Empecé este recorrido letrístico en medio de surcos mentales y de heridas personales, pero los ensayos han ido calibrando mi estabilidad emocional ante los recuerdos que aún vuelan por aquí como fantasmas transparentes, en una especie de diapositivas, algo magentas, rojizas, en fila, como una sucesión de fotogramas cinematográficos, como si así quisiera ver el color del pasado. Y desde entonces sabía que 1985 sería un momento difícil de explorar.

Es verdad que este 2025 no ha sido un paragón de bondades a nivel global, pero, aun así, la década de los ochenta me ha llevado a entender con certeza que todo está conectado en pasos históricos cuyas consecuencias nos dan líneas que trazan conjeturas de toda índole.

Después de una fase global que duró unos cuarenta años, a partir de la llegada de Margaret Thatcher al poder en el Reino Unido en 1979 o la de Ronald Reagan en Estados Unidos en 1981, después del triunfo de Milton Friedman y los Chicago Boys, ¿acaso no entramos en un nuevo periodo histórico, en tiempos de desglobalización?[1]  

A principios de 1985 asesinaron al agente de la CIA Enrique “Kiki” Camarenay la noticia tuvo repercusiones internacionales, sobre todo con los estadounidenses.

La versión oficial señala que derivado del éxito en la operación Rancho Búfalo, en la que una propiedad de Rafael Caro Quintero se vio vulnerada y se destruyeron millones de pesos en drogas (1,000 hectáreas de marihuana), el líder del Cártel de Guadalajara ordenó su muerte.

Para materializar dicho objetivo, el 8 de febrero de 1985, policías corruptos adscritos a la DFS secuestraron al mexico-americano. Lo trasladaron a una casa de seguridad donde fue torturado hasta morir.[2]

Mientras tanto nuestra economía iba a la deriva, puesdurante ese año los salarios reales se deterioraron en 5.9%[3],aunado al crecimiento de la inflación hasta de 63.7%[4].Estábamos sentenciados a una crisis crónica, lenta, sin final próximo. En ese momento no estábamos tan preparados para el neoliberalismo… quizá nunca lo estuvimos.

El entonces presidente de la república, Miguel de la Madrid (1982-1988), hizo al principio de su gobierno un llamado urgente a la comunidad financiera internacional para reestructurar los términos y condiciones del servicio de la deuda, so pena de declarar unilateralmente una moratoria de pagos. Su solicitud fue atendida mediante la firma de una «carta de intención» supervisada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.[5]

A las orillas de la inflación, de la impronta tranquila de nuestra infancia, con emoción éramos avisados de nuestra mudanza a la calle de Bartolache, apellido de un médico novohispano llamado Juan Ignacio, quien, por cierto, publicó “en 1772 […] la Primera Publicación Periódica de toda la Nueva España dedicada a la Medicina. Se llamaba ‘Mercurio volante’ con noticias importantes y curiosas sobre varios asuntos de física y medicina.

El cambio era emocionante y marcaba el inicio del punto más alto a donde podríamos llegar. El número 903 del departamento era un espejismo desértico a más de cincuenta metros de altura, donde podríamos ver que nuestras expectativas estaban llegando a un punto de certeza, con cierta bonanza y tranquilidad clasemediera. En ese edificio me encontré en el elevador con José José, entre otros tantos artistas, ya que ahí vivía Erika Buenfil con su automóvil Thunderbird todo rosa.

El espacio era más amplio con respecto al anterior departamento, con unas ventanas grandes, que, cual vestigio de trasiegos futuros, miraban hacia el suroeste de la ciudad, donde el Ajusco y la Marquesa engalanaban todas las tardes. En medio de la estancia se erigía una sala nueva —café pardo— que olía a esa combinación particular de envoltura de plástico con algodón, con respaldos grandes y acolchonados. En las telas se dibujaban líneas apenas perceptibles para los dedos, los asientos eran juguetones en las uniones, allí podía poner mi nariz y respirar los nuevos acordes de un vinil que me regaló en marzo mi amiga Citlali por mi cumpleaños, el Points On The Curve de Wang Chung.

Los juegos en las tardes ya abarcaban la visita a otros departamentos con nuevos amigos, entonces ya corríamos en las escaleras del edificio con los tenis Reebok y Fila. También ensuciábamos las playeras con el rostro de Gizmo de los Gremlins, y las de los Ghostbusters en la cerrada que era nuestro campo de batalla, del lado izquierdo a la salida del edificio. Nuestros vecinos en algunos casos ya contaban con el moderno Nintendo mientras nosotros seguíamos con el Atari 2600 y el joystick que, como arma poderosa, nos llevaba sobre el asfalto con el Enduro, o a saltar barriles como el gorila icónico Donkey Kong. Pura adrenalina enajenante a 8 bits. Sin saber que era felicidad, la percibíamos como algo gustoso, casi adictivo.

