, pues, gente que aún le adora con un cierto fervor enfermizo. Pero es que lo que funda la historia moderna de nuestro país se encuentra en este tipo de contradicciones que la gesta revolucionaria de 1910 provocó. Eso es difícil dudarlo: un poder representativo de las masas, de mayoría campesina, que se levantaban contra un régimen de desigualdad extrema, incrementando la fuerza simbólica de la revuelta, que sin embargo vio muy pronto las contradicciones de sus caudillos. Si bien se puede hablar de la gran dictadura porfirista, aquello que Huerta o Carranza intentan instaurar, ensayaba renovados caminos autoritarios para el robustecimiento de tal tradición. Y algo, que se encuentra aún hoy en muchas de las lógicas políticas de nuestra región, tuvo gran repercusión en lo acontecido después de comenzada la revuelta: lo fragmentario. Más allá del respeto de los comicios, las consignas reivindicativas generaron facciones que difícilmente se reconciliarían hasta que no se dieron cita nuevos actores que se aprovecharon de la subdivisión. Por eso la reforma agraria fue una promesa que no fue nunca cumplida a cabalidad. Y, finalmente, la redistribución de la tierra se convirtió en el negocio de un México naciente que había creado nuevas alianzas y privilegios. Y, a pesar de que la Constitución de 1917 promulgó derechos de avanzada, lo cierto es que el estatismo y el sindicalismo generaron grupos de interés que privilegiaban las recientes necesidades de partido hegemónico, lo cual derivó en un original tipo de explotación. Además, a pesar de un nacionalismo exacerbado que hizo uso institucional de los próceres, la dependencia extranjera no cesó, como parte de un dominio preventivo, sobre todo de los Estados Unidos. Lo ha dicho ya Adolfo Gilly en ese clásico libro “La revolución interrumpida”. ¿Igualdad? Solo como idea. ¿Carisma de los gobernantes? Asesinatos y traiciones. Sin embargo, más allá de ello, se trata de un referente cuya conmemoración podría hacernos pensar en los muertos necesarios para que, a pesar de eso, algo no termine de realizarse, pero a la par, todos esas fuerzas vivas que siguen ahí latentes, en mil luchas dispersas acá y allá.

4.- Dos festivales lejos de nuestra endogamia nacionalista: Linternas de Yi Peng y Diwali

Cuidadito con estar mirándonos el ombligo todo el tiempo, porque eso suscita delirios de grandeza. En los pueblos pequeños y en los que no lo son tanto. Roma, su caída, estuvo exacerbada en gran parte por eso. Así también —¡gracias a Júpiter!— cayó el priismo, o al menos ese que conocíamos. La defensa a ultranza de los símbolos engendra, tarde o temprano, fascistas, o algo que se le parece mucho. Los de vecindario, se quedarán en el vecindario. Pero si solo uno de ellos accede al poder, cagamos (pregúntenselo a los hermanos argentinos, nomás). Y es que puede ser funesto el imaginar inmortales las figuras —bellísimas, sí— que toda cultura es capaz de dibujar sobre la nada para convencerse de que, como dice Borges, esta realidad es arcilla dada para transmutar las miserables circunstancias de la vida en cosas que quieren ser eternas. Lo vivo es delirio regulado por las contingencias que, mal haríamos en suponer absoluto. Ahí, justamente, la muerte para recordárnoslo. Por eso, estos dos festivales me parecen tan entrañables y poderosos como los de acá. Primero el de las Linternas de Yi Peng, celebrado en la región de Chiang Mail en Tailandia. Su origen está en la cultura del Reino de Lanna y está vinculado a las creencias budistas, cuyo principio asceta busca la iluminación. La acción central en él es dejar ir la energía inconveniente, soltando a la par linternas de papel de arroz que en su interior guardan una pequeña vela, conocidas como khom loi. Miles de lámparas se elevan en el cielo para intentar algo más, para marcar que las cosas se van, y se quedan otras. Pienso si ésta no es, también, una especie de celebración mortuoria. Y, ojo acá, que sé que solo arrejunto por concomitancia. Sin embargo, la festividad de Diwali llevada a cabo en la India, conocida a la par como Deepavali, es también una celebración de las Luces. Y es eso, literalmente: la victoria de la luz sobre la oscuridad. Se celebra entre octubre y noviembre por distintas religiones del territorio. Para los hinduistas significa el ingreso del dios Rama a Ayodhya, su reino, luego de haber derrotado a un demonio llamado Ravana. Dependiendo de la zona, también supone el triunfo de Krishna sobre Narakasura. Para el jainismo, por ejemplo, implica el arribo al nirvana del Señor Mahavira, y para el sijismo es además la liberación del sexto gurú, llamado Hargobind, de una prisión en Mongolia. También los budistas Newar le dedican estas fechas a Lakshimi, deidad de la abundancia… Hay quienes dicen por ahí que estamos en una etapa baja de la humanidad, según ciclos universales. Yo no lo dudaría mucho. Sin embargo, no dejo de alegrarme cuando, integrado al movimiento de grupos de aquí y de allá, me dejo llevar por una cadencia que susurra que, en algún momento y más allá de toda esperanza, la cosa podría comenzar a elevarse de nuevo.