Para no variar, y como siempre fue a lo largo de su carrera, Diego Armando Maradona era el centro de la conversación aunque no estuviera en la cancha. Durante la transmisión del partido amistoso entre Brasil y Argentina del 23 de marzo de 1994, los comentaristas insistieron en afirmar una y otra vez que la Albiceleste lucía débil sin ‘el Pelusa’ en el campo. Prestaron más atención a su ausencia que al futbol desplegado por la Verdeamarela y el olfato goleador de Bebeto, autor del gol que hasta ese momento tenía arriba a los brasileños en el marcador. Lo único que pudo frenar la obsesión por D10S fue la interrupción en la programación de Televisa a cargo de Abraham Zabludovsky para informar que Luis Donaldo Colosio, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia, había sido víctima de un atentado con arma de fuego en Lomas Taurinas, Tijuana.

Mi madre también decidió interrumpir mi sesión futbolera para concentrarnos en la noticia. Le cambió a los noticieros de Televisa para seguir la cobertura de Talina Fernández desde el hospital al que fue trasladado el político. A mis 12 años era la primera vez que escuchaba y veía con conciencia que el periodismo —en este caso televisivo—, informaba algo tan grave y delicado que incluso los propios responsables de brindar la información estaban alterados, nerviosos. A todo el mundo le tomó por sorpresa un acontecimiento cuyo único antecedente comparable fue el crimen de Francisco I. Madero el 22 de febrero de 1913, es decir, ocho décadas atrás.

Fernández relataba con frases cortas en su característica voz ronca que el hermetismo era tenso, que los rostros de gente cercana al candidato eran de preocupación. Su tono era incierto, humano, distante de esa norma impuesta a reporteros que debían informar frente a cámara o micrófono como si fueran icebergs. La naturalidad en la expresión oral de Talina hizo pensar lo peor, y así fue. Ella misma dio a conocer que Colosio había fallecido. Murió asesinado. El noticiero de Jacobo Zabludovsky fue el culmen de su corresponsalía. El conductor de 24 Horas le notificó al aire que su reporte era: “una de las noticias históricas más importantes del siglo XX para México”.

La cobertura finalizó con dos nombres y un concepto que iban a repetirse a lo largo de las semanas siguientes: Lomas Taurinas, Mario Aburto Martínez y magnicidio. En periódicos, revistas y noticieros (radiofónicos, televisivos) fueron una constante para abordar el homicidio del candidato que incomodó a su propio partido y que generó la simpatía de millones de mexicanos mediante lo que muchos consideraron “una real esperanza de cambio”. Magnicidio fue una palabra nueva en el vocabulario de comunicadores y periodistas, o eso hizo notar su insistencia al repetirla en notas informativas, crónicas, reportajes y entrevistas.

¿Por qué lo mataron? ¿Quién fue el autor intelectual? ¿Por qué la candidatura recayó en Ernesto Zedillo Ponce de León y no en Manuel Camacho Solís? Estos fueron los cuestionamientos que trazaron la agenda informativa alrededor del asesinato durante los meses posteriores rumbo a los comicios electorales del 21 de agosto. A nivel mediático solamente hubo un tema que pudo competirle al magnicidio y las elecciones, la Selección Mexicana de futbol. 

La irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el escenario nacional fue relevante para los noticieros desde enero hasta marzo, mes del atentado contra Colosio. A partir de ese instante fue inconstante la atención que Televisa y la naciente Televisión Azteca le prestaron al movimiento zapatista. En contraste, el futbol cobró mayor notoriedad por la proximidad de la inauguración de la Copa del Mundo de Estados Unidos, el 17 de junio. El debut del equipo tricolor sería el día 19 de junio contra Noruega, un suceso de grandes dimensiones luego de que México fuera descalificado para participar en Italia ‘90 por el escándalo de ‘los Cachirules’. El Tri retornaba a un Mundial en el extranjero después de Argentina ‘78, pues no clasificó a España ‘82 y fue país sede en 1986. El furor por una nueva internacionalización se apoderó del interés popular, lo que representó un escaparate para la gestión del presidente Carlos Salinas de Gortari en aras de disminuir la atención hacia el caso Colosio. Los medios de comunicación jugaron a su favor. Asimismo, industrias como la musical también aprovecharon el boom pambolero.

Las Tropicosas —agrupación conformada por las actrices Lina Santos, Paty Álvarez y Eva Garbo— lanzaron el pegajoso y jocoso hit “La samba de Zague”, una canción tropical dedicada a la zancada de Luis Roberto Alves, entonces futbolista del América y uno de los delanteros nacionales que más esperanzas despertaba entre los aficionados. La Onda Vaselina le cantó a Jorge Campos, el ídolo del momento, símbolo de la unidad con la comunidad mexicana radicada en Estados Unidos; “Ya llegó Jorge Campos” aterrizó su letra en el género de banda, un ritmo que conectó con la gente en aquellos años gracias a la presencia de grupos como Banda Machos, Mi Banda El Mexicano y Banda Toro.

