Me llamo Antígona González y busco entre los

muertos el cadáver de mi hermano.

—Sara Uribe, Antígona González—

las madres, a la fuerza, madres

agachadas, agrietadas, día tras día

al colar el desierto donde las astillas de los huesos

de los que fueron arados; harina de huesos

Atacama

—Ida Börjel, Ma—

Las madres estaban, las hermanas estaban, los cuerpos desaparecidos estaban, los restos en fosas estaban, la catástrofe estaba, la indolencia estaba…

Hoy, la cifra oficial de víctimas de desaparición forzada en México es de 115 995[I],  y ya se cuentan en más de cien los colectivos de personas que los buscan[II]. Decir que se trata de una situación crítica es poco. Decir que no logramos sopesarla también sería insuficiente. A veces, necesitamos palabras pasadas por el trabajo del lenguaje, de la poesía, para poder rescribir el vocabulario que la tanatopolítica nos está legando; para sacudirles la ominosa trivialidad de que han sido revestidas. O como lo dice Roberto Cruz Arzabal: “La diversidad de preguntas y exploraciones surgidas desde entonces [2008] contribuyó a visibilizar de un modo no espectacular —es decir, sin asumir el mensaje de los medios de comunicación— la complejidad y naturaleza de ciertos crímenes violentos…”.[III]

La poeta acapulqueña Azul Ramos (1993) ha publicado un libro que hace este trabajo y nos acerca al testimonio de quien ha perdido a un hermano por este delito y un subsecuente homicidio: Cuerpo (Reverberante, 2023). Pero Cuerpo no es un obituario. Tampoco es un libro que carga con el peso de hablar en nombre de los cientos de miles de personas desaparecidas forzadamente ni de quienes los buscan, aunque están presentes en sus palabras.

Cuerpo es parusía. En breves páginas, trae a la página el golpe de cuando Carlitos fue arrebatado, la señal negativa, y lo hace aparecer rememorando el presente sin él, porque “la escritura no restituye la presencia de los cuerpos pero sí produce presente en torno a éstos…”[IV].

Entonces, el cuerpo de Carlitos aparece. Aunque el español tiene una palabra para nombrar a los cuerpos sin vida, cadáver, cada vez que se hallan los restos de personas que fueron desaparecidas se habla de cuerpos. Con este sustrato, este gesto, trabaja Azul Ramos. Un “habeas corpus”, tal como lo ve Francisco Robles Gil: “[la palabra] cuerpo quizá tiene que ver con ‘habeas corpus’, es decir, se demanda su aparición y en cuanto aparece [muerto] es una forma de enunciar el principio de consolación”.[V] Aún más, una encarnación del cuerpo de Carlos en el cuerpo de su hermana:

Sabía que iba a morir. Había un entierro: un ataúd en el que

resguardarían nuestro cuerpo (p. 11, resaltado mío).

Él y ella el mismo cuerpo. Ella que muere en él, él que vive en ella.

En las primeras páginas del libro Carlos nace como si saliera del huevo que las palabras le han construido: “Extendiste tu cuerpo: territorio fértil: te crecieron los dedos, la espalda, tus piernas, las uñas ovaladas, pestañas rizadas donde podría columpiarse el viento” (p. 13, resaltado mío). La palabra límite, sin embargo, es desaparecer. Dice Sara Uribe en Antígona González: “Yo me quedé pensando en el verbo desaparecer”, y Azul Ramos vuelve su mirada y sus pasos sobre esta etimología de la grieta que Sara Uribe comenzó a caminar:

Reescribo: desaparecer quiere decir: rostros con señas particulares: cuánto mide, cuántos años tiene, cómo son sus ojos: el color, las cejas que los coronan, la piel, la forma del cabello, la última prenda que le vestía.

Cuántos días ha estado ausente (p. 16).

