Capítulo primero

Sobre la condición primigenia del grito

De los gritos primordiales y su papel como fuerza creadora, destructora y ordenadora del mundo. —Del grito que emite un niño al nacer. —Sobre la adquisición del habla y el abandono de las vocalidades primigenias. —De los prejuicios que pesan sobre el grito y de su participación en la construcción de la categoría de “lo salvaje”. —Sobre la domesticación del grito y los proyectos de civilización vocal. —De la exclusión del grito de los lenguajes y del poder de la voz abyecta.

Cosmoaudiciones

El grito es, a la vez, la primera realidad verbal y la primera realidad cosmogónica. 

Gaston Bachelard, El aire y los sueños

El Big Bang, esa gran explosión a la que se atribuye el origen del universo, es una poderosa liberación de energía que varias veces ha sido comparada con un grito. El astrónomo estadounidense Mark Whittle, quien asegura haber escuchado el eco resonante del nacimiento del cosmos, cuenta que un principio no había estrellas ni galaxias ni personas, ni siquiera los átomos estaban bien formados. El universo no era más que una bola ardiente hecha de materia en expansión. “Y, sin embargo, dentro de ese mar de brillo, ya existían las semillas de todo lo que conocemos ahora, esperando el momento de desarrollarse […] Estas semillas eran sonidos, ondas de presión que corrían a través del fluido, una especie de sinfonía que no podríamos llamar propiamente música” (2004: 5). En el último momento de esta sinfonía de tres tiempos —un grito descendente, un profundo rugido y un siseo final creciente—, explica Wittle, este sonido primordial “alcanzó un crescendo único, diferente a cualquier otro: su cacofónico acorde final se disolvió para convertirse en la primera generación de estrellas” (idem). 

La idea del grito como sonido primordial está presente en múltiples relatos acerca de los orígenes. De acuerdo con la historia nahua de la creación del mundo, registrada por André Thévet en Histoire du Mechique (1543), el cuerpo de Tlaltecuhtli, señor o señora de la tierra, fue desmembrado por Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. Estos dioses, convertidos en serpientes, asieron al monstruo marino por sus cuatro extremidades y lo rompieron en dos partes: con una mitad se creó el cielo y con la otra la tierra. Se dice que sus gritos dolientes se escuchaban por las noches, clamando sangre y corazones, a cambio de los frutos necesarios para mantener la vida humana. Poco importa si lo que reventó fue una diosa o un hoyo negro; lo relevante de estas versiones sobre la creación del mundo es que atribuyen su nacimiento a un grito cósmico, cuya potencia dio origen a la vida y aún la sostiene.

Los maidu de California adjudican a un grito la creación del Sol. Se dice que en el principio no había nada, todo era oscuridad y agua. Un día, flotando sobre el mar, se aproximó una balsa que llevaba a dos personas: Tortuga (A’noshma) y Padre de la Sociedad Secreta (Pehe’ipe). Entonces, del cielo cayó una cuerda de plumas por la que descendió el Iniciado de la Tierra, a quien Tortuga se di rigió: “Hermano, ¿no podrías hacerme un poco de tierra seca, de manera que pueda salir alguna que otra vez del agua?” Y la creación de la tierra le fue concedida. Cuando hubo llegado la balsa a tierra, Tortuga volvió a pedir: “No puedo estar siempre a oscuras, ¿podrías hacer una luz para que yo vea?” A lo que Iniciado de la Tierra respondió: “¡Mira hacia el Este!” Y en aquella dirección comenzó a hacerse la luz, hasta que por fin brilló el día, y Padre de la Sociedad Secreta se puso a gritar tan fuerte de contento que hizo emerger el Sol.

El mito de la creación de los egipcios relata que en el comienzo del mundo existía un océano oscuro y silencioso llamado Nun, que contenía todos los elementos del universo. En sus aguas se encontraba diluido el espíritu divino, quien, de repente, cobró conciencia de sí, y dando un poderoso grito hizo nacer a Ra, dios del sol cenital: el que se creó a sí mismo, a todos los dioses y a todas las cosas del mundo. Lo primero en emerger de Nun fue el Benben o Colina Primordial, la primera materia sólida donde habrían de colocarse todas las obras de la creación; de este modo se separó la tierra del agua. La segunda aparición fue Benu, el Pájaro Primordial, cuyo grito creó el sonido, y este se impuso sobre el silencio. La tercera obra fue Atum, dios del sol del ocaso, cuya luz venció a las tinieblas.

