¿Qué ha cambiado y qué ha seguido igual desde la derrota electoral de Trump? ¿Cómo pinta el panorama? ¿Está derrotado el posfascismo trumpista? De esto trataré en el siguiente par de ensayos.

I
Los campos de concentración

“A fin de cuentas, podemos decir que todo este asunto ha sido exagerado más allá de toda proporción y es usado para agitación política por la izquierda”.

Esta cita fue hecha por un comentarista conservador sobre los campos de concentración alemanes que ya se estaban construyendo en la década de 1920. Aquellos campos, diseñados para contener a refugiados judíos que huían de la guerra civil en el colapsado Imperio ruso. Fueron los primeros de su tipo en establecerse en Alemania y el antecedente de los campos de exterminio nazis. En su momento fueron denunciados por personas como Albert Einstein [fuente aquí].

A mediados de 2018 el mundo fue sacudido por una serie de revelaciones sobre el inhumano trato de los migrantes latinoamericanos, en especial a los niños, separados de sus familias y mantenidos en condiciones que claramente violaban sus derechos. Como les platiqué en ese entonces, aunque la derecha y la ultraderecha hicieron lo posible por negar o minimizar el asunto, lo cierto es que el panorama era a todas luces demasiado brutal, incluso para un país con políticas de inmigración tan draconianas como los Estados Unidos, y un presidente con una retórica xenófoba tan incendiaria como Donald Trump.

En los meses y años que siguieron se reveló que más de 1,400 padres habían sido deportados sin hijos y que más de 4,300 niños habían sido separados de sus familias [aquí]. Muchos niños eran encerrados sin que hubiera adultos que les cuidaran; niñas pequeñas eran las únicas encargadas de cuidar a críos aún más pequeños (incluyendo bebés de brazos). En muchas ocasiones no tenían acceso a baños, medidas de higiene, ropa limpia, abrigo ni comida suficiente [aquí].

Se supo también que cientos (quizá miles) de menores sufrieron abuso sexual, situación que existía incluso desde tiempos de Obama, pero que se disparó bajo el régimen de Trump [aquí]. Se sabe por lo menos de un centro de detención en donde se esterilizó forzosamente a unas mujeres migrantes [aquí]. También hay reportes de hacinamiento, trabajos forzados y muertes prevenibles ocurridas en estos campos. Además, durante esa administración, se rompieron récords de redadas y arrestos masivos contra migrantes [aquí].

Luego vino la derrota electoral de Trump en noviembre de 2020 y la llegada del demócrata Joe Biden a la Casa Blanca en enero de 2021. No pasó un mes antes de que estallara el primer escándalo: uno de los centros de detención de Trump sería rehabilitado por Biden para encerrar en él a cientos de niños migrantes [aquí]. Aunque, esta vez, no hubo tanta alharaca.

Cierto, la imagen carcelaria de los centros de detención fue cambiada por algo que más bien daba la idea de un albergue, sin uniformes militares, con terminología más amigable y una nueva decoración colorida. Pero sigue siendo una instalación en la que se encierra a menores de edad contra su voluntad, por el único delito de ser migrantes. Como algunos críticos han dicho, una jaula es una jaula, y lo que Biden debería hacer es dejar de detener a niños migrantes y sus familias [aquí].

Por otro lado, sí ha habido un descenso en la tasa de deportaciones [aquí] y ha decrecido el número de menores en custodia [aquí]. Biden canceló la construcción del muro fronterizo, anuló definitivamente las restricciones de viaje que Trump pretendía imponer a ciudadanos de 14 países de mayoría musulmana, y restauró el programa DACA que beneficia a inmigrantes que entraron en el país como menores [aquí]. De hecho, tanto ha cambiado, que un agente de la ICE, la agencia policial migratoria, se quejó de que Biden “ha abolido la agencia sin abolirla” y que después de tener grandes poderes y libertad de acción bajo el gobierno de Trump, ahora no puede hacer gran cosa [aquí].

Todo esto es un cambio positivo, sin duda, y uno de varios hechos que demuestran que entre Biden y Trump sí existen diferencias importantes que impactan las vidas de las personas. Sin embargo, esta mejora es solo relativa; pinta tan bien nada más porque la política de Trump era de verdad atroz. Es menos un progreso que un regreso a un statu quo menos horrible. Y ese es precisamente el punto.

II
¿En dónde estamos?

