Hace ya algunos años supimos de la existencia de Rinoceronte, una librería encallada en el profundo sur; en esa ocasión, corrimos a entrevistarlos y nos contaron de esta arriesgada apuesta. Ahora, a cinco años, esta librería subsiste a pesar de la prueba de fuego que es la pandemia; como superviviente de la COVID-19, nos dan su testimonio.
Edgar Rivas.- ¿Cómo nace el proyecto?
Rinoceronte.- La librería fue fundada por Emilio Acosta y nosotros (Itzel Pedrozo y yo, Carlos Ramírez) teníamos un pequeño fanzine llamado Abul Abbas que se vendía ahí. Emilio siempre fue muy abierto a trabajar con ediciones independientes y es algo que hemos tratado de mantener nosotros también. Con Emilio la librería tuvo muy buenos momentos y también un gran catálogo, especializado en poesía principalmente, pero por diversos motivos llegó un momento en el que ya no pudo seguir haciéndose cargo del lugar. Nos avisó que nos iba a devolver los Abul Abbas que no se habían vendido y justo cuando estábamos en eso llegó alguien interesado en el traspaso de la librería. Así fue como nos enteramos de esa posibilidad y así fue como le entramos. Yo nunca había vendido libros (ni nada, de hecho), pero siempre los he comprado. De alguna manera, la mitad del trabajo es comprar libros; la otra mitad, venderlos.
ER.- ¿Cuánto tiempo llevan y cómo se ha desarrollado su trabajo?
Llevamos tres años y medio. Se ha desarrollado bien, me parece. Los libros son un universo inabarcable y aunque estamos abiertos tanto a lo que nos llega como a lo que nos pide la gente (es decir, si nos ofrecen un lote con libros de antropología o libros antiguos o firmados, que no son realmente nuestra línea, le entramos y vamos viendo sobre la marcha la dinámica de esos libros, es decir, su valor, su clientela potencial, etc…; o si la gente en la librería nos pide bestsellers o libros de matemáticas, pues también, en la medida de las posibilidades, tratamos de conseguirlos por más que no sea lo que buscamos normalmente). Entonces, aunque todos esos factores influyen en la configuración de la librería, por otro lado, también tenemos bastante claro el tipo de libros que nos interesa vender, y creo que eso es algo que nos ha funcionado bastante bien.
ER.- La pandemia sin duda fue una prueba muy dura para las librerías, ¿cómo les pegó esto y qué estrategias han ocupado para sobrevivirla?
R.- Llegó obviamente de golpe y tuvimos que reaccionar. No nos detuvimos en ningún momento. Los tres primeros meses de cuarentena que todo se paralizó, estuvimos con el local cerrado. Nos ayudó bastante que el dueño nos hiciera un descuento en la renta, pero de todas formas teníamos que buscar una manera de sobrevivir. Así que empezamos a subir más libros por Instagram y Facebook, la gente reaccionó muy bien y nos dedicamos a los envíos y las entregas en la ciudad. A partir de la pandemia ya tenemos entregas semanales en la ciudad, pues no todo el mundo puede venir hasta el sur a visitarnos. Las entregas eran mucho más sencillas en la cuarentena, cuando no había tráfico y todo mundo estaba en sus casas para recibir los libros, pero ya son parte de nuestra rutina.
ER.- Ahora Instagram es una de sus formas más activas de vender, ¿nos pueden platicar de esta experiencia?
R.- Durante la cuarentena fue prácticamente nuestro único canal de venta. Es muy importante porque nos permite llegar a gente de otras zonas de la ciudad o de otras ciudades. Es algo que cuidamos mucho, tanto en los libros que subimos, como en las fotos que tomamos o los textos que las acompañan; podríamos subir veinte libros al día sin ningún problema, pero evidentemente la calidad disminuiría, así que preferimos subir dos o tres, bien seleccionados, con fotos e historias que tengan un vínculo o un diálogo con el libro; además buena parte de los textos los escribimos nosotros, en especial cuando son libros que hemos leído. Es verdad que uno en las redes no se detiene a leer ni una décima parte de lo que le aparece, pero de pronto sí hay gente que nos dice que algo que escribimos de algún libro le llamó la atención o que no conocía a tal autor y por lo que escribimos se dio cuenta de que le interesaba… Tratamos de no volvernos repetitivos, por más de que tengamos algunas preferencias, y subir un poco de todo: literatura, poesía, filosofía, teoría del arte, cómics, ensayo, mitología, libros de cine, primeras ediciones, etc. Pero, en cualquiera de los casos, siempre hay algo en común: si subimos un libro es porque tiene algo especial, ya sea por lo raro o por su calidad, y creo que de alguna manera la gente lo percibe; si subimos un libro no es única y exclusivamente porque lo queramos vender, sino también porque vale la pena que la gente sepa que existe… un poco como la gente que sube videos de música a sus redes solo porque considera que es algo que merece ser conocido.
ER.- Una librería, así como una editorial, se distingue por su catálogo, ¿quién se encarga de ello y cómo se va generando esta selección tan minuciosa?
R.- Pues entre Itzel y yo vamos configurando el catálogo. Ella un poco más en lo que tiene que ver con arte, yo un poco más en lo literario. El primer criterio de selección es que sea algo que nos guste, que admiremos. Luego interviene la intuición, hay cosas que intuimos que pueden funcionar y les apostamos. Después está, evidentemente, la suerte. Por ejemplo: puse un anuncio en la administración de la unidad en la que vivo y a las semanas me contactó un señor que además de ser mi vecino había tenido años atrás una librería en la Roma y aún conservaba unos tesoros que le interesaba vender, cosas en realidad muy buenas. Pero tampoco se tiene tanta suerte siempre; para conseguir algo que valga la pena hay que buscar por todos lados, escarbar en bodegas, ir a casas de gente que se va a mudar y ya no quiere sus libros, asolearse en los tianguis, detenerse en cada venta de garaje o encontrar la aguja en el pajar de las librerías tradicionales de libro viejo…
ER.- ¿Qué más sigue o en qué otras cosas han pensado?
R.- Hay muchas cosas que se han detenido por la pandemia y que queremos retomar. Por ejemplo, las microsesiones de música experimental; también hemos albergado a la Biblioteca Itinerante de Coreografia (B.I.C.), hemos tenido exposiciones de artistas emergentes, de pintura, dibujo o cerámica y muchas otras cosas que han hecho de Rinoceronte un espacio siempre en movimiento. También, a largo plazo, nos gustaría contemplar la posibilidad de un local más grande, en otra zona de la ciudad, autoeditar libros inconseguibles y descatalogados, retomar el proyecto de Abul Abbas y juntarlo con Rinoceronte… Hay mucho por venir.
Contacto:
Rinoceronte
Mini librería y cafetería|
Av. Miguel Ángel de Quevedo 997, El Rosedal, Coyoacán, 04330 Ciudad de México, CDMX