Esos tracks fueron incluidos en un disco titulado Nos vamos al Mundial. El plus de ese material era una letra homónima interpretada por Timbiriche. La canción se erigió como emblema sonoro de los espacios deportivos de Televisa. Fue el jingle introductorio y de despedida del programa Acción. Pronto fue absorbida por la audiencia y empezó a ser cantada o tarareada con ahínco de cara al debut mundialista. Lo mismo pasó con las otras canciones. De la solemnidad, la incredulidad y el estruendo del magnicidio, el ánimo social se transformó en fiesta colectiva con rezos, plegarias e ilusiones alrededor del equipo dirigido por Miguel Mejía Barón.

La presencia de Hugo Sánchez. Los cañonazos de Ignacio Ambriz, Alberto García Aspe y Marcelino Bernal. Los desbordes de Ramón Ramírez. El entendimiento con ojos cerrados de Claudio Suárez con Juan de Dios Ramírez Perales. La devoción a Jorge Campos. La afición en general, niños y adultos, hombres y mujeres, capitalinos y no capitalinos, se sentían fielmente representados por esos y más nombres que le devolvieron la fe al pueblo luego de la decepción que afloró con el castigo impuesto por FIFA a representativos mexicanos tras haber alineado jugadores con documentos falsos en el premundial Sub 20 de 1988. El país aprendió a soñar despierto con el subcampeonato tricolor en la Copa América de Ecuador 1993. Prólogo, por cierto, del dolor de cabeza que sería Argentina en décadas posteriores para México.

Las expectativas depositadas en la Selección eran altas. Más que temor, se sentía orgullo de asumir como reto el destino de enfrentar a tres selecciones europeas en el Grupo E: Italia, Irlanda y Noruega. Los rivales que arrojó el sorteo efectuado el 19 de diciembre de 1993 excitaron a periódicos como Esto, diario que publicó una nota con la cabeza “¡Que nos echen a Europa!”. El fervor patriótico aumentó el 24 de febrero de 1994, Día de la Bandera, con el triunfo de 2-1 contra Suecia en partido amistoso. Los goles de Javier Hernández y Jorge Rodríguez pasaron a segundo plano frente al escupitajo de Carlos Hermosillo al arquero Thomas Ravelli. Lo que a todas luces fue una acción reprobable y antideportiva, se vitoreó y asumió como una gesta casi heroica o de pundonor por no achicarse contra los europeos. Se percibió como un vaticinio de que el equipo estaba hecho para hacer sufrir al adversario que fuera. En 2020, entre risas, el exdelantero del Cruz Azul declaró a Telemundo que el escupitajo no estuvo bien pero que le dio mucha risa. Resumió así lo que simbolizó su agresión 26 años atrás para la afición, una gracia.

El sueño tricolor fue desayuno, comida y cena hasta el 5 de julio con la caída en penaltis ante Bulgaria en octavos de final. Habiendo perdido contra los noruegos, vencido a los irlandeses y empatado con los italianos, “nuestros muchachos” —mote utilizado por el narrador Enrique Bermúdez para referirse a los seleccionados nacionales— se toparon con lo que comenzó a construirse como una leyenda negra: la maldición de los penales. Cobró fuerza la narrativa de que nacimos malditos para patear el balón desde el manchón. A final de cuentas, los búlgaros fueron mejores tiradores y esa Europa con que se envalentonó el periódico Esto fue más fuerte que el Tri. Sólo nos quedó la posibilidad de ser testigos de triunfos ajenos en lo que restó del campeonato.

Toda vez que culminó el Mundial volvimos a la realidad del acontecer diario con ligeros ecos futboleros relacionados a Brasil como tetracampeón mundial con Bebeto entre sus figuras, el asesinato del defensa colombiano Andrés Escobar y “el corte de piernas” a Maradona durante el duelo ante Nigeria para ir a la prueba antidoping. Dichos ecos resonaron en mí llevándome a recordar con cierto enojo que mi madre le cambió de canal y no terminé de ver el amistoso que al final ganaron los brasileños 2-0 con doblete de Bebeto. Me privé de ver completo aquel amistoso que fue la premonición de dos de los grandes episodios de la Copa del Mundo, uno de los cuales le daría la razón a los comentaristas obsesionados con el Diego: sin él en el campo, la Argentina “mutilada” no tuvo armas para aspirar al trono.

Esos ecos, aunado al ruido generado previo y durante el campeonato mundial, impidieron que pusiéramos atención debida a otros que se escuchaban como si fueran susurros. Unos sonsonetes que oíamos en nuestros hogares y en las calles dando aviso de la catástrofe que iba a registrarse en diciembre con el famoso “error” en los primeros días de Ernesto Zedillo Ponce de León como presidente. Se hablaba de crisis. Lamentos como “subió todo”, “no alcanza”, “la cosa anda mal”, entre otros tantos, fueron recurrentes en mi cotidianidad; familiares, papás de amigos y vecinos pronunciaban esas oraciones cargadas de temor por el “quién sabe qué vaya a pasar”.

