
I
En la esquina de Independencia y Luis Moya, pegada a un poste de luz, una ficha de búsqueda que se ha despegado parcialmente revolotea y se mueve por el aire. Es diciembre de 2024.
La ciudad es un gran escenario en donde se pueden observar muchas cosas sucediendo al mismo tiempo; sonidos e imágenes se sobreponen y se contraponen. La vida en la ciudad significa la contradicción permanente. En las calles del Centro podemos sentir la energía que transmiten los miles, millones de habitantes y de visitantes que recorren sus calles. Pero a mí no me abandona la imagen de esa ficha solitaria en medio de una ciudad que no se detiene, revoloteando en el aire, como tratando de llamar la atención de los caminantes que buscan protegerse de aire invernal que nos azota.
¿Quién sería esa chica cuya foto nos observa desde una fotografía infantil?
II
En México hay 125 000 desaparecidos. ¿Cómo llegamos a esto?
Ciento veinticinco mil es un número de personas mucho mayor al de desaparecidos en cualquiera de los países de Sudamérica que vivieron dictaduras militares a lo largo de las décadas de los ochenta y setenta: Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Perú, Uruguay, Paraguay. Esos gobiernos militares reprimieron, torturaron y desaparecieron a obreros, sindicalistas, estudiantes, periodistas, políticos, campesinos, líderes sociales… pero ningún país llegó a una cifra de 125 000 personas desaparecidas ni asesinadas.
México tiene una base de datos que aglutina las fichas de búsqueda de las personas desaparecidas: el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas. En ese registro se pueden encontrar nombres de víctimas de desaparición forzada desde los años cincuenta del siglo pasado. Allí es posible ver que hubo un pico de desapariciones forzadas en los años setenta, durante la llamada “Guerra Sucia”, una estrategia de contrainsurgencia por parte del Estado mexicano en contra de organizaciones sociales, campesinas, sindicalistas y estudiantiles.
Las organizaciones de derechos humanos y familiares de las víctimas hablan de casi mil personas desaparecidas por las fuerzas del orden en esa época, tanto de los estados de Sinaloa, Jalisco, Nuevo León, Oaxaca, Guerrero, Morelos, el antiguo Distrito Federal (estados donde se centró la represión) como del ejército y de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS). Aunque durante los años ochenta y noventa del siglo pasado siguieron desapareciendo personas, los números se mantuvieron bajos.
Sin embargo, finales de los noventa y principios del siglo XXI nos encontramos con el fenómeno de las mujeres desaparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua. Hasta el momento no tenemos un dato exacto de cuántas mujeres pudieron haber desaparecido en aquella ciudad del norte. Ni el porqué. Mucho menos sabemos quiénes fueron los responsables. La impunidad también es una constante en México.

Pero del otro lado del país la división de la llamada Federación de Carteles, entre el de Sinaloa, los Beltrán Leyva y el de Juárez, provocó una guerra intestina en Sinaloa, Chihuahua, Sonora, Morelos, Guerrero…
Este escenario de guerra entre carteles y de estos con la autoridad bañó en sangre al país y dejó escenarios de horror: Camargo, San Fernando, Allende, Colinas de Santa Fe, Playa Vicente, Apatzingán, La Barca son solo algunos de los nombres que me vienen a la mente cuando hablamos de aquellos años. Zonas, a veces pueblos enteros, en donde los grupos secuestraron y asesinaron a cientos, quizá miles, de personas.
Campos de exterminio, como llamaron los colectivos de madres y padres que acudieron en aquellos años a estos lugares donde muchos jóvenes fueron torturados.
Ahí tenemos el inicio de un horror que seguimos viviendo.
III
El fin de la pandemia trajo para mí un cambio de trabajo y ahora debo viajar a diferentes ciudades del país. Fue en Cholula donde me sorprendí de ver algunas fichas de búsqueda de personas desaparecidas pegadas en una de las paredes de acceso a la pirámide. Al acercarme pude observar los rostros de hombres y mujeres jóvenes desaparecidos entre el 2021 y el 2022. No sabía que este problema se había extendido al estado de Puebla, un lugar que, por lo menos en teoría, se había mantenido tranquilo y seguro en medio del incendio del país.
Ese mismo día por la tarde, mientras caminaba en la capital del estado, me topé de frente con más fichas de búsqueda. Me encontraba en una zona de tiendas de artesanías, dulces típicos y talavera, y donde también se ubican algunos bares y restaurantes, a unas cuantas cuadras del zócalo de la ciudad. Una zona con mucho movimiento, mucha vida. Ahí en ese callejón se habían pegado varias fichas con sus colores morados y blancos y las fotografías a color de las personas. Casi siempre jóvenes que observan a la cámara sonrientes.

