Fue la imagen de la balacera en Minatitlán del viernes 19 de abril del 2019 la que quedó en mi cabeza como una postal de vacaciones.
En un cuarto de paredes rosa pálido, el piso manchado de rojo vivo, tirados una mochila azul, sillas de plástico y catorce cuerpos, solo uno de los manteles ha quedado limpio. Intacto. Esta es la postal. Un mantel ha quedado blanco después de catorce muertes por disparo.
Son sobre todo las cosas que no están cubiertas de sangre las que llaman mi atención.
Entre los muertos aparece un niño de dos años de edad, ¿y si está solo acostado, haciéndose el muerto? Tiene los piececitos encima de la pierna del cadáver de un adulto. Uno de sus pies ha perdido un tenis. Parece que el niño está dormido. Como si su madre hubiera tenido que ir al baño antes de terminar de acostarlo. El niño está muerto y no dormido.
No entiendo de política. Apenas diferencio el socialismo del capitalismo. ¿Cuántos diputados integran la Cámara? ¿El artículo cuál asegura qué?
La violencia en números y, aunque aumenten los números, la desesperación más bien parece estar congelada, como en la foto. ¿Hemos congelado la tasa de nuestra desesperanza? ¿Ha sido por mantener el sentido común? ¿Común a qué? ¿O es simplemente proporcional? Proporcional a nuestra indiferencia.
Un día después de la balacera, el presidente de México se graba con su celular en un hotel en Veracruz, desde la altura donde se avista el puerto de noche. Hay música de fondo con marimbas. El presidente habla sobre los quinientos años que celebra Veracruz. Dice que la alegría también es cultura, y se le ve contento, celebrando. Sus palabras, sus gestos, me recuerdan que durante veinte años estuvo queriendo estar ahí. Estuvo queriendo el poder. ¿El poder qué? El poder hacerse una versión ideal de los hechos que suceden aquí. Aquí en México, donde cada presidente se cuenta su historia. Su monografía de papelería.
No les interesa la realidad.
¿Y a quién sí?
No es el presidente. Que el presidente se monte su propio espectáculo y personalice su propia postal audiovisual veracruzana. El mismo estado donde asesinaron a un niño de dos años junto a catorce personas. El presidente de México es el presidente del País de la Indiferencia.
La desesperación es de dientes para afuera. Inmóviles. Estamos en el lugar en donde, por lo menos, tenemos el poder. Sí: el poder de quedar intactos. No importa a quién se mate, no importa qué suceda. Mi indiferencia es tu indiferencia. ¿O por qué no hago nada más que balbucear?
Hay realidades que conviven en este país y nunca se van a tocar. La muerte es siempre de alguien más. Balbucear, quedar intactos, blancos como el mantel.