Que se abra lo que estaba cerrado, sí: la comprensión es acceso y confluencia venida de no se sabe bien dónde, aunque los dictadores de la concreción se afanen por convencernos de que pueden explicárnoslo. Nada del todo cognoscible explica la ferocidad de esta belleza. Cuando en el célebre libro “Las puertas de la percepción” Huxley avanza sobre el nombre que ha elegido según la cita de Blake, nos ofrece esta joya que no quiero dejar de anotar ahora:

El afán universal y permanente de autotrascendencia no puede ser abolido cerrando de golpe las más populares Puertas del Muro. La única acción razonables es abrir puertas Mejores, con la esperanza de que hombres y mujeres cambien sus viejas malas costumbres por hábitos nuevos y menos dañosos. Algunas de estas puertas mejores podrán ser de naturaleza social y tecnológica, otras religiosas o psicológicas, y otras más dietéticas, educativas o atléticas. Pero subsistirá indudablemente la necesidad de tomarse frecuentes vacaciones químicas del intolerable Sí-mismo y del repulsivo ambiente. Lo que hace falta es una nueva droga que alivie y consuele a nuestra doliente especie sin hacer a la larga más daño del bien que hace a la corta.

En la porción Norte del mundo la primavera acude invitando a la reproducción de las especies. Afrodita seduce para lo fértil y el placer que aquello conlleva. La esperanza, esa de la que Ernest Bloch hablara a pesar de que la muerte cubría a una buena parte de la humanidad en plena crisis de la posguerra, implica la renovación en términos incontinentes. Eros supondría la muerte solo si tal sacrificio provocara la humedad en la cual germinan los nuevos organismos. Aperiere, las puertas de lo incomprensible muestran sus flores y sus frutos:

Si las puertas de la percepción

quedaran depuradas,

todo se habría de mostrar al hombre

tal cual es: infinito.

Eso es lo que dice Blake. Pero no termina ahí su texto publicado en “Las bodas del cielo y el infierno”. Al final de su “Visión memorable”, remata:

Pero el hombre se ha recluido hasta no ver las cosas

sino a través de las aberturas de su caverna.

¿Cómo acompañar esos caminos en la ceguera que da el placer? Ninguna recomendación común y corriente, las canciones que están en la punta de la lengua. Letras y combinaciones, cópula de los géneros. Abril, dicen desde su electro-swing los de Caravan Palace es la…

Primavera salvaje rugiendo en mi calle
Abril, por favor, baja el arma.
Viento frío, ramas desnudas en los árboles.
Abril, por favor, ayúdame a correr.

Corriendo en la naturaleza
Lejos del pasado

No celebrar a los niños, sino a la infancia salvaje

La máscara de la niñez fue creada por el adulto que la ha usado para hacer creíble su voluntad moduladora. Monstruoso, el corregidor pide respeto luego de haber amenazado con el látigo. Yo aprendí a reírme de ellos. ¿Qué te exime? —podría preguntarme un educador para reprenderme antes de la pérdida de su autoridad y ante su posible ridículo. Esa circunspección con la que agita sus puños frente a tu cara, en el punto de un llanto oculto tras la rabia. Internacionalmente a la infancia se le conmemora el 20 de noviembre: una fecha que fue marcada en el calendario por la Organización de las Naciones Unidas en 1959 en Ginebra. Se establecía así la Declaración de los Derechos de los Niños. Uno de ellos: el de la supervivencia, que indica que su cuidado no es una obviedad. A ellos suele matárseles por los mismos motivos simples que tienen las voluntades asesinas que enfilan su daga hacia cualquier cosa que se mueva. En México Álvaro Obregón, quien fue huérfano, lo decretó el 30 de abril de 1924. Los porqués culposos eran evidentes, pues habrá que imaginar los cadáveres de infantes al final de las batallas de la revuelta revolucionaria, aunque dudo que la conmemoración haya cambiado en mucho el desamparo que dice observar. Por eso una primera protección que enarbolo es la del derecho al delirio: ¿dónde nos sentimos más jóvenes sino cuando los seres de otros mundos nos susurraban verdades al oído? ¿Han pensado en los niños wixárikas elegidos que a sus nueve o diez años ya dialogan con los espíritus? Y protegerlos de la cultura administrada para su docilidad es para mí un objetivo honorable: la reverencia y el cuidado de sus visiones salvajes. La única infancia que añoro es la de los ensueños de felicidad innegociable. Eso es lo que hace a un buen guerrero.

