
Es lunes por la mañana y busco un lugar en Pachuca para poder trabajar unas cinco horas seguidas. Llego a la Biblioteca Ricardo Garibay, la biblioteca central del estado de Hidalgo, recién reabierta. Mi cuerpo está aquí, pero mi mente sigue aturdida por las noticias del asesinato de dos policías de investigación este fin de semana por integrantes de la secta “Angelito negro 666”. Los acontecimientos ocurrieron entre las calles de terracería de la colonia La Loma, que pertenece al territorio desbordado del sur de la ciudad que poco a poco se mimetiza con la mancha urbana del Estado de México.
También, las condiciones de la biblioteca bloquean los intentos de concentración: no hay internet, hay objetos apilados como en una bodega, se nota la escasez de libros y en los baños los mingitorios están cubiertos por bolsas negras. Subo una foto a Instagram y varios comentan que parece una instalación de arte conceptual.
En la biblioteca todo está peor que hace quince años, cuando venía a escribir la tesis de licenciatura. Ya entonces llamaban la atención los contrastes de desigualdad marcados por la creación del Parque David Ben Gurion, impuesto en 2005 sobre terrenos ejidales adquiridos a cambio de nada. El parque vino acompañado de una barda que convirtió a la colonia de San Cayetano en un gueto encerrado junto a edificios de “lujo”, con el Museo del Futbol (que iba ser un museo de arte contemporáneo) y un panteón ejidal donde se supone fue enterrado “el Lazca”, el líder de Los Zetas en el 2012.

El parque fue construido durante la gubernatura de Manuel Ángel Núñez y el sexenio de Vicente Fox, en alianza de la Comunidad Judía, como homenaje a los criptojudíos que habitaron la región en tiempos virreinales. Sino mal recuerdo, lo que se decía en ese entonces es que se trataba de un intercambio cultural que prometía un parque Benito Juárez en Israel. Los árboles fueron donados por la Fundación El Keren Kayamet LeIsrael (KKL), organización sionista dedicada al desarrollo territorial en Palestina desde principios del siglo XX.
En el centro del parque está el pisal cubista de Byron Gálvez, de más de 32 000 metros cuadrados. Su mejor ángulo solo se aprecia desde el aire, como si hubiese sido diseñado para alguien que no pisa el lugar. ¿Para qué descender a lo que fue un polvoriento ejido comprado por migajas? La propuesta original de Gálvez para detonar la vida cultural nunca se concretó. El museo de arte se volvió el Museo del Fútbol y sus proyectos paralelos —de ciencia, tecnología o música— nunca llegaron. Después vino el abandono por varios sexenios hasta que el actual gobierno estatal decidió remodelar el parque sin tomar en cuenta a la biblioteca.

¿Qué dice de Hidalgo el abandono de su biblioteca central ante las remodelaciones alrededor de ella? No es solo una ruina: es un síntoma de decadencia cultural. En mayo del 2025 el parque fue rebautizado como Parque Cultural Hidalguense aunque las letras chiquitas que dicen David Ben Gurion siguen de pie. En su interior permanece un obelisco con el busto del arquitecto de la Nakba palestina que en 1948 significó la expulsión de setecientos mil palestinos de sus tierras y un mapa metálico del Estado Israelí, ejecutor de un genocidio que ya casi alcanza la cifra de sesenta mil personas asesinadas. El día de aquella reinauguración, varias personas se manifestaron exigiendo el cambio definitivo del nombre del parque.
Para la remodelación del sitio el gobierno estatal declaró haber invertido trescientos setenta y tres millones de pesos. El procedimiento hizo que la biblioteca central estuviera cerrada desde enero del 2024, mientras fueron creadas canchas de pádel, voleibol, fútbol siete, aparatos de ejercicio, un skatepark, un auditorio al aire libre, un laberinto de árboles y un ajedrez gigante cuyas piezas no se mueven. De todo esto, solamente una capa de pintura guinda alcanzó para la fachada de la biblioteca.

¿Cómo pudo habilitarse un “parque cultural” sin revitalizar a su biblioteca?, ¿será que las bibliotecas ya no importan en tiempos de la inteligencia artificial y plataformas digitales?, ¿será que se volvió un espacio “irrelevante” frente a la tan cacareada política de descentralización en una ciudad periférica sin bibliotecas?, ¿será que la culpa del abandono del recinto (como dijo un político influencer en redes sociales) se debe a la apatía de la gente de Pachuca por la cultura?
La biblioteca Ricardo Garibay es un espacio desperdiciado que podría catalizar otras de encuentro y pensamiento —más allá de las que ocurren en una unidad deportiva— en una ciudad desbordada. Si bien los tiempos han cambiado, las bibliotecas no solamente son sitios de lectura o espacios para albergar exposiciones, talleres y demás eventos que una política cultural medianamente efectiva requiere. Las bibliotecas pueden ser espacios que detonen nuevos sentidos de habitar la ciudad desde la reflexión, la cocreación y la justicia social.
El abandono de la Biblioteca Ricardo Garibay no es culpa de la gente, ni de su supuesta apatía (real o inventada). Es un punto ciego, un síntoma del fracaso de una política educativa, cultural y social que apuesta por el espectáculo y no por la construcción de sentido a través de la ciudadanía como agente de cambio. Siguiendo a Gilberto Gimenez, la cultura implica procesos simbólicos que orientan la vida social, pero también estructuras institucionales que excluyen y jerarquizan. Por eso debemos apostar por políticas que vayan más allá de murales chillones patrocinados por empresas privadas y de las narrativas del folclor vacío de los pueblos mágicos. Se trata de activar la creatividad social frente a la decadencia urbana y sus afectos tristes.