La década de los noventa en México era una época extraña, entre la corrección moral y la ruptura, en la que en la contracultura se empezaba a visibilizar el trabajo de una nueva generación de artistas en casi todas las artes, los cuales empezaban a generar propuestas transgresoras. Uno de los hitos que marcó esta época fueron los polémicos calendarios de la artista pop Gloria Trevi, en los que la presentaban en poses semidesnudas, como colegiala, o bien como revolucionaria. La artista atrás de esta serie de calendarios fue la fotógrafa Maritza López (Ciudad de México, 1948) quien vio este proyecto no como un simple encargo, sino como una oportunidad para ir más allá de lo establecido, transformando a la cantante en un ícono transgresor y utilizando programas de computación en una época en que era una herramienta casi desconocida en México.

A más de treinta años de este proyecto fotográfico, Maritza López fue reconocida con la Medalla al Mérito Fotográfico del INAH. Este reconocimiento no es nada más un homenaje personal, sino un acto de justicia histórica para una de las mujeres fotógrafas que, siguiendo el legado de Lola Álvarez Bravo, Mariana Yampolski y Graciela Iturbide, entre otras, se abrió paso en un campo dominado por hombres.

El trabajo de Maritza López es un caleidoscopio de géneros: desde la imagen documental y de corte social (realizó unas series sobre Cuba y Nicaragua) hasta desnudos inusuales, fotorreportajes, trabajo de estudio y proyectos comerciales, y cuya carrera de casi seis décadas constituye un mapa alternativo de la fotografía mexicana, un territorio que ella ha explorado con una curiosidad que define tanto su obra como su persona.

La provocación en Maritza López no nace del afán de escandalizar, sino de una pulsión lúdica y curiosa. Este espíritu, que se remonta a su juventud en los años sesenta y su fascinación por la contracultura, se ha mantenido como el motor central de su práctica. En una de las tantas entrevistas que ha dado dice: “Me interesa juguetear con lo normal, no me gusta ser muy normalita. Siempre he tenido esta intención de transgredir un poco”.

Antes de los estudios y las portadas de discos, estuvo en la calle como fotorreportera, lo que marcó para siempre su mirada. Con una audacia temprana, su primer reportaje retrató al comediante Resortes en la intimidad de su camerino, un enfoque que delataba su interés por aquello que no se ve, que se oculta tras bambalinas. Este principio guió su trabajo documental, llevándola a capturar momentos históricos cruciales: desde los discursos de Fidel Castro en la Plaza de la Revolución en Cuba hasta la figura del Comandante Cero, Edén Pastora, en la revolución sandinista de Nicaragua. En estas imágenes, la emoción de la historia se combina con el ojo de una fotógrafa que persigue hechos congruentes con su ideología, construyendo un archivo visual de resistencia y lucha.

Si hay un género donde su espíritu transgresor encontró una expresión más pura y desafiante, fue en la fotografía de desnudos. A mediados de los setenta, su trabajo de retratos femeninos, masculinos y de pareja para la revista Eros fue pionero y radical en el contexto mexicano, al punto de contribuir a la censura y desaparición de la publicación; pero para esta fotógrafa el desnudo fue una inquietud que venía de sus primeros días fotografiando la danza y los cuerpos en movimiento de figuras como Guillermina Bravo y no un azar. Con los años, ha evolucionado de una estética academicista de origen grecolatino a una exploración inclusiva de la diversidad de corporalidades, desafiando los ideales de belleza predominantes y reafirmando el cuerpo como un sitio de poder y representación.

Maritza López es un testimonio de evolución y adaptación, pues va de la restauración al fotoperiodismo, de la plata a lo digital, de la danza a la publicidad, pero siempre manteniendo una coherencia inquebrantable con su deseo de jugar con lo normal. Su carrera es un alegato a favor de la curiosidad, la resiliencia y la osadía creativa, una postura ética y estética frente al mundo.