Hace más de cuarenta años, la parrilla de la televisión por cable en Estados Unidos incluyó una señal cuyo fin principal sería transmitir videos musicales. La inauguración se dio al ritmo de “Video Killed the Radio Star”, hecho que no solo dejaba patente un dejo sarcástico que caracterizaría al nuevo canal, sino que también representa un posicionamiento respecto a los tiempos que corrían: la primacía de la música en el espectro de la cultura pop cedía su lugar al contenido audiovisual. A partir de entonces, no únicamente se comentaría si un tema era pegadizo o si los cantantes llegaban a las notas más altas, también sería fundamental qué tan guapos y guapas eran los intérpretes, qué tan sorprendentes eran sus vestuarios y coreografías, cómo se relacionaban las historias del clip con el tema que representaban.
Apenas terminó este párrafo, me doy cuenta de lo antiguas que suenan algunas palabras en él: video clip, televisión por cable. Es curioso cómo conceptos innovadores en los ochenta ahora nos suenan viejísimos ante términos como streaming o reel (la misma gata revolcada, diría mi amorcito). Precisamente por esta obsolescencia no recibí con sorpresa la noticia del “fin de MTV” hace algunos días. Más bien, me pareció la confirmación de que “la revolución no fue televisada” y terminó por engullirse a sí misma. La transformación tecnológica de los últimos tiempos y el cambio de identidad del canal son, a mi modo de ver, las razones principales por las que el 31 de diciembre de 2025 ocurrirá el fin de una era, la de la difusión de la video-música a través de la televisión convencional.
Antes de seguir, cabe hacer una precisión importante: MTV no muere (como lo hacen pensar varios titulares amarillistas), sino que saca del aire varios canales secundarios enfocados en la transmisión de contenidos específicamente relacionados con música (videos, programas especiales, la famosa serie Unplugged). Desde hace varios años, la señal principal tiene muy poco que ver con la música, al punto de que pocos años atrás la antes llamada “Music Television” decidió despojarse de la primera palabra, conservando la sigla por fines mercadológicos más que semánticos. No puede acusárseles, por tanto, de deshonestos.
¿Qué hace obsoleto a un canal cuya finalidad es reproducir videos musicales? Nada más y nada menos todos los servicios de streaming que ofrecen la posibilidad a los usuarios de hacer su propia curaduría audiovisual sin la necesidad de que un programador intervenga. Incluso los usuarios perezosos pueden dejarle esta labor al algoritmo para que seleccione el tema siguiente, ante lo cual los usuarios no suelen poner demasiada resistencia, o pueden saltar a placer hasta que la opción sea satisfactoria. Cierto es que estos canales musicales “de relleno” en tiempos recientes solían estar puestos en restaurantes para crear una atmósfera con melodías agradables y probadas, pero si esto ya lo hace YouTube con un mayor grado de customización y eficacia, ¿para qué gastar en un canal “de paga”? El concepto, encantador en algún momento, ya suena anticuado.

Considerando lo anterior, aun así, me atrevo a pensar que el progreso tecnológico no es el motivo fundamental por el cual agoniza la versión de clips en TV del canal. Casi desde su inicio, la cadena se vendió como un espacio para jóvenes buscando hablar su lenguaje y presentando contenido interesante para este segmento del mercado. De ahí que en los tempranos noventa lanzaron un concepto “auténtico” hecho a la medida de la Generación X: The Real World, un pionero de los reality shows donde seis veinteañeros compartían residencia, experiencias e historias de vida. En el programa resaltaba que, a pesar de sus diferencias étnicas y socioeconómicas, los residentes hallaban un espacio común para crear comunidad y empatía. En una de sus primeras temporadas, el show tuvo como figura destacada a Pedro Zamora, un inmigrante cubano, gay y VIH positivo. Como espectador, puedo decir que la representación de Pedro en la emisión estaba desprovista de dramatismo extremo, permitiéndonos simpatizar con un ser humano más allá de los prejuicios (especialmente en tiempos en los que el VIH aún era una de las grandes condenas sociales para los hombres homosexuales).
En los noventa, pocos hubiéramos anticipado en qué terminaría todo eso. De una emisión neta, el canal empezó a llenarse de otros contenidos vinculados con la realidad más o menos alterada: shows de bromas pesadas (Punk’d, Jackass), de citas (Next, Room Raiders) y hasta docuseries ya aderezadas con ese glutamato monosódico lamido morbo. Teen Mom o Sweet Sixteen se regodeaban en generar el interés de la audiencia a través del hiperdrama. El colmo llegó con The Osbournes, protagonizada por la figura del metal Ozzy Osbourne y su familia. En un episodio especial, los mismos creadores y las estrellas de la serie mostraron cómo primaba el show sobre la realidad, mostrando al Príncipe de las Tinieblas en varias tomas, incapaz de recordar su diálogo ante las cámaras.
Como si de “Casa tomada” se tratara, la música dentro del canal fue cediendo cada vez más espacios a estos realities adulterados hasta ser desterrada de la señal principal. Ahora, la salida del aire de estos canales secundarios sí marca el fin de una era; no la de los videos musicales, pues estos viven en las plataformas de streaming, las pantallas de celular y cualquier dispositivo con conexión a internet. Terminó un modo de consumir y apreciar la música, la idolozación de los VJs, la expectativa por ver el estreno de un nuevo video clip a través de la emisora. Pura nostalgia, dirán los de corazón de cemento; yo, por el contrario, puedo decir que MTV fue un compañero diario de los quince a los veinte (aproximadamente), y que este recuento me deja un poco melancólico, con ganas de ver un último episodio de Nación alternativa a la vieja usanza solo para darle la despedida adecuada a esa parte de mi juventud.
¿Y la radio? Se ríe mientras ve las ruinas de quien amenazó con destronarla, destapa otra cerveza, antes de anunciar el nuevo hit de la temporada.