En el Papiro de Leiden, manuscrito egipcio datado en el siglo iii d.C., se cuenta que el mundo nació de una gran carcajada de Dios:

Habiendo reído nacieron los siete dioses que gobiernan el mundo. Soltando una carcajada, apareció la luz […] Estalló en risa por segunda vez y todo fue agua. A la tercera carcajada apareció Hermes; a la cuarta, la generación; a la quinta, el destino; a la sexta, el tiempo […] Luego, antes de la séptima carcajada, Dios aspiró gran cantidad de aire, pero en verdad se rio tanto que lloraba de risa, y de sus lágrimas nació el alma [en Reinach, 1912: 112].

En la mitología japonesa se habla de Amaterasu y Susanoo, dos hermanos en pugna. Su padre, Izanagi, decidió repartir los poderes del mundo entre sus hijos —incluyendo a Tsukuyomi, quien no forma parte de la disputa—. A Susanoo le fueron entregados los océanos y las tormentas, y a Amaterasu el sol y el cielo. El primero, no contento con este reparto, desencadenó una serie de enfrentamientos con su hermana, quien, para defenderse, se escondió en una cueva, dejando al mundo sumido en la oscuridad y el caos. Se cuenta que aproximadamente ocho millones de kami o espíritus de la naturaleza se reunieron afuera de la cueva para tratar de sacar a Amaterasu de su escondite y recuperar el sol. Entonces Ame-no-Uzume, la diosa de la felicidad, se puso a bailar frenéticamente frente a la cueva y, mientras esto hacía, dejó caer su túnica y quedó desnuda frente a todos. Los kami soltaron una carcajada tan estruendosa que llamó la atención de la diosa escondida, quien, por curiosidad, se asomó a hurtadillas y fue jalada hacia afuera. De esta manera volvió la luz al mundo.

Se dice que Fane Kantsini (Tres Colibrí), rey fundador de la nación chontal de Oaxaca, nació de un huevo. Durante las guerras que sostuvieron chontales y zapotecos en el siglo xiv sucedió que una mujer, que iba huyendo del cerco zapoteco hacia el pueblo más próximo, se escondió en la cueva de una montaña y ahí encontró un gran huevo. La mujer lo llevó a su casa para cuidarlo y que no muriera. Un buen día, el huevo gritó, se quebró y de él nació un niño que liberaría al pueblo chontal del yugo de sus enemigos.

A propósito de los objetos que gritan, se cuenta en el Lebor Gabála Érenn (Libro de las Invasiones) que los Tuatha Dé Danann o “Tribu de los dioses”, el quinto grupo de habitantes de Irlanda, poseían cuatro tesoros mágicos que habían adquirido en distintas ciudades. Uno de ellos era Lia Fail, o Piedra del Destino, traída de Falias e instalada en la colina de Tara, lugar sagrado donde los antiguos reyes de Irlanda eran coronados. Se cuenta que esta piedra emitía un grito como signo de aprobación, cuando la tocaba un candidato al trono que tenía los atributos para ocupar el cargo.

Los elementos de la naturaleza también participan de la obra creadora y destructora del mundo. Fuego, aire, tierra y agua, en sus estados más violentos, comparten la energía elemental del grito. Los fenómenos furiosos del viento como la tempestad, la tormenta o el huracán, dice Gaston Bachelard, simbolizan la cólera cósmica que producen “los monstruos del aire […] un espejismo sonoro que proyecta el espanto en las cuatro esquinas del cielo” (1980: 280). En la tradición oral de los chortí, habitantes de Chiquimula, Guatemala, se habla de los chicchanes o serpientes míticas responsables de los fenómenos del cielo y de la tierra. Se piensa que las tormentas son causadas por el paso veloz de un chicchan, que el arcoíris es su enorme cuerpo extendido en el cielo y que el trueno es el grito que emite para comunicarse con sus compañeros que están al otro lado del firmamento, quienes responden también con truenos; por eso también se le llama Ah kirik-n-ar, “el que truena” (en Wisdom, 1961).

