
En la reflexión contemporánea en torno a las manifestaciones sociales, persiste una tendencia arraigada a observar solo los «actos vandálicos» sobre el espacio. Este enfoque se agudiza en el análisis de fenómenos complejos como la gentrificación, en el que la discusión a menudo se reduce a una perspectiva individualista, soslayando las implicaciones estructurales. Nos quedamos en la textura o con lo superficial del amarillismo mediático, que suele viralizar solo aquello que es espectacularizante, pero obvia toda posibilidad de análisis profundo e invisibiliza por completo los temas fundamentales que realmente generan la manifestación.
El aparente abandono de la política globalista —evidente al observar cómo Estados Unidos dejó a los organismos internacionales y las disposiciones de tránsito de productos— no es sino un reflejo de la gestación de ciertos valores progresistas que se van desalineando de las agendas conservadoras, esas mismas que han sido las promotoras de la globalización económica. Sin embargo, mientras el mercado posibilitó la expansión sin límites, todo resultaba adecuado. Es cuando este mismo mercado sin fronteras hace evidente la necesidad de reconocer y dar derechos a «lxs otrxs«, de incorporarlxs al mercado de consumo con todos y los «pocos derechos» que adquirimos bajo la noción de clientelismo, que los objetivos del Norte global encuentran límites, revelando las contradicciones inherentes al sistema.
En el contexto latinoamericano, y específicamente en México, la respuesta a las manifestaciones contra la gentrificación a menudo evoca el «síndrome de doña Florinda», asociado a la justificación individualista de maximizar el beneficio económico de una propiedad («¿por qué si tengo una propiedad que puedo rentar más cara, no lo haría?»). El refrán popular mexicano de “que lloren en tu casa a que lloren en la mía…» encapsula esta lógica que prioriza el interés personal por encima de una comprensión sistémica. Esta perspectiva individual impide reconocer que la suma de las partes conforma el todo. Es decir, la «mejora» personal requiere, necesariamente, de cambios estructurales.

Gentrificación y pauperización de la vida cotidiana: una realidad ineludible
La gentrificación no solo implica el desplazamiento físico de comunidades, sino una profunda pauperización de la calidad de vida de las poblaciones afectadas. Cuando en una conversación informal se atribuye la violencia y la «falta de valores» en México a «infancias abandonadas», se ignora una realidad fundamental: esas infancias crecen en hogares donde lxs adultxs enfrentan el encarecimiento de la vivienda. Esto lxs obliga a buscar residencias alejadas de sus centros de trabajo, a menudo en zonas periféricas de la Ciudad de México o en el Estado de México. Con jornadas laborales de nueve horas, el tiempo de traslado puede extenderse a tres o cuatro horas diarias (sin contar las complicaciones como la lluvia). A esto se suman las responsabilidades domésticas, el cuidado personal y, con suerte, el tiempo para el descanso. Este escenario es una consecuencia directa de la gentrificación, que acentúa la precariedad y el agotamiento en la vida cotidiana.
Las causas de la gentrificación son multifactoriales. No se limitan a la proliferación de nómadas digitales, las inversiones extranjeras, o los proyectos de cultura, ocio o turismo en zonas específicas. Todas estas manifestaciones convergen en un sistema económico que rige sus transacciones bajo la premisa del «mejor postor», priorizando la obtención de mayores recursos económicos por un territorio (pero obviando las complicaciones que traerá consigo). Esta lógica invisibiliza las múltiples aristas de la gentrificación, como el desplazamiento forzado de comunidades que, al moverse por la ciudad, incrementan el tráfico, la demanda de transporte público y la exposición a la violencia e inseguridad en los traslados, afectando desproporcionadamente a las mujeres.