Donald Trump llegó a la cima en 2016 a la vez aprovechando y alimentando una ola de posfascismo, un conjunto de ideologías reaccionarias que el historiador Enzo Traverso describe como mezclas de elementos del fascismo clásico (nacionalismo, demagogia, xenofobia, roles de género tradicionales, fundamentalismo religioso, defensa de las jerarquías sociales, etc.) con algunos ingredientes novedosos que lo distinguen de aquéel (defensa del libre mercado en oposición al estatismo, o retórica que alaba la democracia en lugar de denostarla) y, por supuesto, la negativa a reconocerse como fascismo. Dediqué un ensayo completo a caracterizar este nuevo fenómeno.

Otros líderes políticos con posturas, retóricas y políticas similares a las de Trump incluyen a Marie Le Pen en Francia, Boris Johnson en Inglaterra, Matteo Salvini en Italia, Santiago Abascal en España, Viktor Orbán en Hungría, Recep Erdogan en Turquía, Narendra Modi en la India y Jair Bolsonaro en Brasil. Además de estos personajes, se registró un aumento de partidos políticos y organizaciones de extrema derecha y de crímenes de odio en Europa y Estados Unidos. Todo esto lo he venido documentando en la serie Crónica de un Invierno Fascista.

La salida de Trump de la Casa Blanca, aunque está lejos de indicar que el nuevo fascismo ha sido derrotado, sí significó un revés para la extrema derecha. El paupérrimo manejo de la pandemia de Covid-19 por parte de los gobiernos reaccionarios (sobre todo en contraste a gobiernos como los de la progresista Nueva Zelanda y la socialista Vietnam), terminó por debilitarlos y erosionar su popularidad, especialmente en los casos de Modi y Bolsonaro.

En América Latina, el fracaso del intento de golpe de Estado derechista en Bolivia, el triunfo del estallido social de Chile y la victoria electoral del socialista Pedro Castillo en Perú, entre otros, marcan un revés para los reaccionarios y hacen difícil el surgimiento de otro Bolsonaro en la región (a no ser como reacción a todo esto).

En general, podría parecer que el posfacismo llegó a su máximo apogeo con Trump y que ahora nada más le queda ir de bajada, pero siempre existe el peligro de que vuelva a remontar. Apenas en junio de 2021, una investigación periodística reveló la existencia de una muy bien armada red de organizaciones de extrema derecha en Argentina, surgida para oponerse al reciente triunfo de la lucha feminista por el derecho al aborto.

Algunos izquierdistas (yo me incluyo) consideraban a Biden un mal menor y su elección un paso insuficiente, pero necesario en la lucha contra el fascismo primero y el capitalismo después. Es decir, elegir a Biden era una movida pragmática. Pero existen otros varios discursos construidos alrededor de la restauración neoliberal encarnada por Biden. Quiero enfocarme en tres: uno que es improductivo y molesto, otro que es delirante y peligroso, y uno más que es autocomplaciente y doblemente peligroso.

En primer lugar, tenemos cierto discurso prevalente en la izquierda en internet, y no solo en la anglósfera, sino también en español y otros idiomas. Estas personas niegan que Biden sea el mal menor, lo consideran tan malo como Trump, representante del mismo sistema injusto y criminal que genera desigualdad y opresión para grandes masas de gente, además de destrucción para el planeta.

Eso es comprensible. El problema es que, para empezar, ignoran hechos que apuntan a que por lo menos algunas cosas son menos peores. Por ejemplo, en la izquierdósfera tuitera se difundió mucho, y se sigue repitiendo, la afirmación de que con Biden ha aumentado de la militarización de los barrios negros, incluso más que con Trump, a pesar de que la afirmación ha sido desmentida.

Más importante aún, parecería que para estas personas lo que más prioritario ahora es denostar y resentir a otros izquierdistas, a quienes tachan de traidores y cómplices por haber “ayudado” a Biden a llegar al poder (votando o llamando a votar por él). Asumiendo por un momento que de verdad Biden fuera tan malo como Trump, ¿cuál es el punto de seguir echándolo en cara? ¿Acaso no habría que pensar en organizarse para combatir las injusticias que vengan con este nuevo gobierno tal como lo harían como bajo Trump?

A menos, claro, que sea menos importante combatir al fascismo que mantener la pureza ideológica y “joder a los libs”; porque cualquiera que no sea izquierdista de la misma forma que uno es un asqueroso liberal. En ese afán, algunos sujetos que alardean de radicalismo incluso han manifestado simpatía por la extrema derecha, sobre todo después del asalto al Capitolio, porque por lo menos “ellos sí hacen algo y sí quieren cambiar las cosas”. Es por eso que digo que su actitud es muy molesta y nada productiva.