Otro ente serpentiforme relacionado con la fuerza devastadora de los elementos es Tifón. Esta deidad de la mitología griega, hijo de Gea, es un monstruo alado con 100 cabezas de dragón, a quien se le atribuye el poder de causar terremotos y huracanes con el movimiento de sus alas. A través de sus bocas, Tifón grita y silba, lanza fuego y lava. Nono de Panópolis se refiere a su grito como una voz que es, a la vez, eco de muchas otras: “el animoso grito de los leopardos, el ruido de las quijadas de los osos y los ladridos rabiosos de los perros” (Dionisiacas, canto II).

Raluvhimba es el dios supremo de la tribu bantú de los vendas y se hace presente a través de los fenómenos celestes: “su voz se deja oír en el trueno; los cometas, rayos, meteoros y terremotos, la sequía prolongada, inundaciones y epidemias […] En las tormentas aparece como un gran fuego cerca del kraal02 del jefe, desde el que le comunica sus deseos a través de la voz del trueno” (Smith en Eliade, 1980: 22). En la mitología antillana, el viento furioso que causa la tempestad recibe el nombre de Hurakán. Fernando Ortiz (1947) lo describe como “el monarca de todos los meteoros aéreos, a causa de sus titánicos estragos”, capaz de arrancar árboles del suelo, derribar casas y levantar por los aires animales, personas y navíos. Guabance es una semí o deidad ancestral femenina a quien se le atribuye la formación de los huracanes; se dice que cuando se siente ofendida envía su grito iracundo —jurakán— por todos los cielos.

Los héroes mitológicos también están dotados del poder del grito. La leyenda incaica sobre la fundación de Cuzco relata que cuando los primeros incas, los cuatro hermanos Ayar —Manco, Ucho, Auca y Cachi—, iban en busca de la que habría de ser su ciudad, Ayar Cachi, haciendo gala de fuerza, derribó un cerro con una honda. Los hermanos, recelosos de tal alarde, lo encerraron dentro de una cueva y sellaron la entrada con una gran piedra. Chachi intentó salir, y “empezó a dar grandes gritos […] y con las voces que daba y mucha fuerza que ponía tembló aquel cerro y se abrió por muchas partes” (en Gruszczyńska, 1995: 28).

En la mitología griega Esténtor fue un heraldo de las tropas aqueas que participaron en la guerra de Troya, conocido por su extraordinaria capacidad de gritar. Cuenta Homero en la Ilíada que “el magnánimo Esténtor tenía vozarrón de bronce y gritaba tanto como cincuenta hombres juntos”. Como el poder de los mortales siempre ofendía a los dioses, Esténtor fue desafiado por el dios Hermes a un duelo de gritos y murió “reventado como un sapo” (canto V). De acuerdo con El gran diccionario de la lengua griega (Liddell y Scott, 1904), el nombre de Esténtor proviene del verbo sténo, que significa gemir, y del sufijo tor, que indica una acción, es decir, “el que gime”, de aquí que el adjetivo estentóreo se utilice para referir a las voces potentes y a lo dicho con estruendo.

Los asuras, las deidades de más bajo rango en la cosmogonía budista, construyeron la ciudad aérea de Tripura —tres ciudades—, donde se asentaron y se dedicaron a deambular por todos los planos de la existencia, causando grandes estragos dondequiera que iban. Entonces Tripura fue destruida por Shiva, quien lanzó un proyectil que atravesó las tres ciudades destruyéndolas al instante. Mientras Tripura se desplomaba, los asuras dieron tales gritos que se oyeron por las tres tierras. Shiva lloró tanto al escuchar sus lamentos que llegó a ser conocido como Rudra, “el aullador” (de la raíz del verbo rud o ru, que significa “aullar”, “rugir” o “gritar”). En el Kumârasambhava o El origen de Kumāra, poema mitológico de la India escrito por Kalidasa hacia el año 400 d.C., se menciona que Rudra tuvo 11 hijos, los rudras, cuyo poder fue el hum-kāra, es decir, “proferir un grito amenazador”.

Muchas son las historias donde seres, mundos, ciudades y objetos son creados —y también destruidos, porque todo lo iniciático es liminal— por un potente grito. Cuando el demiurgo levanta la voz, el mundo se ordena bajo esa lógica dual en que suelen organizarse los símbolos primordiales: sonido-claridad-orden versus silencio-oscuridad-confusión. Con el grito se organiza el caos original: se rompe el silencio, aparece la luz ahí donde antes solo estaba la Nada y la vida comienza a existir a través de este sonoro decreto.

*Fragmento del primer capitulo del libro Una historia cultural del grito de Ana Lidia M Domínguez Ruiz editado por Taurus.