Recuerdos de Bifo: del «cognitariado» en las sociedades Post Alfabéticas
Surge entonces la pregunta: «¿ahora me quieren decir cuánto cobrar por la renta?, ¿´por qué no mejoran los sueldos u obligan a la gente a que se prepare más para tener mejores ingresos?». Esta línea de pensamiento, simplista y desinformada, omite que vivimos en una época de la historia en la que nuestra sociedad está más educada que nunca. Un número sin precedentes de personas tiene acceso a la educación superior, incluyendo posgrados nacionales e internacionales. Sin embargo, los salarios y sueldos que ofrecen empresas y emprendimientos económicos a menudo perpetúan la desigualdad, evaden el pago de sistemas de salud pública y mantienen abismales diferencias entre quienes perciben los ingresos más altos y el «cognitariado» (concepto que tomo prestado de Bifo Berardi). Este último, frecuentemente sometido a la lógica del freelanceo, se enfrenta a la imposibilidad de adquirir una propiedad, incluso a través de modelos colectivos que evocan las comunas del siglo pasado, pero que hoy emergen por necesidad más que por ideología. El capitalismo global nos empuja a estrategias de supervivencia donde «no hay de otra».
Somos, paradójicamente, la sociedad más educada, en términos formales, en la historia de la humanidad y, al mismo tiempo, la sociedad más desigual. El ascenso social rara vez es resultado del mérito individual. Casi siempre requiere de un capital social significativo para «acomodarnos» en espacios laborales que, insisto, no garantizan la posibilidad de adquirir una vivienda propia o, siquiera, el pago de rentas en espacios cercanos a nuestros múltiples espacios laborales. Es común, por ejemplo, observar a profesionalxs que trabajan en zonas comerciales como Santa Fe y optan por vivir de alquiler o, en contadas ocasiones, intentan comprar en el Estado de México, en zonas como Toluca o Metepec. Estos suburbios, concebidos para replicar las prácticas urbanas, han contribuido al incremento del uso del automóvil, al colapso de las vías de acceso y al consecuente aumento del tráfico en la Ciudad de México.
Ante todo, sin importar las grandes inversiones o los recursos que suelen obtenerse de los espacios gentrificados, lo que no se altera es su distribución con otras poblaciones o grupos sociales. Por eso es que la gentrificación “no está en contra de los capitales extranjeros o que se invierta en nuevos negocios en la zona”, lo que indigna es que la distribución de las ganancias se quedará en lxs mismxs actores económicos de siempre. Claro, si abren un Starbucks en mi colonia, se generan más empleos, pero ¿qué tipo de empleos? Aquellos en los que un barista no podría comprarse con su sueldo un café de esa misma cadena o donde se puede ser afanador de limpieza, quizá, incluso el gerente de esa sucursal, pero ni siquiera ese puesto podría garantizar el pago de una renta por un espacio habitacional cercano tras las dinámicas gentrificadoras.

La gentrificación: un debate de larga data
La disputa por los espacios y la gentrificación no es un fenómeno reciente. Desde finales del siglo pasado, y en especial e en nuestra ciudad, desde la primera década del siglo XXI, este tema ha sido abordado, principalmente en el Centro Histórico. Numerosas investigaciones universitarias, publicaciones, libros y conferencias han girado en torno a esta problemática. Además, existe una vasta literatura sobre estas disputas, como la publicación de 2016 coordinada por Fernando Carrión y Jaime Erazo, titulada El derecho a la ciudad en América Latina. Visiones desde la política, que compila el trabajo de numerosxs pensadorxs e investigadorxs que han dedicado años al estudio de este fenómeno.
A pesar de la larga trayectoria de este debate, solo cuando las manifestaciones sociales adquieren un carácter «mediático» e «instagrameable» —en su lógica de impacto y espectacularización viralizante— es que la población en su conjunto logra aproximarse a discusiones mucho más complejas. Esta síntesis inherente a los medios digitales a menudo resulta en más desinformación que en la posibilidad de un análisis y reflexión profundos.
En definitiva, no se trata solo de la gentrificación o de la disputa real y simbólica por los espacios. Se trata, como en todo sistema, de una serie de nodos y cadenas de significantes interconectados. Al invisibilizar ciertos elementos, se menoscaba la congruencia en el análisis y, crucialmente, se pierden las encarnaduras materiales sociohistóricas que configuran estos fenómenos. Es imperativo trascender la superficialidad mediática y profundizar en el entramado de causas y efectos que subyacen a la gentrificación, para así formular respuestas desde una perspectiva crítica y transformadora.
