
La obra de Antonio Fräppa se encuentra entre lo clásico y lo moderno, demostrando que el collaxe no es un arte menor y que puede resultar bastante complejo como composición y técnica. Considera que una pieza bien trabajada integra como mínimo cincuenta recortes. Desde el 2019 comenzó a llevar su trabajo a las calles mezclándolo con el paste up y el graffiti, tanto en medianos y grandes formatos como en mural.
Este artista es director de la Sociedad Mexicana de Collagistas, proyecto que difunde y expone trabajos de artistas que se dedican al collage en sus diferentes ramificaciones. Ha expuesto de forma individual en Ciudad de México, Mexicali, Tijuana y Oaxaca y, colectivamente, en Estados Unidos, Bélgica, Colombia, Argentina, España e Italia.
Iliana Vargas (IV): ¿Cómo fue tu acercamiento a las artes visuales y por qué decidiste dedicarte a ellas a pesar del gran cliché que dice que cualquier oficio artístico o del ámbito de las humanidades implica una vida difícil y precaria?
Antonio Fräppa (AF): Yo no vengo de familia de varo ni de artistas, soy totalmente ajeno a ese mundo, pero siempre he tenido la espinita de expresar mi individualidad. Mi primera influencia fue mi abuelo; él dibujaba de forma autodidacta, además de dedicarse a trabajos donde tenía que arreglar máquinas (a veces descubría cómo hacerlo en sus sueños). Ver su trabajo cotidiano me hizo aprender mucho de él, sobre todo sus dibujos. Pensé que quizá a través del dibujo podría expresar algo y empecé a hacer ejercicios donde copiaba cosas, pero no podía hacer más que eso. Ver la página en blanco era un reto porque no se me ocurría nada: no sabía cómo vaciar todo lo que había en mi cabeza. Años después estudié diseño gráfico en un Tecnológico y, al mismo tiempo, estaba intentando pintar y dibujar. Nunca estudié en talleres ni nada, pero la pintura siempre me llamó la atención. Empecé a explorarla por mi cuenta porque no quería que nadie me dijera cómo hacerlo; sólo que después de intentarlo y ver que no tenía paciencia para ello, lo dejé y estuve pensando qué hacer. Fue cuando me metí de lleno al collaxe y decidí no trabajar más que en eso; desde entonces hasta la fecha estoy en ese modo: sobrevivir y resistir gracias al collaxe.
IV: ¿Cuál fue el primer collaxe que viste y que te hizo sentir el impulso de iniciar una trayectoria como collaxista?
AF: Curiosamente, fue el primer collaxe que hice. En esa época un amigo me regaló un libro de Dalí y, leyendo sobre el Dadá, descubrí el collaxe. Mi primer experimento fue hacer uno como regalo para una chica: empecé a recortar el libro de Dalí y mientras lo hacía tuve una especie de iluminación que me hizo sentir que eso era lo que quería hacer en la vida. Por eso [este primer intento] adquirió una carga simbólica muy fuerte para mí, al marcar el momento en que decidí a qué me iba a dedicar para vivir; pero fue difícil que alguien lo apreciara, empezando por la chica a la que se lo regalé. Extrañamente, ese collaxe pasó por un montón de cosas: lo dejé abandonado en una caseta telefónica, lo cambié por tatuajes, lo recuperé, le quemé algunas partes, lo recorté… lo transformé hasta que lo aniquilé por completo con fuego y quedó en cenizas, pero entonces decidí rehacerlo: busqué y encontré los mismos elementos del original para hacer una nueva versión de él.
Desde ahí empecé a investigar y a leer en las bibliotecas sobre el collaxe para entender su historia y las formas en que podía hacerlo. En la escuela sólo te enseñan que un collaxe es recortar y pegar un pedazo de papel o de estampa o cualquier cosa y mezclarlo; que lo único que necesitas para hacerlo es pegamento y tijeras. Pero poco a poco aprendí que es mejor usar cinta doble cara que usar sólo barra adhesiva, porque el primero que hice, en el 2004, lo pegué sólo así y vi que empezaba a despegarse. En esa época no había tanta información disponible ni tutoriales en internet como ahora, así que cuando vi los materiales que tenía para empezar a trabajar, descubrí que sólo tenía las tijeras de estilista que había en la casa, la barra adhesiva y el cúter, pero [este material] era muy poco práctico. Salí a buscar a la tienda, pero no había algo específico para hacer collaxe, entonces empecé a explorar con otras herramientas: encontré un dedal, una navaja… y junté todo lo que me servía para poder trabajar con las manos; así fui adaptando lo que encontraba para separar los recortes, dejar libre el espacio y seguir acomodando o pegando. Ha sido complicado, pero a la fecha sigo usando lo que me acomode, aunque no tenga idea de cuál es la verdadera función de tales objetos, ya que inicialmente la mayoría de ellos no se crearon para hacer collaxe o porque son herramientas que yo mismo he creado.

