A mi amorcito, por su aportación esencial a la escritura de este texto

Hace unos años, publiqué en Registromx (hermana mayor de esta heroica publicación) una reseña sobre el documental Hot Girls Wanted. Dicho texto trataba sobre el mundo del video sexual explícito en los 2010, siguiendo la incursión de cuatro jóvenes mujeres en él. Uno de los puntos que más me llamó la atención de Hot Girls fue la reflexión acerca del trabajo en tiempos recientes: en él vemos a las chicas agotadas, con poco tiempo libre y constantemente preocupadas por figurar en un ámbito competitivo donde los seguidores y los likes alimentan las carteras… y el ego.

En una nota nada relacionada, la cantautora estadounidense Taylor Swift lanzó el pasado 2 de octubre su duodécimo álbum titulado The Life of a Showgirl. Apenas el año pasado, Swift publicó THE TORTURED POETS DEPARTMENT (así, con mayúsculas) al tiempo que seguía haciendo presentaciones de su gira mundial The Eras Tour. Si no está presente en los medios por su trabajo como artista, se habla de ella por su relación con el jugador de la NFL Travis Kelce, sus posts en Instagram, sus amistades y enemistades con diversos personajes del showbiz. Ya me agoté sólo de hacer este recuento sobre los ires y venirse de uno de los iconos pop más importantes de los últimos años.

Ahora, ¿necesita Swift ganarse un lugar en la industria musical? Ciertamente no: ya lo tiene. Cada nueva colección de canciones rompe un nuevo récord de escuchas, cada gira genera millones de dólares. Ella y sus descendientes por varias generaciones tienen asegurado un futuro próspero. Podríamos decir que tanta atención es motivada por medios voraces que buscan satisfacer su hambre de notas con una figura que siempre pagará con muchos views. Sin embargo, la misma cantautora motiva el tráfico hacia ella; me huele a que busca ser vigente en un mundo de viralidades pasajeras, celebridades desechables y tendencias efímeras. Eso es un trabajo de 24/7.

Por si no fuera suficiente presión, falta añadir que Swift compite con sus contemporáneas Katy Perry y Lady Gaga, entre las cuales ya tiene un puesto privilegiado; la dificultad crece cuando su lucha por permanecer vigente la encara con las que vienen: Billie Eilish u Olivia Rodrigo. Es una práctica común de la industria que la fascinación por la novedad se desvanece pronto y que las figuras ya conocidas terminan por volverse una nota al pie con gran reconocimiento y popularidad, pero ya no están en la cresta de la ola marcando la conversación. Al menos por ahora, Tay Tay no quiere convertirse en referente, sino que busca mantenerse como tendencia.  Por tanto, no es de extrañar que haya invitado a Sabrina Carpenter —princesita en ciernes— a colaborar con ella en el cierre de Life of a Showgirl. ¿Sororidad o conveniencia? Permítanme pensar mal.

Entonces, el disco. ¿Está bueno? Empecemos por decir que, en este punto de su carrera, Swift ya tiene los recursos económicos y técnicos para hacer música que suena “bien”. Tras la parrilla de producción está Max Martin, a quien nada más le debemos el sonido pop de los últimos treinta años. Además, Taylor ya se sabe la fórmula: estrofas casi recitadas a media voz, coros donde le echa un poco más de ganas y puentes para conectar. Es un hecho que Showgirl no suena como las máquinas de éxitos Red y 1989, como tampoco sorprende con giros introspectivos como folklore o evermore (así, con minúsculas). A mí me suena aburrida de cantar estas piezas, aun teniendo todo a su favor para lograr una gran obra.

Además de recurrir a fórmulas gastadas, hay momentos en Showgirl francamente pobres. En “Opalite” nos tira joyas líricas como “Life is a song: it ends when it ends”. Muy comentadas también son las melodías que acaban sonando mucho a otra cosa. Por ejemplo, si yo fuera Black Francis de los Pixies, ya le hubiera hecho una llamada a mi equipo legal para indagar si conviene pedir unos miles de dólares por la semejanza entre la secuencia de acordes de “Actually Romantic” y “Where Is My Mind?”. Volviendo a las letras, mi amorcito me hace notar la reiterada paranoia de la cantautora respecto al juicio de otras mujeres: el famoso “¿qué me ve esa vieja?”.  Esto ya dio pie a una controversia con su colega Charli XCX (más producto de los fandoms que de cualquiera de las involucradas). Se refiera a la cantante británica o no, las líneas sobre confrontar a otras ahí están, lo cual no abona mucho a que Tay Tay salga de patrones medio chafas para una artista empoderada de su nivel.

El disco, en conclusión, podría pasar sólo como un punto bajo en la carrera de Swift, lo cual es esperable en cualquier creador. Sin embargo, lo que vuelve este hecho significativo es pensar que —notando que el material es mid— Tay Tay podría ser un poco autocrítica, guardar esta colección en el cajón y trabajar un poco más en su arte para realmente sorprender en unos dos o tres años con un bombazo. Por el contrario, ella parece haber preferido vender otra vez el mismo disco en varios colores y sabores para que el ego y la viralidad no queden insatisfechos.

Regreso en este último párrafo a Hot Girls Wanted. En el documental, el reclutador de las potenciales porn stars confiesa que sus carreras en la industria suelen durar 4 meses máximo, dada la demanda física y emocional que el trabajo requiere de ellas. Taylor, por su parte, es otra millennial trabajando sin descanso para no dejar la cima. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que las luces de los reflectores la derritan? Rihanna, otra contemporánea de Tay Tay relajó el paso frenético de 8 álbumes en 8 años al punto de estar más concentrada actualmente en otros negocios y en su familia que en la música. Por su parte, Lana del Rey ha mantenido un ritmo constante de lanzamientos, pero con un compás tan calmo como varias de sus canciones. ¿Nos traerá el futuro una Taylor aburrida de aquí al fin de su carrera, o habrá que esperar (como los cínicos vaticinan) al eventual disco de divorcio? Tantita madre, dejen que se case primero.