Recién me enteré de la pérdida física de Jerome Rothenberg, poeta de primerísimo nivel, con quien pude entablar una relación de colaboración y amistad a lo largo de los últimos diez años. Un duro golpe. Su partida cierra la segunda ola experimental estadunidense, que incluyó a colegas y amigos como Philip Lamantia, Armand Schwerner, David Antin, David Meltzer; movimiento colectivo y exploratorio en el que Rothenberg participó de manera activa —no sólo como autor, sino como núcleo—. Fueron muy notables los vínculos poéticos que desarrolló fuera de las fronteras de los Estados Unidos (por ejemplo, en América Latina) y su contacto permanente con generaciones y movimientos posteriores. Y qué decir de sus aportaciones a la poiesis y a la teoría poética: de la imagen honda, pasando por la etnopoesía y hasta las omnipoéticas, cuyo manifiesto escribimos en conjunto en 2021.
Rothenberg quizá fue el máximo antologador del siglo xx. Nos legó, entre otros, (el ya clásico) Technicians of the Sacred, Shaking the Pumpkin, A Big Jewish Book y cinco tomos de la serie Poems for the Millenium, coeditados con autores como Jeffrey Robinson, Pierre Joris o John Bloomberg-Rissman. Este año, 2024, se publicará una ambiciosa antología que Rothenberg y yo compilamos, tradujimos y comentamos, y que explora —de forma experimental— los hechos poéticos de todo nuestro continente desde los orígenes hasta el presente: THE SERPENT AND THE FIRE.
Rothenberg ha sido ampliamente traducido en nuestra lengua y estoy seguro que marcó profundamente a quienes estuvieron cerca de él, dándole voz a su obra. Porque Rothenberg fue un poeta colaborativo y un hombre generoso. Un tipo cuya energía siempre estuvo puesta al servicio de la poesía; comprometido con ella aún más allá de sus fuerzas.
Le sobrevive su esposa, Diane (compañera de más de 70 años), su hijo, Matthew, y sus nietas. Deja muchísimos amigos en el camino.
Hasta que nos volvamos a encontrar, Jerry.