Ya lo apunta Giovanni Rodríguez Cuevas en su presentación para Cuerpo: “Parecería un exceso hablar de Uribe y de su Antígona González (2012), pero este libro fue un hito para escrituras venideras. Gracias a sus estrategias de reescritura e investigación, la autora tomó distancia de los horrores para no caer en las trampas del chantaje y el efectismo. El resultado fue un parteaguas en plena guerra intestina del narcoestado”.[VI] Concebido y pensado como un libro de poesía en prosa, Cuerpo se inscribe en una genealogía que trabaja con la violencia y el dolor, pero que “No se trata de una obra que dé voz a los que no la tienen o que ficcionalice elementos de la realidad, sino de un dispositivo artístico que incide en las comunidades mediante su configuración y la respuesta estética a la violencia, para poder enunciar de un modo colectivo un fenómeno que las rebasa…”[VII] como, de nuevo, Cruz Arzabal dice en referencia a Antígona González, aun cundo Cuerpo no ha seguido el mismo camino de socialización que la pieza de Uribe y sus estrategias escriturales son otras.

“Desparecieron el cuerpo. […] Se llama Carlos, Carlitos” [pp. 18 y 19]. Es verdad que quienes perpetraron la desaparición se llevaron el cuerpo, pero, como territorio fértil en que lo ha convertido la poeta, es posible inscribirlo en el texto y llevarlo encarnado en su propio organismo: “[Tu cuerpo habita mi vientre. Desde entonces no sé engendrar. El deseo se ausentó con mi sangre cada mes.] (p. 26). Y he aquí el riesgo: la voz poética, su cuerpo, no pueden no afectarse por la desaparición del hermano. Salir indemne sería una mentira.

En este punto resulta muy claro que la pregunta no puede ser por el cadáver sino, justamente por el cuerpo y, de nuevo, Azul Ramos dialoga con Sara Uribe:

 [¿Cómo ves un cuerpo que desconoces? ¿Cómo reduces un cuerpo a señas?] (Cuerpo, p. 35)

¿Qué cosa es el cuerpo cuando alguien lo desprovee de nombre, de historia, de apellido? Que era una probabilidad. Cuando no hay faz, ni rastro, ni huellas, ni señales. Que los iban a traer aquí ¿Qué cosa es el cuerpo cuando está perdido? (Antígona González, p. 68).

 “Desaparecidos los gestos” (p. 18), Azul Ramos toma el riesgo de reinscribirlos en un trayecto que, al mismo tiempo, la desaparece a ella y borra las fronteras entre la persona que ha sido arrebatada y quien la busca: “Desaparezco en los pétalos y el llanto” (p. 38), y en este movimiento de doble vista nos profetiza una tragedia: si por cada persona desaparecida hay al menos una que lo busca o espera y en este ejercicio de amorosa esperanza, desaparece, habitamos un país de ausencias que es necesario conjurar. Es debido hacer nacer a cada persona desaparecida.


[I] Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), disponible en https://versionpublicarnpdno.segob.gob.mx/Dashboard/ContextoGeneral (consultado el 13 de mayo de 2024).

[II] “En México hay ya más de 100 grupos y colectivos que buscan a sus desaparecidos”, Gaceta UNAM, 16 de marzo de 2023. Disponible en https://www.gaceta.unam.mx/en-mexico-ya-hay-mas-de-100-grupos-y-colectivos-que-buscan-a-sus-desaparecidos/

[III] Roberto Cruz Arzabal (2015). “Escritura después de los crímenes: dispositivo, desapropiación y archivo en Antigona González  de Sara Uribe”, en Mónica Quijano y Héctor Fernando Vizcarra (coords.), Crimen y ficción. Narrativa literaria y audiovisual sobre la violencia en América Latina, UNAM/Bonilla Artiga Editores.

[IV] Ídem.

[V] Comunicación personal.

[VI] Giovanni Rodríguez Cuevas, “Anotar con cuidados. Sobre Cuerpo de Azul Ramos” en Periódico de Poesía, disponible en: https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/anotar-con-cuidados/ (consultado el 18 de mayo de 2024).

[VII] Cruz Arzabal, art. cit.