En esa época Televisa era un tipo de encantador nacional de serpientes, un tlatoani nebuloso del entretenimiento, y en mayo nos transmitió la final del futbol más polémica en muchos años. Pumas y América se enfrentaban en un tercer partido en Querétaro, después de sendos empates, primero en el Azteca y después en el estadio Olímpico que, ante un sobrecupo infame, fue testigo de la muerte de ocho personas por una avalancha de un centenar de aficionados fúricos, en el túnel 29 de ese mítico estadio. A pesar de todo, las autoridades de aquel momento decidieron que se jugara el partido, ensombreciendo así la gran final de nuestro balompié. Ya en el estadio Corregidora el América fue campeón de la mano del árbitro Joaquín Urrea. El Tigre y su televisora así lo dictaban.

Si un árbitro se deja comprar, lo hace para toda la vida, declaraba en 2015 el ex silbante Joaquín Urrea, señalado por favorecer a las Águilas en la final contra Pumas en 1985. Yo asumo mi responsabilidad. Marqué lo que vi y, al otro día, me di cuenta que no sancioné una mano.[6]  

Caminando cerca teníamos el Centro Deportivo Coyoacán, beneficio del que podían gozar los banqueros. Allí tomábamos clases de natación, podíamos jugar tenis e ir toda la tarde para enterrar soldados (de plástico) caídos en las batallas que se libraban en el pequeño monte al fondo del deportivo, del lado derecho de la cancha de futbol. Fue allí en el deportivo, que, comiendo huevos cocidos, de la nada, un remolino enano apareció en medio de la zona de comida anunciando un futuro próximo aciago. Ese mismo día mi hermano Juan Pablo estaba a punto de nacer. El enser del picnic junto con los manteles, platos y comida salieron volando gracias al viento circular, testigo inclemente del que tuvimos que huir para refugiarnos. Esa noche el nuevo integrante de la familia ya estaba con nosotros.

Terminó el mes de julio y estábamos contentos con el nuevo y pequeño integrante. El 4 de agosto, sin embargo, en el aniversario de bodas de mis padres, mi abuelo Efraín Villela se quitaba la vida, sin más. En su momento imaginé que era por la vejez, quizá por la crisis del país que deterioró sus decenas de negocios, o sería que veía el ocaso de su vida intensa, única en experiencias. Efraín era un tipo galante, que iba de diario con cabello lleno de fijador, era quien cerraba cantinas y con fe ciega ganó dos veces la lotería nacional. Nunca platiqué con él, solo recibía de vez en vez alguna moneda de 10 pesos. Yo lo veía muy pachuco, diferente en su forma de hablar, caminar, estar, ya que había vivido en Los Ángeles para la pizca de algodón en los años cuarenta.

Finalizó (la migración) en 1940 porque ese año cierra un ciclo de la historia de la migración mexicana a Estados Unidos (1930-1940), el cual se caracterizó por la gran cantidad de personas de origen mexicano que se desplazaron a México debido a la Gran Depresión, mientras que la emigración disminuyó de manera significativa.[7]

Un mes después, en medio de su duelo, mi padre recibía la noticia del recorte del personal en BANCAM, el banco para el que trabajaba. Sí, nuestro guion se iba escribiendo en un tren sin conductor que llegaba a este punto sin regreso, sin un horizonte cercano, un túnel largo donde el eco del tren podría ser ensordecedor. Este efecto dominó hacía las tardes más largas. Tratando de descifrar las tareas escolares, miraba el horizonte dudando, preguntando qué podríamos hacer para ayudar. Nada.

Por si fuera poco, aún faltaba el terremoto…


[1] Michel Wieviorka (mayo-agosto de 2021). “¿Sigue vigente el pensar global?”, en Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. Nueva Época, Año LXVI, núm. 242, p. 36.

[2] Joshua Hernández Salinas (1 de abril de 2021). “Los asesinatos que cimbraron a México y el terremoto de 1985: por qué se recuerda a Miguel de la Madrid”, Infobae.

[3] Mario Zepeda Martínez. (1986). 1985. La recuperación llega a su fin. Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM.

[4] Ídem.

[5] Armando Alcántara (2008). Políticas Educativas y Neoliberalismo en México: 1982-2006. Revista Iberoamericana de Educación, núm. 48, pp. 147-165.

[6] Alberto Aceves (19 de mayo de 2024). “Antiamericanismo, respuesta al modelo de equipo que ideó ‘El Tigre’ Azcárraga”, La Jornada.

[7] Fernando Saúl Alanís Enciso. (27 de junio de 2024). “Dos migraciones de retorno. México-Estados Unidos, 1900-1940”, Estudios de historia moderna y contemporánea de México.