Lo cierto es que la izquierda de internet, que alguna vez formó un bloque más o menos unificado contra el enemigo que representaban los neofascismos y posfascismos, dejó ver todo lo que la dividía tras la derrota de Trump, y ahora socialdemócratas, marxistas, anarquistas, tankies, SJWs y demás se la pasan tirándose tierra unos a otros por el mínimo desacuerdo.

Por su parte, el discurso delirante pero peligroso es el que viene de la derecha gringa y sus imitadores en otras latitudes. Es la que pinta a Joe Biden como un peligroso comunista y a todas sus medidas como pasos encaminados a instaurar una dictadura roja. Ajá, así como lo leen. Es absurdo, pero esa clase de retórica les funcionó con Obama y sirvió para alimentar la ideología conspiratoria de la alt-right que terminó poniendo a Trump en el poder. Es un ejemplo de la estrategia discursiva de “mover las definiciones a la derecha”: clasificar lo que es simplemente el statu quo neoliberal centrista como si fuera socialismo o comunismo, para que el extremismo de derecha que ellos proponen pase como lo normal y de sentido común.

Visto que cualquier falsedad, por más inverosímil y ridícula que sea, puede llegar a convencer y motivar por lo menos a algunas personas en estos tiempos de posverdad, la derecha (extrema y no tanto) ya no tiene por qué refrenarse en lo absoluto. Intentos de engañar, asustar y enfurecer al ciudadano común con “pánico anticomunista” se pueden ver en sus reacciones al regreso de Estados Unidos al acuerdo de París o a los planes para incluir la historia del racismo en el país como parte de los programas educativos.

O sea, podemos esperar que, a menos que haya esfuerzos para contrarrestarla, esta retórica siga siendo el combustible de movimientos reaccionarios que regresen revitalizados para las elecciones presidenciales de 2024. No olvidemos que, aunque Trump no esté representándolos desde la más alta oficina, sus más ardientes seguidores permanecen ahí, con incluso algunos conspiranoicos creyentes en QAnon ganando puestos de elección popular.

Pero el discurso más peligroso de todos es el de los autocomplacientes, quienes piensan que con Biden se han restaurado la libertad y la justicia que hacen grandes a los Estados Unidos. Ven a Trump como un suceso extraordinario en su historia y no como el producto de la misma. Quieren hacer de cuenta que todo lo que estaba mal con Trump, el racismo y la misoginia normalizadas, la brutalidad policiaca, la desigualdad y la xenofobia, han quedado atrás.

Los medios típicamente liberales, como el New York Times, el Washington Post o CNN, pasaron de criticar cada aberración de Trump a aplaudir todo lo que haga Biden, incluyendo, pero no limitándose a: la permanencia de los campos de concentración, su negativa a aumentar el salario mínimo y cancelar la deuda estudiantil, su apoyo a las acciones genocidas del Estado del Israel, su afán por escalar el conflicto diplomático con China o sus actos de intervencionismo imperialista en el Medio Oriente.

Cuando se critica a Biden desde la izquierda sus defensores pretenden acallar esas críticas con clichés como “por lo menos es mejor que Trump” o “¿acaso preferirías que Trump siguiera gobernando?” o de plano desestimando a quien critica como un radical extremista que de todos modos no está contento con nada. El propósito es siempre desviar la atención de lo que Biden está haciendo mal y, en general, de las injusticias inherentes al sistema socieconómico que él representa. [Some more news hizo una deliciosa sátira de esto.]

La militarización de las fuerzas de seguridad que han provocado la crisis de brutalidad policiaca, la violación sistémica de los derechos humanos de los migrantes, las reglamentaciones que permiten suprimir o neutralizar el derecho al voto de los grupos marginados, la ampliación del estado de vigilancia, la desregularización de los mercados, los bombardeos a civiles inocentes en guerras intervencionistas para asegurar los intereses de las corporaciones estadounidenses… Nada de ello necesitó de un posfacista como Trump para suceder, sino que fue desarrollado por gobiernos de ambos partidos desde la década de los ochenta.

Esto es porque, a pesar de algunas diferencias nada despreciables en cuanto a ciertos temas, tanto el partido Republicano como el Demócrata en última instancia se encargan de guardar los intereses de las élites económicas. Para muestra, vean el caso de los Paradise Papers, los documentos filtrados que revelan cómo los ultrarricos evitan pagar impuestos mediante acciones completamente legales, y cómo ello contribuye a una acuciante desigualdad económica y a la precarización de todos los demás. Pues los representantes de ambos partidos estuvieron de acuerdo en investigar, no la podredumbre de este caso, sino cómo se había podido dar tal filtración para hallar y castigar a los culpables [aquí y aquí].