La madre tierra, esa usurpada

Las pobres madres, vilipendiadas y odiadas solo porque han llorado la sal de la tierra. Así la madre del mundo, malmirada hasta el hartazgo, que amamos por contagio, pero dejando de pensarla ligada a nosotros íntimamente. A ella ya no se le habla ni se le consulta, ahí el problema. Quizá porque ha enloquecido de rabia, o porque nosotros lo hemos hecho antes. Y regular aquello que permitiría salvarla es vano mientras lo primero no ocurra: el esclarecimiento de sus designios terribles. Pero ¿qué vamos a saber nosotros, imbéciles que movemos las pompas al ritmo de bailecitos de oligofrénicos tikititoketes? Pero a ver: me calmo un resto. La fecha de celebración —22 de abril— señala una serie de acciones que no tenían mal propósito, aunque sí ingenuidad, como la que se circunscribe a las meras buenas intenciones de los poderes. Se trató de una reacción popular provocada por un derrame petrolífero en 1969 en las costas de Santa Bárbara en California. Gayrold Nelson, senador y activista, convocó entonces a las universidades a tomar las calles. Había ya antecedentes: John McConnell, otro activista por la paz, propuso su conmemoración el primer día de la primavera. Luego, según rezan varias fuentes, todo fue progresando sospechosamente. Pero, más allá de suspicacias, lo cierto es que sin una conciencia del contexto en el que el saqueo y la corrupción tienen lugar, culpar al ciudadano de que no recicle su basura es, ya lo sabemos, una tomada de pelo. Todas las aparentes virtudes ecologistas sin su politización son —como dice una parte del refrán contemporáneo— mera jardinería. La tierra seguirá muriendo, y nosotros con ella, salvo si se llama a cuentas a los culpables directos, cancelando a la vez su manera de obtener beneficios a costa de la vida. Aquellos que la expolian y la hieren guiados por los intereses más estrechos e idiotas: el de la supremacía de hombres y mujeres sobre todas las especies, y el derecho robado de su usufructo y explotación.

Semana Santa

No se puede decir mucho sobre Semana Santa, que no se sepa ya. Vamos entonces a los videos y a los memes chuscos, par favar. Cristo cae de boca de la Cruz en una representación: trae el rostro lleno de mole; otro Cristo es redimido por alguien del público en la procesión de Iztapalapa… se sube al escenario y le propina tremendos mamporrazos a los soldados en la representación; otro más abre la puerta de la morada de una extraña María Magdalena en una favela de Belo Horizonte; otro Jesucristo musculoso viaja en la parte trasera de una Kawasaki Z500 cargando un MK18 para repartir verdades incontestables; otro Chucho se electrocuta gracias a un cable de luz que estaba a la altura del staticulum; y uno más, en plena procesión, se desencadena y enfrenta a puño limpio al sadomaso que ya estaba comenzando a ponerse inflexible. Los últimos días de Jesucristo señalan la vida cotidiana afectada por una liturgia que se comprende muy poco en su lectura social y esotérica. Pero la muerte y la resurrección son ideas interesantes que están presentes en muchas otras creencias, incluidas las que se imaginan no litúrgicas. En este caso, leer los evangelios es mucho mejor que el ácido lisérgico: la redención es el hilo tensor de todo, pero cada relato llega a ello mediante nudos narrativos complejísimos. Y ahí se corrobora esa máxima contemporánea que ridiculiza a los autores y sus veleidades soberanas: la Biblia ha sido escrita por muchos puños. Desde los de la Pascua judía, que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto, pasando por siglos posteriores, el Triduo Pascual en el II, o los de los concilios en los que algunas partes confusas se corregían, o las peligrosas para la interpretación se cortaban. Fue, justamente, en el siglo IV que en el Concilio de Nicea se fijó la fecha de la Pascua cristiana como una estrategia de aculturación de las más importantes en la historia de la humanidad. Con ello se ha penetrado y se han roto los límites de muchas otras culturas. Así, la alegorización del sufrimiento de un ser vivo a manos de otros tantos ha sido uno de los dispositivos más eficaces para el asesinato y la dependencia formativa per saecula seculorum.