IV: ¿De qué forma te has apropiado del collaxe para integrar un lenguaje, una voz, una forma de ver el mundo?
AF: Cuando empecé a hacer collaxe no era consciente o no profundizaba en lo que hacía o de lo que podía provocar; me gustaba, pero no sabía cuál era la importancia de la parte histórica o crítica. Comencé a cuestionarme y lo primero que noté fue la relevancia del libro como objeto al darme cuenta de que sólo compraba libros de pintura, me fijaba en que el papel y la imagen fueran de calidad, elegía cierto tipo de libro e incluso editorial. Estos elementos se volvieron significativos y empecé a buscar información sobre más personas que hicieran collaxe con pinturas. Así fui encontrando a varios artistas —que, por cierto, no se denominaban collaxistas— y hacían ese tipo de trabajo. Dalí, por ejemplo, recurre a la mezcla de la pintura con recortes, es decir, usa partes de la misma pintura, pero impresa, para hacerlo. Sin embargo, durante mi investigación no encontré ningún libro donde alguien lo nombrara o mencionara que [el pintor] se dedicara a ello, así que asumí que yo era pionero del collaxe pictórico. Para mí, el collaxe es una mezcla de todo lo que nos rodea y forma parte de la concepción de nosotros mismos como individuos, de todo lo que nos conforma. Cada uno de nosotros toma elementos de distintas manifestaciones culturales y nos las apropiamos para darle sentido a nuestra identidad o caracterizar nuestra personalidad; la idea es tomar lo que nos sirva de lo que nos guste y apropiárnoslo. Es un asunto más profundo si pensamos en cómo nos construimos como personas y, a partir de ello, cómo configuramos nuestra visión del mundo, que, además, puede caer en un asunto de masas; por ejemplo, la tendencia de hacer cosas que gustan a todos, como el asunto de hacer collaxe con palabras, que es muy fácil.
Yo creo que lo ideal durante el proceso de compartir conocimiento sobre el collaxe es plantear una guía, dar herramientas técnicas y detonar búsquedas personales para explorar y descubrir cómo ensamblar los recortes, que implica demasiado trabajo. Sin embargo, en los talleres las personas suelen buscar fórmulas o recetas para replicar un estilo sin profundizar en una visión particular de la propuesta; incluso hay gente que llega a apropiarse de la técnica sin dar crédito a lo que yo he descubierto de forma autodidacta y le he enseñado. Creo que si no sabes qué quieres decir, aunque conozcas la técnica, la pieza se convierte en un conjunto de imágenes vacías o sin sentido. A mí, por ejemplo, lo que más me interesa es representar la sociedad y el proceso donde lo colectivo se vuelve una masa en la que ya no sabes qué está pasando, donde no puedes confiar en las intenciones de los que están arriba, en el poder. Por eso uso muchos elementos para criticar a la sociedad y su relación con la religión, que es sobre lo que más reflexiono: si Dios existe en la religión católica, es inevitable percibirlo como un ser que se comporta de forma injusta y dolorosa; si somos reflejo de él, somos algo podrido igual que él. Me gusta transmitir la oscuridad que existe en nuestros procesos reales e históricos que he encontrado en la representación de pinturas de hace siglos y que persiste ahora mismo: en la sociedad y el mundo existen los mismos problemas desde siempre, sólo ha cambiado el contexto y la tecnología, pero se mantiene la diferencia de condiciones entre quienes explotan y los explotados, entre los poderosos y los que se aprovechan de otros. En mis piezas integro esos elementos junto con escenarios donde se mezcla lo erótico, el pop y lo grotesco, que son parte de la condición humana.
IV: ¿Dónde dirías que está el límite entre instinto azaroso y composición estructurada al momento de hacer tus collaxes?
