Para mí, los mapas son horizontes de posibilidades. El solo nombre de un punto geográfico puede no decir mucho, pero cuando se desliza el dedo sobre una representación a escala de dicho lugar éste adquiere materialidad, cercanía, lejanía, tierras vecinas, mares colindantes, hasta rutas aéreas o terrestres para llegar ahí. Una vez que ese punto deja de ser únicamente una marca sobre un plano, llega la imaginación a inundar con colores, aromas, frío, calor, paisajes, edificios, desiertos, montañas. ¿Cómo sería vivir ahí? ¿O simplemente pasar unos días? ¿Será amable la gente? ¿Habría posibilidad de entenderse con ellos? Puede que tus pies nunca pisen ese suelo, perciban esos olores o prueben esa comida, pero el hecho de tocar la representación virtual de esa tierra se vuelve una experiencia; por eso puedo pasar horas frente a un mapa recorriendo este vasto globo con un dedo, como cuando alguien va a un centro comercial sólo a ver los aparadores.
Circunda mi viajero digital, otra vez, el Cercano Oriente, pensando en la “bipolaridad” con la que suele concebirse a esa región: por un lado, se piensa en la fantasía a la Mil y una noches posmoderna de los Emiratos (Dubai, Abu Dhabi) o Qatar con rascacielos, pistas de Fórmula 1 y oasis artificiales en el desierto; en contraste, está también la devastación que ha traído la guerra a Iraq o Siria, repitiéndose en nuestras cabezas las imágenes de refugiados, bombardeos, ruinas y pobreza. La aclaración parece obvia, pero necesaria: no todos los países del mundo árabe se ubican en un polo o en el otro (y vaya que aquí sólo me he referido a la parte asiática del mundo árabe). La punta de mi dedo hoy se orienta al sur de la península arábiga para tocar su borde sud-oriental y posarse sobre la tierra conocida como Omán.
Según Google Maps, Omán es un sultanato que se extiende por una superficie de alrededor de 309,000 kilómetros cuadrados y comprende una población un poco menor a los 5 millones de personas. En el mapa, Omán es una franja que —junto a su vecina Yemen— marca el fin de la tierra y el inicio del mar, lo cual vuelve a ambas naciones puntos estratégicos para la región. Su extensión territorial es mucho mayor a la de los Emiratos, Qatar o Bahrein, pero notoriamente menor que el enorme reino de Arabia Saudita. A pesar de compartir características climáticas con el resto de la península, Omán se caracteriza por sus montañas y por esa cercanía a las aguas saladas que, en ciertas temporadas del año, dan tregua a las temperaturas de 40 grados o más que llegan a sentirse en la zona.
“¿No anda de malas la gente todo el día con tanto calor?”, le pregunto al buen A, compañero de estudio y corresponsal in situ para esta nota. “A veces sí, por eso la gente viaja a las playas o las montañas en el verano”. No se lo comparto a mi amigo, pero pienso en las palabras de la actual alcaldesa de Acapulco, quien achacaba recientemente a “la calor” ser un elemento generador de violencia en dicha ciudad. A pesar de los dichos empíricos de la ilustre gobernante, A no me ha compartido hasta ahora vivir bajo algún tipo de violencia. Claro, no se lo he preguntado, pero mi evidencia —tan empírica como la de la alcaldesa— no revela temor a delincuentes, regímenes autoritarios o milicias insurgentes. Para nuestras sesiones de estudio, A suele acudir a un café, del cual sale a las 11 de la noche (su hora, no la mía) a veces a pie, a veces en auto, sin que haya manifestado miedo hasta ahora a ser asaltado o violentado de alguna manera.
¿Por qué me sorprende que A se sienta tan seguro en sus alrededores? En primer lugar, porque yo no comparto ese grado de confianza en mi país. A me habla en ocasiones de viajes que ha hecho dentro y fuera de su país con familia o amigos sin preocuparse por salir a horas determinadas u ocultar sus posesiones para no encontrarse con gente “mala”, y no tendría por qué contármelo, pero en mis encuentros virtuales con otros habitantes del mundo árabe éstos me revelan otras realidades menos afortunadas. Aquí vuelvo a esa insistencia por querer ubicar a todos los países del área en la opulencia o en la devastación. Omán no parece estar en un polo o el otro, a pesar de encontrarse entre ellos. Mientras al norte Omán hace frontera con los Emiratos, su vecino del occidente es Yemen, país que apenas hace unas semanas dio la nota mundial por una estampida humana que ocurrió en el marco de la entrega de ayuda humanitaria en su ciudad capital. Lamentablemente, la mayoría de noticias provenientes de ahí comparten el mismo tenor. ¿Por qué siendo vecinos Omán y Yemen parecen vivir contextos tan distintos? Podría buscar la respuesta en artículos de internacionalistas expertos en el tema; sin embargo, espero poder hacer esa pregunta a algún habitante de la zona, al mismo A si viene al caso, para no quedarme con una visión de teoría geopolítica no tan interesante para mí.
No quiero que, con el comentario anterior, se entienda que desconfío de los “expertos”; me refiero a que me resulta más gozoso descubrir cosas sobre un lugar a partir de las digresiones o la aparición de temas inesperadamente en medio de la plática o el estudio. Un día hablando con A sobre la palabra “castillo”, me compartió una foto que yo reconocí como un “fuerte”. Al explicarle la diferencia de los términos, me dijo que las costas en Omán estaban llenas de este tipo de fortificaciones para repeler el asedio de los extranjeros. Como he comentado en este espacio, varios puntos del mundo árabe vivieron el dominio de franceses, ingleses, italianos y otros europeos, lo cual dejó marcas lingüísticas, políticas, sociales y hasta educativas en esos territorios. Omán también tuvo que lidiar con su “coco” europeo: los portugueses.
Siendo una nación famosa por sus navegantes, Portugal notó la ubicación de Omán como un punto clave para el contacto entre el Cercano y Lejano Oriente, especialmente por su proximidad a la India. Es por eso que ahí quisieron instalarse, pero la resistencia omaní fue lo suficientemente efectiva para mantenerlos a raya. Le pregunto a mi amigo si queda algún rastro de esa malograda invasión en la cultura, en la lengua. Entre risas, A responde con un categórico “No” que deja entrever su desagrado por la sola idea de que los portugueses hubieran echado raíces en sus tierras. Interpretó en su disgusto un sonoro “A ésos ni me los nombres”.
La charla me deja inspirado por el espíritu de resistencia omaní. Gracias a la explicación de A también entiendo por qué Omán es un país que no comparte el multilingüismo de Argelia, Marruecos o Líbano. De pronto, siento que mi dedo deslizándose por los contornos de Omán no es suficiente para sentir la brisa del Océano Índico, “la calor” de 45 grados, el sabor de los dátiles multicolores que caen de las palmeras. Algún día, quizá, sienta la arena omaní bajo mis pies. Mientras tanto respiro hondo, muy hondo esperando inhalar hasta acá algo de su aire.