Shakespeare, el de las mil máscaras

Se dice que falleció el 23 de este mes. Mil cosas sobre él, así como tantas máscaras. Me entero entonces de que hay algo llamado Teoría oxfordiana de la autoría de Shakespeare, que sostiene que el autor verídico de las obras fue el XVII conde de Oxford, Edward de Vere. Existen muchas otras que sustentan algo similar: que Shakespeare era un prestanombres para ocultar a otros del escarnio o la vergüenza de hablar con la verdad. Francis Bacon fue otro de los candidatos. Hay los que cuestionan que el William Shakespeare que habitó Stratford-upon-Avon no es el autor de sus obras. Se nombran a sí mismos los antistratfordianos. Aquellos que, por el contrario, reconocen al dramaturgo como el autor verdadero se hacen llamar los stratfordianos. Y así más ridículos basados en las verdades incontrovertibles que no lo son tanto o que, sencillamente, no lo son. El moralista suele cambiar la conversación en este punto, y puede entenderse por qué: si cuestionásemos puntales tan importantes como los del lugar común cultural, ¿qué les queda a nuestros asideros, a las naciones y los sexos, a los gustos y las filiaciones? Pero, lo que a unos les da vértigo, a otros nos extasía. Así pues, yo, ante el dilema de la autoría de las obras shakesperianas, me nombraría a mí mismo como anti-pro-stratfordiano, lo que podría definirse de la siguiente manera: Shakespeare sería algo parecido a un taquión: una partícula hipotética que tiene la capacidad de moverse a grandes velocidades supralumínicas, como lo hace la luz. Esto le ha dotado de un tiempo propio, que es imaginario, pero no por ello no-pensable. De este modo, compartiría un efecto que se diferencia del de las partículas reales: su velocidad crecerá al decrecer su energía. Y ya, bye.

Sí ¡otra vez el día del libro!

Me encanta joder por este lado. Los promotores del libro están parados sobre aguas movedizas: el año pasado, sin ir más lejos, estábamos mejor en índice de lectura que este. Pero eso era ya patético. Según datos publicados recientemente desde el Módulo sobre Lectura del INEGI, la población de lectores que rebasan la edad de 18 años pasó de un 84.2% en 2015 a un 69.6% en el 2024. Son 14 puntos porcentuales de caída. ¿Causas? Según mi postura, no son las pandemias, ni los videojuegos, ni las redes sociales. Tampoco todo junto. Porque todo eso también es un efecto. Diría, acercándome quizá al origen del problema, que es el capitalismo… pero eso también es demagogia. ¿Qué capitalismo? El del sentido, el de la distribución de significantes como obleas para la redención de fin de semana. Un capitalismo de las mil opiniones, aderezadas con grandes silencios. El de la idiotez, entonces, pero ¿cuál? ¿Incapacidad para adentrarse en el significante? ¿Qué es eso? —preguntará el defensor del status quo¿a qué te refieres? El lugar sobre el que apoyamos los pies, por ejemplo. Su nombre, pero no su nombre. Su cosa en sí. No su descripción detallada, sino justo lo contrario. Los libros, lo que no-son. Porque el sí-libro es un fetiche. ¿Qué hacen los libros, o los no-libros? ¿Qué hace su negación descentralizada? Nos hace vivir, pero no como los que dicen que sí están vivos. Tampoco como dice en los libros que hay que vivir. Nos hace vivir más allá de la vida instrumentalizada, según la fijación de significados y de la concepción de lo vivo que quisieran significada para nosotrxs. El problema no es la lectura, sino el tipo de vida defendida detrás de ella, o fuera de ella. O dentro. Pero más allá de ella. Ustedes ¿me entienden, no? ¿No? Carajo… entonces, probablemente sea yo quien esté mal… O no.