AF: El azar interviene bastante, y el hecho de decidir también. Aunque mucha gente dice que unir elementos de otros artistas no es original, el reto de hacer un collaxe es apropiarse de otras imágenes y resignificarlas. Al principio empecé a mezclar recortes de Dalí, de Van Gogh y de lo que iba encontrando en los libros. Aprendí mucho de perspectiva y formas de componer a través de otros artistas; vi sus estilos y comencé a mezclarlos; por eso, a veces puedo usar los estilos compositivos de un artista con las pinturas de otro. Luego elijo qué representa las cosas que quiero integrar y poco a poco voy agregando más recortes y otras estructuras: juego con diversos niveles y número de recortes. Uso el azar, la intuición y el magnetismo con las imágenes de acuerdo con el significado y sentido que ellas tienen de forma individual, pero también al momento de unirlas. Con el tiempo, a través de prueba y error y bastante experimentación, he logrado destreza técnica, por lo que ahora sólo necesito aterrizar lo que tengo en la cabeza. Hay quienes plantean que uso el trabajo de otros pintores para validarme como artista, pero en realidad cada recorte cobra un significado y un símbolo distinto. En este caso, la línea entre plagio y apropiación es muy delgada, tienes que decidir qué parte de la imagen que vas a recortar vas a usar y cómo la vas a transformar, con qué la vas a mezclar para reinventarla y hacerla tuya.

IV: ¿Has utilizado elementos textuales o tipográficos en tus piezas? ¿Te gusta esa interconexión de lenguajes o prefieres el lenguaje puramente visual?
AF: Algo que no me gusta mucho es usar palabras o textos si ya tienes la imagen, pero las palabras pueden romper o nutrir la composición y equilibrarla. Aunque me cuesta integrarlas, decidí que tenía que luchar con ese prejuicio a manera de juego o como reto: si encuentro las palabras y dan sentido, quedan bien; si aparecen en el mismo momento y se relacionan con la idea que estoy trabajando, las integro. Lo que no me convence en el collaxe es cuando se usan más las palabras que la imagen y ésta queda como fondo, a menos que se trate de un collaxe tipográfico. Aunque en este caso, podríamos entonces prescindir totalmente de la imagen si es puramente decorativo, a menos que se trate de un collaxe decorativo. Quizá es muy clavado de mi parte querer categorizar toda manifestación en el collaxe. Yo creo que puedes evitar las imágenes sólo para llenar los espacios y usar nada más las palabras, si de por sí lo que leemos ya lo asociamos con una imagen. No tiene sentido meter imágenes sólo porque son bonitas, a manera de relleno; la palabra es suficiente para proponer un significado. Y cuando quieres usar las letras como fondo si no va implícito un significado, hay que descomponerlo o en todo caso ver cuál es la intención: poner por poner o poner sin que tenga sentido. Aquí es donde debe entenderse que lo intuitivo implica un magnetismo con las cosas para seleccionarlas, no sólo elegir algo por urgencia o resolver algo porque sí, sin pensar.
IV: ¿Qué retroalimenta tu proceso creativo?, ¿cuáles son tus diálogos con el cine, la literatura, la ambientación sonora, las charlas o los intercambios con determinadas personas, el trabajo de otros artistas?
AF: Soy alguien bastante devorador en todos los sentidos, no sólo en lo visual. En el cine, recuerdo mucho haber visto The Wall cuando era niño y las animaciones de Gerald Scarfe me volaron mucho la cabeza, fue como un deleite para mis ojos y, aunque no entendía la trama en ese momento, me movió un buen. Ya más grande me puse a investigar y me sigue impactando.
Por otro lado, Pedro Friedeberg es una gran influencia para mí. Vi un documental de la serie Los artistas sobre sí mismos, en el que sale él platicando sobre su vida y su obra; sale su familia también. Hay una escena que me gusta mucho, donde toda la familia se dispone a la mesa de una forma muy surrealista; me pareció una escena muy Friedebergesca. Vi que usaba traje y entendí que no todos los que se visten así son oficinistas; ahí me empezó a llamar la atención la elegancia.
Una película que también me gusta es El hombre elefante de David Lynch. En general, las películas o todo lo que tenga que ver con personajes marginados y outsiders (no necesariamente considerados así por sus capacidades físicas o mentales), los que se encuentran en las periferias o “dentro de la sociedad”, pero invisibilizados, me atraen mucho. En cuanto a la música, siempre estoy escuchando algo mientras trabajo. Por ejemplo, cuando me pidieron la comisión para hacer el arte del disco Grand Hotel Abyss de Devol, lo estuve escuchando de principio a fin una y otra vez y de ahí saqué las imágenes para la portada y el interior del disco.
