Este texto es la megafonía escritural de otras voces que surgen de un territorio por el que decenas de personas caminan desgranando la montaña para localizar un trozo de ropa que alguien pueda reconocer; con suerte mucho más, acaso un hueso completo al que se le pueda hacer una prueba de ADN, si los escasos cuarenta y cinco peritos forenses encargados de los más de cuarenta mil casos de desaparición forzada en México se dan abasto[i]. Este texto es un human microphone (micrófono humano) como el que nos enseñaron a hacer los activistas de Ocuppy Wall Street, para que lo que dicen quienes toman la palabra se replique hacia afuera del círculo. Un texto que en otros tiempos y otras circunstancias llamaríamos “reseña”. Esta es la palabra de quienes buscan debajo de la tierra y también la de quienes del otro lado de un muro que partió al desierto del Norte de África en pedacitos de un rompecabezas, en el Sahara Occidental, esperan pacientemente el día del retorno y de la justicia, allí donde el nombre de uno vale la memoria de diez generaciones.
Cómo pensar desde la academia en medio de una crisis humanitaria
Es arriesgado decir que esta pregunta está detrás de la organización, pero la pasada semana del 4 al 8 de noviembre se celebró en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM el II Coloquio internacional “Heteronomías de la justicia: territorialidades y palabras nómadas” que organiza el Proyecto PAPIIT Heteronomías de la justicia; allí se reunieron ponencias y actividades dedicadas a pensar, a partir de la hospitalidad en el lenguaje y la justicia heterónoma, los problemas sociales de México y otros países, la defensa del territorio y las palabras nómadas. Es decir, asistimos a un evento organizado para pensar en voz alta cómo acercar a la academia a la experiencia de quienes protagonizan estas dolorosas situaciones, que si pensamos bien, es responsabilidad de todos. Para decirlo en sus términos:
…un camino hacia formas heterónomas de la justicia que invitan a reflexionar desde la fragilidad humana entre lo político y lo social; del dolor que el extractivismo voraz provoca a la tierra, y que en las fosas clandestinas intenta imponer el olvido de quienes defienden los espacios donde emerge la vida; de las alternativas que ofrecen formas otras de nombrar, sentir, pensar y vivir el mundo; donde lenguas “minoritarias” resisten y comparten formas más hospitalarias de habitar la tierra.
Las mesas, conferencias y actividades estuvieron atravesadas por estos ejes transversales, pero desde un acercamiento más generoso: el de poner en el centro la palabra de los otros a quienes se estudia, en un esfuerzo por desarticular las prácticas extractivistas voraces que también han ejercido las disciplinas universitarias sobre los sujetos a quienes se acercan a estudiar y de quienes toman sus conocimientos. Por evitar, pues, la colonización de la voz y de los saberes.
En este coloquio atípico cantan el himno gitano, se recita un poema de Mahmud Darwish traducido al créole, se habla del Sahara Occidental, del Kurdistán, de las lenguas indígenas de México, de los murales de Tepito y de las intervenciones en ese vergonzoso muro que separa a México de Estados Unidos, y más que hablar de todos estos temas: se reciben. Y se hace desde la heteronomía, en palabras de Silvana Rabinovich: «…como la ley del otro o como el otro de la ley, la heteronomía (gr. heteron-nomos) marca el compás de un pensamiento obsesionado por las injusticias» (Interpretaciones de la heteronomía).
No es un esfuerzo menor, aunque se perciba siempre insuficiente ante la avasalladora realidad de países como el nuestro, como señalaron las familias de personas desaparecidas en el cierre. Y en ellas quiero concentrarme, porque lo que dijeron necesita su human microphone.
La experiencia como protocolo y repositorio de saberes: personas desaparecidas
Mario Vergara, un cálido guerrerense de cuarenta y cuatro años, busca a su hermano Tomás, secuestrado en su natal Huitzuco en 2012, fecha desde la que se encuentra en calidad de desaparecido. Mario es poseedor de una palabra dulce y dura que oscila de los tonos acompasados de las almas amables a la furia en segundos, y con ella dice sin vacilación que la universidad pública y sus egresados les deben a las familias de México poner al servicio de quienes buscan a sus familiares desaparecidos todos los conocimientos que allí han adquirido, auspiciados por el dinero que los mexicanos pagan en impuestos. Sin vacilación también afirma que el flagelo de la desaparición forzada afecta no solo a quien desaparece sino a sus familias, a las que destruye, transforma, enferma, como él mismo, desplazado por amenazas a la Ciudad de México, donde valientemente no cesa de difundir la búsqueda de las personas desaparecidas, con lo que tiene: su voz.
Allí están también Toni, Vero y Fabi, tres mujeres que toman el micrófono y nos cuentan cómo es despertar cada día con la ausencia de sus hijos desaparecidos presente, ese lado ácido de la presencia. Nos cuentan de las sesiones con psicólogos que no saben tratar con ellas, las que buscan/esperan a sus hijos, y nos cuentan también de cómo han hecho para construir una red de cuidado y autocuidado que me pone de frente, de nuevo, con un tema que me obsesiona: los cuidados. Pensamos todos, me atrevo a decir, en el mucho cuidado que les debemos, en que hemos fallado como comunidad, en que no hemos sabido ser esos otros que debieran reconocer en sus rostros la vocación de la vida, la de ellos y la nuestra.
Nos hablan, Mario, Fabi, Vero, Toni, de la incompetencia de las autoridades encargadas de atender este delicadísimo asunto, de su indolencia ante la maltrecha salud emocional de las familias; descubrimos en ellos a expertos en saberes que han desarrollado con la experiencia: la búsqueda e inhumación de restos humanos, el cuidado mutuo y la resiliencia, el sostenimiento de la dignidad de la vida. Aprendemos de ellos.
Como actividad de cierre nos tatuamos, con henna traída del Sahara, el rostro y el nombre de una persona desaparecida, cuya historia nos contó su familiar en búsqueda. Su rostro y su nombre, que si aprendimos algo de los saharauis, vale el de diez generaciones, una memoria ancestral actualizada, como si esta persona que llevo tatuada en la palma de mi mano fuera mi propia familia.
En eso es diferente este coloquio a otros de los que se organizan en el seno de la Academia, no se trata solamente de estudiar y hablar sobre los otros, mucho menos de darles voz, sino de pasarles el micrófono para que ellos hablen con su voz propia, en plena presencia. De ponernos atrás para ser micrófonos humanos. Y estamos allí, haciendo parusía, llorosos y conmocionados (porque no hay parusía sin gran tribulación), para convocar a la presencia a Diego Maximiliano, Argenis Yosimar, Guillermo Muñoz, Tomás Vergara, Gustavo, Salvador, Luis Armando y Raúl Trujillo Herrera.
**Para visitar el registro audiovisual del coloquio, pueden ir al canal de YouTube del instituto: https://www.youtube.com/watch?v=XkEQAZP9G6Q
[i] Este dato se dio durante la proyección del documental Guerrero (2017), de Ludovic Bonleux.