Eduardo Melendez

La movilización del 15 de noviembre en México, encubiertamente bajo el manto de la «Generación Z», constituye un caso paradigmático de cooptación generacional por parte de actores políticos y económicos cuyo capital simbólico está tan desgastado que ni siquiera pueden articular protesta en su propio nombre. Desde una perspectiva de análisis de movimientos sociales, la pregunta por el financiamiento de esta movilización no es meramente quién paga, sino qué tipo de coalición de intereses requiere ocultarse para ser viable.

Los que financian: una Coalición de Oportunidad Desesperada

El entramado que articuló esta protesta no es un movimiento social en sentido estricto, sino una coalición de oportunidad electoral con tres patrocinantes identificables:

El capital empresarial rentístico: Ricardo Salinas Pliego emerge como el actor de mayor interés material. Su enfrentamiento con el fisco por el cobro de impuestos convierte la protesta en un instrumento de presión corporativa. La promoción masiva vía TV Azteca no es filantropía mediática, sino inversión en deslegitimación estatal para proteger sus concesiones radioeléctricas y ventajas fiscales. Financia porque necesita que el gobierno parezca «autoritario» para justificar su resistencia privada.

Los partidos políticos desplazados: PRI, PAN y pan naranja, documentados como articuladores del manifiesto inicial, aportan infraestructura de movilización (redes clientelares, experiencia logística, acceso a medios). Personajes como Fox, Zavala y Anaya no son meros adherentes; son proveedores de legado que necesitan un nuevo envase para su proyecto neoliberal, ya insostenible bajo sus marcas partidistas.

Los intermediarios simbólicos: Youtubers y periodistas afines funcionan como empresarios de indignación, traduciendo intereses corporativos y partidistas en narrativas aparentemente espontáneas. Su recompensa es capital político convertible: influencia, futuros cargos, monetización de audiencias.

Los Intereses: Defender lo Indefendible

Cada actor persigue un objetivo específico que no resistiría el escrutinio público si fuera transparente:

Salinas Pliego busca blindar su imperio mediático-fiscal, no la «libertad de expresión». Su interés es evitar que el gobierno normalice el pago de impuestos por parte de grandes fortunas, lo cual erosionaría su modelo de negocio basado en privilegios rentísticos.

La derecha partidista anhela recuperar el poder ejecutivo, pero no puede decirlo abiertamente porque su gestión pasada (desigualdad, violencia, corrupción) es precisamente lo que el electorado rechazó. Necesita borrar su huella ideológica para no activar la memoria colectiva.

Los medios corporativos pretenden recuperar su hegemonía informativa, erosionada por la comunicación gubernamental directa y las redes alternativas. Su interés es reinstalar la intermediación mediática como gatekeeper político.

La Invisibilidad: la Paradoja de la Oposición sin Rostro

La razón fundamental por la que no pueden mostrarse como son es que enfrentan una crisis triple que la teoría de oportunidades políticas explica perfectamente:

Primero, una crisis de legitimidad programática. No tienen alternativa al modelo social que defiende la actual administración. Proponer abiertamente «más de lo mismo» es electoralmente suicida. La Generación Z les ofrece una cáscara vacía que pueden llenar con indignación difusa, sin comprometerse con propuestas concretas.

Segundo, una crisis de movilización. Sus bases tradicionales (clase media alta, empresarios, ciudadanos institucionalizados) son insuficientes para llenar una plaza. Necesitan arrendar la imagen de la juventud porque carecen de masa crítica propia. La Generación Z, percibida como naturalmente rebelde, es el comodín demográfico que les falta.

Tercero, una crisis de identidad política. Están tan desgastados que ni siquiera pueden movilizar bajo sus siglas. Usar a la Generación Z es un rebranding extremo: borrar su pasado para reaparecer como «fuerza del futuro». Es la táctica del lobo disfrazado de cordero, pero a escala nacional.

Conclusión: el Costo de la Máscara

Esta estrategia, astuta en el corto plazo, es suicida en el mediano plazo. Financiar una protesta generacional que no es tal crea una bomba de tiempo de credibilidad: cuando se desenmascare la manipulación (como ya ocurre), no solo se deslegitima la protesta, sino que se contamina cualquier futura movilización juvenil auténtica. El único camino para el gobierno, como señala Fuentes, es desenmascarar sin reprimir: permitir que la protesta ocurra mientras se transparenta quién la financia y por qué. La sociedad mexicana asiste a un duelo entre la política del espectáculo y la democracia de contenido. La victoria no será de quienes llenen más plazas, sino de quienes logren que la política ya no necesite ocultarse para existir.