De literatura, el movimiento de La patafísica propuesto por Alfred Jarry, me ha influenciado mucho; también me gusta todo lo que tenga que ver con biografías o autobiografías de pintores, artistas y asesinos seriales, todos los personajes que usan objetos filosos, como cuchillos y tijeras. Por eso me gusta platicar con personas de distintos oficios como sastres, afiladores, polleros (me refiero a los que trabajan en rosticerías), todos los que tienen que ver con herramientas con las que yo armo mi trabajo: tijeras, exactos y todo lo que tenga filo. Ellos y la gente de la calle tienen muchísimas historias y anécdotas que me emociona escuchar, y lo que me cuentan lo utilizo para mis collaxes, igual que los detalles de su vestimenta que me llaman la atención: sombreros, gorras, pulseras, lentes. Por el lado de los artistas, la exposición Una semana de bondad de Marx Ernst que estuvo hace unos años en el Munal me detonó bastante mentalmente para componer collaxe, específicamente en blanco y negro; aprendí bastante de su técnica. En el caso de Henri Matisse, me gustó mucho que pasó de la pintura al collaxe, y también exploró bastante el papel y los vitrales a partir de sus piezas en papel. Otro personaje muy importante para mí es Jiří Kolář, un poeta, escritor, collaxista que inventó o creó varias formas de hacer collaxe; de hecho, muchas de las que están de moda en Instagram se deben a él, pero no es tan conocido ni se le da el crédito que merece. Su nombre lo tengo tatuado en las bolsas de mis ojos, justo para homenajearlo. También está Sergei Parajanov, quien es una razón por la que quiero ir a Armenia, para visitar su museo. Hizo películas con una estética bastante bella, con mucho collaxe; él me influyó para intervenir con chácharas los cuadros en mis obras.

Otros artistas que me atraen bastante son los denominados outsiders o que forman parte del art brut, quienes en su mayoría viven y trabajan en hospitales psiquiátricos o en cárceles. Me llama mucho la sensibilidad que tienen y que están muy clavados en sus mundos interiores, lo que los mantiene fuera del mainstream a menos que tengan algún representante que los mueva en esos circuitos. Me siento identificado con ellos en la manera como exploran el mundo interior y se sumergen en lo más profundo de ello. De hecho, tengo una gatita que bauticé como Wölfli por Adolf Wölfli, uno de los más conocidos de ese grupo que, otra cosa que comparten conmigo, es el problema con los espacios en blanco: el horror vacui.
Por último, algo que me sirve bastante para vaciar en mi trabajo son mis vivencias: mis problemas con el alcohol y la autoridad, mi experiencia en la cárcel, dos meses en el Reclusorio Norte e innumerables veces en los separos, donde conocí a personas que me inspiraron bastante. Ahí aprendí mucho cómo ser ingenioso para crear herramientas o crear con lo mínimo, tipo MacGyver.
La muerte también ha sido recurrente: la muerte de mi abuelo, de una novia que tuve, de un primo, mi propia muerte. Hago mucho collaxe buscando ser inmortal a través de mis piezas: ya que físicamente me voy a pudrir, espero que con mi trabajo pueda, no vencer a la muerte en sí, pero sí tener permanencia, si hay mundo todavía para ello.

IV: ¿Qué lugar crees que ha ocupado el collaxe en el imaginario colectivo de artistas en México?
AF: Pues nunca ha tenido el reconocimiento que merece como manifestación. Prueba de ello es que incluso quienes están fuera del mundo del arte pueden nombrar algunxs pintorxs o pinturas, pero eso no pasa al momento de nombrar collaxistas. Las escuelas no lo ofrecen como materia, no hay bibliotecas que le dediquen un espacio específico. Yo estuve un semestre en la Esmeralda y basta con leer su nombre, Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, para darte cuenta de que el collaxe no se considera parte importante del estudio, ni ahí ni en ninguna academia. Se revisa por encima, pero no se analiza el peso profundo que tiene en el proceso creativo o en la historia del arte. Existimos collaxistas muy importantes en todo el mundo, pero depende de nosotrxs tomar el lugar que nos corresponde dentro de las consideradas Bellas Artes. Encontré más cosas interesantes afuera, en la calle. Sin embargo, actualmente, el collaxe se ha convertido en tendencia en Instagram y me genera una duda constante saber si la gente lo hace porque le nace o porque es moda nada más.
IV: ¿Qué tan difícil ha sido obtener una remuneración económica por tus piezas?
