Homenaje a Manrico Montero
“Es sabido que Nietzsche mencionaba a los animales con gran frecuencia, para hablar de la naturaleza humana, demasiado humana, pero también de la esperanza de las virtudes sobrehumanas: la negación de la avestruz, la apatía del búfalo, la sumisión del asno, la astucia y la hipocresía del gato, la servidumbre voluntaria del camello, el servilismo del perro, la grosería del cerdo, la pesadez del elefante, la mezquindad de la hormiga, el rencor de las moscas, el oportunismo de la sanguijuelas, el resentimiento de las tarántulas, la maldad, de las víboras…
Pero también existen animales sobrehumanos que actúan como antídoto para los animales humanos: la felicidad del águila, de mirada penetrante, la paz en la afirmación de que son capaces, las palomas, el voluntarismo de León, que dice ‘yo quiero’, el eterno retorno expresado por la serpiente que se muerde la cola y el sentido de la tierra del toro.”
Michel Onfray
Quienes convivimos con Manrico Montero los últimos años podemos testificar que al lado del Laboratorio de Arte Alameda, en una vieja cantina llamada El Hórreo, había una cabeza de toro disecada, que, después de horas de convivencia y los efectos de algunos tragos, nos miraba feroz a todos, ordenándonos: “reprodúzcanse”.
Me gusta recordar a Manrico con este tipo de anécdotas, siempre hablábamos de animales, plantas y comida; animales mitológicos, bebidas exóticas y aventuras increíbles que de manera retórica terminaban transformándose en pequeñas lecciones o en una forma de explicarnos el mundo.
Existen muchos modos de presentar a Manrico Montero: podemos hablar de su labor como difusor y productor musical en sellos discográficos como Igloo, Filtro y Mandorla; de su época como Dj con el colectivo Parador Análogo como Dj Linga; de su labor como músico y fundador de los colectivos Khora, Estructuras de la Tarde y La Orquesta Silenciosa; de su trabajo como investigador y cineasta o de su labor dentro de la semiosis bioacústica.
Sin embargo, es hasta ahora, a la distancia, que me doy cuenta de su búsqueda por la extraterritorialidad ontológica, ahora puedo explicarme algunos de sus cambios de piel: de la música clásica al tecno, del Dub al Drum & Bass y los Break Beats, de la producción musical a la artística, de la investigación a la documentación y del negro de la noche al rosa de los flamencos.
Todos estos cambios de piel, significativos y dolorosos, formaban parte de una búsqueda, que autodidacta y disciplinada, tuvieron su tiempo para permitirle avanzar hacia una comprensión más naturalista del sonido. El goce sonoro y auditivo como una herramienta cognitiva para intentar comprender el mundo.
De nacionalidad Bolimex, como él mismo se promulgaba, y de naturaleza nómada, Manrico emigró de la Ciudad de México a Sisal, en la península de Yucatán, en búsqueda de silencio y de algunas aves, principalmente flamencos rosados, para por fin establecerse por algunos años en Bolivia y poder documentar distintos ecosistemas y algunas especies de ortópteros y aves.
Los nómadas tienen la necesidad de leer el cielo, el curso del sol, su altura en el éter, su recorrido, las horas cambiantes de su nacimiento y de su ocaso, las estrellas, las constelaciones, sus movimientos y sus mapas; en el caso de Manrico, su lectura era de una sensibilidad múltiple, el oído, la vista, el gusto, las manos y la piel participaban de ese banquete, aun a sabiendas del alto costo y peligro que eso significaba.
En algún momento Manrico me contó de los peligros de la selva, de la violencia de algunos ecosistemas y de su sabiduría cósmica, de cómo sobrevivir al cansancio tras horas de grabación escondido en completa oscuridad.
De cómo tenemos que aprender a escuchar el cosmos y saber cuándo tenemos que actuar sin él, pero no en su contra, ya que la única forma de vencer a la naturaleza, es obedeciéndola.
Me contó que los indígenas aimaras utilizan el termino Ch’ixi para referirse a una forma de explicarse la dualidad del Universo, de cómo algunas especies de animales, como la serpiente y el lagarto, provienen del subsuelo, pero también habitan en la superficie, y de algunas otras que pueden cambiar de genero; de cómo la naturaleza es hermosa, pero al mismo tiempo brutal y violenta.
Querido Manrico, a veces juego a detener el tiempo, a ir en su contra, a salirme de ritmo y a esconderme, aun sabiendo que inevitablemente, cual serpiente que se muerde la cola, nos volveremos a ver. Te envió un abrazo cósmico con la dulzura de la nostalgia y la violencia del deseo de las cosas por venir.
* Este texto se leyó en el marco de la presentación del video documental realizado por VOLTA, que se presentó como parte de los festejos del 10 aniversario de OTONO a petición de Luis Cleriga en el Museo Yancuic, el sábado 23 de noviembre.