Esta historia empieza con sangre, pero esta vez no es la de las víctimas de la violencia atroz en nuestro país. Y sobre esta sangre femenina hay un inquietante silencio de los medios y la crítica. He podido leer diversas entrevistas a la autora en el contexto del lanzamiento del libro, aunque pocas reseñas escritas y básicamente ningún comentario de canales booktuberos. ¿Por qué?

Duerme, cicatriz (Tusquets, 2025), la más reciente novela de Nora de la Cruz, parece escrita a contramano, a contracorriente, con todo y que el escenario nunca estuvo más preparado para las historias “de mujeres”, desde aquel tsunami de voces que propició el #MeToo y el movimiento Ni una menos en Argentina. Aun así, una especie de silencio pudoroso se ha cernido en torno a este estreno. No me extraña que esto suceda cuando el cuerpo de una mujer y sus avatares es el protagonista de un historia encarnada en un personaje al que vemos crecer de la infancia a la adultez, lejos de las promesas que por generaciones nos hicieron a las mujeres: belleza, matrimonio bien avenido, hijos, felicidad. No me extraña cuando tanta teoría feminista como se ha escrito y hemos leído baja en la historia de una antiheroina de clase media que creció en los noventa en un México de costumbres y convulsiones, que come cheetos y ama Jurassic Park.

Diría que se trata de una bildungsroman en toda regla, pero lo cierto es que las novelas de formación con personajes centrales masculinos suelen diferenciarse de los que tienen mujeres como protagonistas, así que quizá se enmarque en una tradición de novelas de formación femeninas, si es que esto existe. Una chica y su lucha contra las normas sociales con sus iniciaciones: la menstruación, las amigas, la pubertad, las hormonas, el deseo, que en el fondo es más, también. Nora además escribe con humor y con recursos de la cultura pop que pueblan su estilo y sus referencias. También aquí pareciera tomar una vía alterna a una tradición literaria pesada, densa, cargada de seriedad y llena de gestos solemnes.

Aprender de otras mujeres

De un tiempo para acá he ido haciéndome consciente de lo mucho que le debo a mis ancestras, pero también de los muchos lastres suyos que cargo. Ahora que he leído Duerme, cicatriz he podido ver con toda claridad que nuestras primeras exposiciones a juicios de nuestros cuerpos vienen de otras mujeres. No sé si no lo tenía consciente por protegerme o simplemente no lo quería ver, pero este asunto ha ocupado mi pensamiento. Estas enseñanzas, que toman luego el camino del autoodio, provienen de una lógica de supervivencia que las mujeres de otras generaciones debieron desarrollar para asegurar el futuro de sus hijas. Si nos dijeron gordas, cuadradas, planas o lo insinuaron, siempre fue “por nuestro bien”, una genuina preocupación por el capital de belleza necesario para que una chica aspire a un buen matrimonio, además de algunos otros privilegios. Porque esto podía hacer la diferencia: las armas del débil. El mundo actual es otro, o debería serlo, pero a juzgar por lo que le sucede a Lina cuando entra en la pubertad, no lo es tanto. Hoy se dice mucho que “no debemos opinar del cuerpo ajeno”, pero casi siempre esta sentencia llega tarde, demasiado en muchas ocasiones, y se dice en territorios lejanos a los sitios donde se comienzan a configurar las identidades con sus problemas. El libro que ha confeccionado De la Cruz dialoga con esta realidad de una manera menos abstracta, situada aunque sea ficción, con vivencias por las que transitan y transitaron miles de mujeres sin teorías de género ni luchas feministas de las cuales agarrarse, transmitiéndose legados y mandatos sociales una y otra vez.

Parece una frivolidad esa de hablar de la belleza, de la fealdad, del canon, pero no. Quienes hemos crecido con traumas por la dismorfia corporal lo sabemos, y al menos para mí ha sido tremendo y al mismo tiempo refrescante que Nora de la Cruz nos transparente que estas alienaciones llegan muy pronto a nuestras vidas, generalmente de personas muy cercanas y significativas: madres, tías, abuelas, hermanas, amigas. No siempre quisieron hacer daño, pero la huella es indeleble.

La no maternidad

Hace algunos años que empezaron a aparecer entre las novedades editoriales libros sobre maternidades, crianza y cuidados: las mujeres han podido hablar de cómo desearon o no tener hijos o de lo que la crianza hace con ellas. Duerme, cicatriz se inscribe de un modo diferente en esta tendencia, pues tiene como sustrato, de hecho, un embarazo ectópico; la historia de Lina se cuenta para llegar allí, a la plancha del hospital público donde le abren las entrañas para reparar el fracaso de su vientre materno que debió haber acunado, empollado el huevo. Una no maternidad, un embarazo indeseado que no llega a término y deja su huella de paradójica ausencia en una cicatriz visible, acaso demasiado. La historia dolorosa de miles de mujeres de este país, muchas de las cuales no han podido articularlo en voz alta.

No tengo hijos, nunca he estado embarazada ni he querido. No tengo esa experiencia, todo en torno al embarazo y el parto son conocimientos que adquirí de oídas, de preguntar a amigas a quienes les tengo confianza cómo fueron sus procesos. Sólo puedo imaginarlo, pero me conmueve que Lina deba pasar por todo este proceso sola, entre la frialdad de la burocracia de la salubridad pública, bautizando a los médicos y enfermeras con apodos graciosos y resolviendo sin dramatismo lo que la realidad le pone enfrente. Nora de la Cruz tiene esa generosidad, la de que, pese a su crudeza, esta experiencia y otras muchas de violencias machistas pasen entre las páginas sin saña, sin morbo. Casi como si no sucedieran. En esto nos parecemos Lina y yo: hemos ido por allí como caballos con anteojeras sin distraernos, funcionales, sin darnos cuenta de los manotazos que hemos ido soltando para no derraparnos, fracasando en el buen hacer y el buen ser una mujer cabal en nuestra sociedad, dispuestas a aferrarnos a apegos nocivos y patrones hasta que un día… caminamos en sentido opuesto.

Importa con quién nos sentimos identificadas, y a mí Lina me representa mucho: yo también fracasé en alcanzar todas esas promesas que una generación de mujeres hizo para mí. No tuve el capital de la belleza y el cuerpo delgado a mi favor, no tuve un matrimonio bien avenido, no fui madre, no supe ser una feminista aguerrida, claridosa, muchas veces no me defendí… Mi camino no es el de Lina, pero su sola existencia ficcional es un acto de justicia social. No es el retrato de una mujer que se enfrenta a todas las adversidades posibles y sale avante de ellas, no busca empoderarnos; es el relato de una mujer común que sobrevive como puede a un mundo que exige demasiado de las mujeres, que sortea sus normas a contrapelo casi sin darse cuenta. Que vive y metaboliza diversas violencias con lo que tiene, que a veces es poco, mínimo. Es, en suma, la historia de muchas de nosotras.