AF: Pocas veces he recibido un pago justo por mi trabajo. Es un proceso complicado porque, si por mí fuera, no vendería nada de lo que hago. Es demasiado personal, no es algo decorativo; es decir, lo puedes usar para decorar tu casa, pero no es la intención con que lo hago. Es algo demasiado mío, algo muy propio de lo que es difícil desprenderse, aunque necesito venderlo para vivir sin saber bien en manos de quién va a caer. A la fecha me cuesta trabajo establecer un precio. Sé lo que vale cada pieza en el sentido de ponerle números o un costo y pocas personas llegan a asimilarlo. Más bien lo vendo dependiendo de la persona, del interés, de las posibilidades económicas de cada uno. El problema es que cada que vendo un cuadro tengo que decidir si invierto el dinero en mis gastos personales o en sacar una nueva pieza. Ha sido un malabarear el varo todo el tiempo para seguir trabajando y sobrevivir. Por eso valoro más mi obra, porque nunca he hecho nada más para vivir; sin embargo, hay personas que desde la mediocridad se quieren dar crédito por mi técnica y dan talleres para sacar dinero de ello: saben que pueden usar la técnica como una fórmula, replicarla y aprovecharse económicamente.

IV: ¿Cómo surgió la idea de crear la Sociedad Mexicana de Collagistas (smc)?
AF: Hace años decidí armar un grupo donde cupieran todas las voces en torno al collaxe. La idea era ver cuál es la movida mexicana del collaxe; seguro de que hay varias personas muy buenas en collaxe, empecé a buscar quiénes podrían sumarse para armar exposiciones y mover representaciones de collaxistas de forma paralela a varios colectivos desde diferentes perspectivas geográficas o temáticas. Logramos juntarnos entre varios, pero empezaron las discrepancias ideológicas y de intereses, porque a mí no me gusta restringir ningún tipo de manifestación; me interesa todo el trabajo de collaxe sin juzgar a las personas que lo hacen; lo único que me importa es que lo usen como medio para manifestarse. Yo, como representante de la sociedad, le doy voz y soy quien asume la responsabilidad de los problemas en que hemos llegado a meternos por hacer intervenciones callejeras ilegales. En todo este tiempo, el código comunitario ha sido importante, aunque yo defiendo la individualidad, pero ahora estoy en un momento donde lo comunitario me ha desencantado por la falta de apoyo entre las personas que lo integran. Creo que ha intervenido mucho la cultura de la cancelación que se impone sin un verdadero proceso de reflexión y sin intentos de resolver los problemas que se presentan, sin argumentar las diferencias entre ideologías o posturas específicas en lo político o social. Para mí, el espacio del collaxe es una forma de libertad donde no hay separatismos, aunque sí hay códigos de ética y de límites, sin confrontar de manera prejuiciosa o superficial. La idea es enfocarse en lo que conocemos, en lo que trabajamos, lo que nos gusta y abrir los diálogos entre posturas distintas, sin señalar o cuestionar sin argumentos y sin resolver conflictos que rebasan al arte.
IV: ¿Cómo fue la conexión entre collaxe y paste up? ¿La calle se presta igual que el papel para experimentar?
AF: Siempre me ha gustado andar en la calle, llevar la obra a un espacio donde sea visible para todos. El paso del collaxe a paste up se debió un poco a la mercadotecnia. Yo necesitaba mover mi trabajo para vender y hacerlo más visible, sobre todo después de experiencias donde se han cerrado puertas para exponer. En la calle han salido más trabajos que en museos o en galerías porque mi estilo ya es identificable, aunque no lo firme, y los paste up me han servido para eso: de publicidad. Además, como mi crítica va más hacia la cuestión religiosa, cobra más peso un Cristo contorsionado en una iglesia que en cualquier otra pared: en la calle, el entorno y el contexto tienen un significado más evidente cuando contrapones estas imágenes; adquieren más poder.
Salir a pegar a la calle es un paso importante para romper la rutina; en mi caso, es una forma de contrarrestar el control. Siempre quiero hacer los cortes más exactos y evitar que todo se mueva, y para relajar ese proceso salgo a un espacio donde no puedo controlar nada, donde se percibe más la sensación de vivir una aventura porque la calle devora: puedes pegar algo y se va transformando a causa del ambiente, la gente, el clima. Sin embargo, durante las intervenciones ilegales trato de pasar desapercibido para salirme con la mía y evitar conflictos con la policía, ya no tengo tiempo para lidiar con eso. La idea es hacer las cosas de forma natural, sin pensar en que estás haciendo algo malo; es una mezcla de emoción y adrenalina al saber que estás rompiendo reglas; ésa es la identidad del collaxe.

Fotografías: Héctor Daniel Becerra López