Desde que recuerdo, las fichas de búsqueda han existido. Las recuerdo en el metro, pegadas a la pared. En blanco y negro, con fotos borrosas. Recuerdo que duraban meses pegadas. Las recuerdo en algunos postes de luz.
Ahora son a color, gracias a las negociaciones de los colectivos de madres buscadoras durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Las veo en la estación de metro cercana a mi casa con las fotos nítidas y claras para permitir que el rostro de la persona desaparecida se vea. Cada semana son diferentes. Personas distintas que le sonríen a la cámara.
IV
¿Qué país permite la desaparición de más de cien mil personas?
Solo los familiares entienden qué significa la desaparición de una persona, de un ser querido, de un hermano, de una hermana, de una hija, de un hijo.
¿Qué significa para un país la desaparición de una persona? ¿Qué significa para un país la desaparición de más de cien mil personas? ¿Qué somos como país cuando no nos conmueve una cifra tan grande de desaparecidos?
V
“Seguramente en algo andaban. Uno no desaparece porque sí.”
“Hijos sicarios. Madres sicarias.”
“Mujeres que quieren lucrar con la desaparición de su hijo.”
“Así lo hubieran cuidado cuando estaban vivos.”

Leo estos mensajes en las redes sociales ahora que los colectivos de búsqueda se están reuniendo con los senadores porque la presidenta intenta atajar el descontento que generó el descubrimiento del rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, enviando una serie de modificaciones legales al Senado. Modificaciones que, según mencionan las propias madres, buscan “desaparecer a los desaparecidos.”
“Que busquen en el infierno, allá están sus hijos.”
“Madres golpeadoras que solo quieren dañar al mejor gobierno de la historia.”
“Que recuerden que esto lleva años sucediendo. ¿Por qué no le protestaron a Calderón? hipócritas.”
Mensajes escritos por seguidores de Morena, que se asume como un partido humanista.
Un tuitero sube la foto de unos tenis colgados en alguna esquina de la ciudad diciendo que encontró un campo de exterminio. Y se burla. “El humanista”, le contestan otros tuiteros.
Otro dice que no tiene dudas de que las madres que se reúnen con senadores panistas lo hacían porque sus hijos eran los sicarios.
Se calcula que durante el gobierno de López Obrador desaparecieron cincuenta mil personas. Lo que equivale a una persona cada hora.
¿Qué país somos con esas cifras alarmantes?
El comité de Desaparición Forzada de la ONU dice que este método de desaparición es sistemático en México.
Morena responde furioso, exige disculpas, manda una carta exigiendo que el “funcionario” (no es funcionario, el Comité es un grupo de expertos) sea removido.
La presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos alerta de que no va a dejar entrar a los miembros del Comité. “No aceptamos injerencias extranjeras”, dice la funcionaria cuyo hermano fue desaparecido por las fuerzas de seguridad en los años ochenta.

Todo es un maremágnum. Datos y datos. Y en el lobby del edificio donde trabajo han empezado a aparecer fichas de búsqueda.
Salgo a la calle y camino al Metrobús y observo fichas de búsqueda en la esquina de Balderas e Independencia.
Siento que dejamos solas a esas madres que rasgan la tierra, para mí la mayor fuerza moral que le queda a este país que se desangra en medio de discusiones políticas estériles, que vive en medio de una polarización y de un autoritarismo creciente. Ellas, ellos, solo quieren “un huesito” para enterrar, para saber que sus hijos ya están descansando.
Y nadie les hace caso.
Nadie las escucha.
VI
Sigo las noticias sobre las reuniones de los colectivos de madres buscadoras con senadores del país. En una de ellas, el buscador Gustavo Hernández, padre de Abraham, un joven desaparecido en el municipio de Anáhuac en Nuevo León, le pidió a la secretaria de Gobernación entre lágrimas “un huesito de su hijo” para poder enterrarlo.
Nadie conoce el dolor de la ausencia como una madre, como un padre.
¿Qué vamos a hacer en México ante tanto dolor? Porque 125 000 desaparecidos es mucho dolor acumulado. Mucho dolor en el cuerpo. Muchas lágrimas contenidas.
VII

Después de las reuniones en el Senado los colectivos de madres y padres buscadores regresaron a sus lugares de origen. Siguen buscando, con la misma fe, con la misma rabia, con el mismo dolor. Los cuerpos, los restos. Los “tesoros”, como ellas los llaman, siguen apareciendo.
Los colectivos tapizaron con fichas de búsqueda de sus familiares el Senado de la República.
Tapizaron el viaducto de la Ciudad de México.
Las autoridades (Fernández Noroña, presidente de la Mesa Directiva del Senado, entre varios más), siguen negando el gran problema público de la desaparición. Dicen que en México ya no se comenten desapariciones forzadas, aunque la FGR tiene setecientas carpetas abiertas por este delito en un rango que va del 2018 al 2024. Siguen negando el dolor. Cierran los ojos.
La gran ausente de las mesas de diálogo entre autoridades y los colectivos de madres y padres buscadores fue la presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Rosario Ibarra, a pesar de que su hermano, Jesús Ibarra, tiene ficha de búsqueda como persona desparecida.
El dolor se perpetúa ante la negación de las autoridades. Gobiernos van, gobiernos vienen. El número de desaparecidos aumenta. Las autoridades siguen negando el problema.
Ciento veinticinco mil personas desaparecidas y sus fichas de búsqueda.