Esas voces que se percibían a bajo volumen fueron estridentes en cuanto se devaluó la moneda poco antes de Navidad. Sin que se dieran cuenta de que tenía abierta la puerta de mi recámara y se oía con claridad su conversación, mis padres hablaban sobre la posibilidad de cambiarnos de colegio a mi hermana y a mí “por si no nos llega a alcanzar para pagar las colegiaturas”. Como muy contadas veces lo escuché, mi papá le dijo con tristeza a mi mamá que quizá debía despedirse de su consultorio de psicoanalista, asentado en la colonia Condesa, dada la imposibilidad de costear la renta frente al aumento en el alquiler que le notificaron horas después de nochebuena. Aquel consultorio, en gran medida, era nuestro sustento. “Hay que pedirle mucho a Dios”, pronunció mi madre para consolarlo. Así como ella, adultos de mi entorno externaron lo mismo para apaciguar sus respectivas mortificaciones como consecuencia de la incertidumbre financiera.

Lo único que pudo suavizar por un instante el dolor del golpe seco propinado por la crisis que hacía erupción fue la Selección Mexicana. De nueva cuenta el futbol fue bombero del gobierno en turno para distraer a los intranquilos compatriotas que hallaban en el balón un estímulo anímico. Retomando la vorágine patriótica del Mundial, se encendió el entusiasmo tricolor con la participación de México en la Copa Rey Fahd, otra prueba de internacionalización para “nuestros muchachos” luego de dar digna batalla en Copa América y Copa del Mundo.

Programas deportivos y secciones deportivas en los noticieros empezaron a “calentar” la presencia tricolor en Arabia Saudita como integrante del Grupo A junto a la selección árabe y Dinamarca. Partieron de la goleada 5-1 propinada a Hungría en el estadio Azteca el 14 de diciembre para reiterar que el Tri tenía argumentos para campeonar en un torneo que reunía a las selecciones reinantes de sus confederaciones. Los pronósticos alentadores rumbo al debut el 6 de enero de 1995 contribuyeron a olvidar que el cierre de 1994 fue crítico en materia económica para millones de familias.

Contrario a lo que ocurrió durante y después del atentado a Colosio, mi madre le apagaba al televisor para no ver ni escuchar las noticias. Bastante mortificación sentía con el incierto porvenir en casa como para atender informaciones que se negaban a mencionar la palabra “crisis”. Le fastidiaba que no dijeran la verdad, y para ella la verdad era el penar de mi padre siendo víctima del insomnio planeando qué hacer para sacarnos adelante. Viéndola, escuchándola, no sé por qué, quizá por esa comunión que forjamos con los nuestros cuando los vemos derrumbándose, tampoco quise saber nada de futbol en esas semanas.

No podía dormir nomás de imaginar panoramas terribles para nosotros. Sin embargo, la pesadumbre que me causaba pesadillas con los ojos abiertos era el apagón emocional de mi papá. Jamás me había tocado verlo tan frágil como en aquellos días, lo cual era raro porque era un tipo inexpresivo en cualquier circunstancia. Es más, su semblante siempre fue de hombre rígido, estuviera de buenas o de malas. En Navidad y fin de año del ‘94 conocí por primera vez a un hombre desdibujándose en sus expresiones, tanto orales como físicas. Si bien mi roble no se doblaba, sus hojas caían a velocidad amenazando el deterioro de sus raíces como el siguiente paso.

Pero mi madre, mujer entrona entre las tempestades, lo mantuvo a flote con una frase que tuvo a bien repetirnos una y otra vez para hacer equipo: “Todo va a estar bien”. Puso manos a la obra para ponernos el ejemplo con la venta de pasteles. Descubrimos así su talento como repostera y nos dio una lección sobre el hecho de perder la pena para salir a vender. Papás de compañeros del colegio, vecinos y familiares le compraban rebanadas. Primero lo hicieron por ayudar, pero sus creaciones gustaron tanto que empezó a recibir pedidos especiales. Yo le ayudaba a batir el huevo.

Nacido el 8 de enero, mi cumpleaños en 1995 fue festejado con un pastel de su autoría. Hoy día, a mis 42, agradezco a mi memoria por conservar entre los recuerdos de la crisis haber celebrado con el pastel más rico que haya probado. Sin ver futbol, sin ver noticias, produciendo pasteles, mi madre fue nuestra ancla en el principio de un sexenio cuya elección del mandatario entrante pasó casi desapercibida entre el impacto del magnicidio y el revuelo por la Selección Mexicana. Como se dice coloquialmente, “cayó el veinte” de que Ernesto Zedillo Ponce de León sucedió a Carlos Salinas de Gortari en la silla presidencial cuando el dinero escaseaba en millones de hogares.

“México otra vez eliminado en penales” tituló su nota el periódico La Jornada sobre la caída tricolor ante los daneses en la Copa Rey Fahd. Entonces sí empezó a hablarse de crisis, pero no financiera sino futbolística. Se desmoronaba el bastión distractor y de efusividad que fue la Selección Mexicana justo cuando más alegrías se necesitaban.