You are the party

That makes me feel my age

“Like a Friend”,

Pulp

A partir de comentarios y de la relectura de un par de textos publicados en este sitio me ha surgido una pregunta: ¿soy un cuasi-cuarentón reaccionario que, a la Jorge Manrique, piensa que “todo tiempo pasado fue mejor”? Antes de atreverme a contestar, me parece que se puede explorar la pregunta misma. Responder con hostilidad ante los cambios del entorno no es raro, está presente en la naturaleza tanto como la capacidad de adaptación; de ahí que la tentación de decir que “la chaviza se equivoca” sea una reacción difícil de eludir. Lo más divertido de todo es cómo los patrones se repiten, aun cuando la chaviza de un punto en el tiempo jure y perjure que ellos “van a ser diferentes, van a cambiar el rumbo, van a remediar los problemas de la sociedad”.

Cito con vaga memoria a una fuente que hablaba del principio del concepto adolescente como algo que data de mediados de los años cincuenta. Es decir, los humanos siempre han pasado por ese período, pero fue hasta esa década que el “adolescente” empezó a manifestarse como un ente que reta a la autoridad y los convencionalismos de la época, o al menos fue el primer momento en el que esto se expuso en un medio masivo. El mejor ejemplo es la película Rebelde sin causa (Ray, 1955) en la que se muestra a una juventud inconforme que expresa su insatisfacción con lo establecido a través de la música que escucha (puros tamborazos), la ropa que viste, su forma de hablar. No es casual que el prototipo del adolescente rebelde se haya originado en la década del cincuenta, época de opresión, restricciones y quema de brujas, la cual tuvo como consecuencia un aumento en el pandillerismo, el uso de drogas entre los jóvenes y —venturosamente— el surgimiento de los beat.

A partir de ahí, el contramovimiento se ha vuelto una constante en la sociedad: ante un conjunto de reglas establecidas, la chaviza responde con el impulso contrario, rechazando el establishment… hasta que ellos eventualmente se vuelven el establishment. Un breve recuento histórico a continuación: los hippies vs. la moralina cincuentera, los punks vs. la buena onda amor y paz, los yuppies vs. el cinismo (casi griego) de los pelos parados, los gruncheros vs. el materialismo superficial del capitalismo, y así sigue…

El lado trágico de la rebeldía adolescente es que está destinada a dejar de ser rebelde para convertirse en la regla. Casi sin darse cuenta, el fan de Nirvana tuvo que colgar su camisa de franela, cortarse la melena y dejar su McJob (Douglas Coupland dixit) para buscar una chamba que le aportara un salario suficiente para alimentar a una familia y pagar una renta… o simplemente porque se hartó de los jeans con agujeros y quiso comprarse un pantalón italiano de seda. El último capítulo de La naranja mecánica (que no aparece reflejado en la película, como recalca su autor Anthony Burgess) nos muestra cómo hasta la ultraviolencia pierde su chiste. Se acaba la novedad, la sorpresa, el peligro, descubres que tu playlist de batalla es idéntica a la programación de Universal Stereo.

Lo siguiente es pura química, porque el chavo de antaño descubre que hay una nueva onda que contradice y reformula (y repite también) varias de las bases de su pensamiento y su modo de vivir. ¿Cómo responde el exchavo? Con una explosión, negándole la posibilidad al neochavo de sentirse “muy salsa” con críticas sobre ese modo de actuar: “No sé cómo se atreven a vestirse de esa forma y salir así…” ¿Quién tocaba esa? ¿Los Caifanes?

“Pachuco” es una canción atemporal precisamente porque funcionaba a principios de los noventa igual que ahora. Parece inevitable que la generación establecida le eche la letanía “En mis tiempos…” a una chaviza que quiere experimentar el mundo como una novedad. Todo revienta en el coro cuando el rebelde grita: “También te regañaban… tienes que recordarlo”. ¿Te acuerdas de cuando protestabas en las calles en pos de la utopía? ¿Cuándo le escupías a las fotos de la reina y te quejabas por la falta de oportunidades? ¿Cuándo te ponías sombras negras sobre los párpados? ¿Cuándo llorabas con “Creep” de Radiohead?

En el presente, el pa’ de la canción se dice de cemento y defiende que uno debía usar sus propios medios para lidiar con un mundo adverso, por eso critica al chavo que usa las redes sociales para quejarse de todo y hacer berrinches. Obviamente, al pa’ ya se le olvidó que él también chillaba, se retorcía y pataleaba cuando las cosas no le salían como él esperaba. La única —gran— diferencia es que el chavo tiene un smartphone en sus manos para hacer llegar su malestar a quien lo produce, o al menos compartirlo con otros miles o millones de inconformes que se van convirtiendo en el discurso imperante y, por supuesto, hacen sentir al de las generaciones anteriores que está perdiendo el control.

Se entiende, entonces, la beligerancia en el reclamo del cemento al mazapán por su “fragilidad” y el temor porque la “cancelación” se vuelva un fenómeno permanente que cambie nuestra forma de reír, de criticar, de crear. Si algo se puede concluir de lo arriba mencionado, es que llegará un punto en el que la nueva rebeldía se vuelva establishment y, por lo tanto, poco interesante para la generación siguiente, la cual hará lo posible por tirarla. Aunque parezca demasiado pronto, esto ya está sucediendo para el mazapán. Hace poco recibí un ensayo en el cual la joven autora afirmaba que eso de echarle montón (el parafraseo es mío) a la gente en las redes es “muy de millennials, muy Twitter”. A su modo de ver, la neo-neochaviza ya no acude a la web para organizar quemas virtuales multitudinarias, sino para aprender nuevos pasos de baile, cocina e idiomas a través de Tik Tok. El candor y la frescura en sus palabras me enterneció; seguro hasta hubiera derramado un par de lágrimas si mi corazón no fuera de cemento. Falta comprobar si lo que esta joven autora dice es cierto, pero eso se los encargó a ustedes; no seré yo el tío cuasi-cuarentón que llega a arruinar la fiesta de los chavos.