Las esposas de los Álamos es el título de la primera novela de la escritora estadounidense Tarashea Nesbit; publicada en 2014 en su país, esta obra obtuvo grandes críticas por parte de la prensa especializada. En México, la editorial Turner la publicó en su colección El Cuarto de las Maravillas, y debemos agradecerlo, ya que la novela de Nesbit nos presenta un lado de la historia que pocas veces ha sido nombrada: la vida de las esposas de los científicos que construyeron y desarrollaron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945.
Podríamos pensar que se trata de una novela histórica, sin embargo, a Nesbit no le interesa exactamente la reconstrucción del momento histórico, sino conocer de manera íntima y profunda la vida y la cotidianidad de estas mujeres; esposas que aceptaron acompañar a sus maridos en un extraño proyecto del que conocían muy poco. Para hacerlo, Nesbit recurre a un recurso narrativo no muy utilizado: la tercera voz del plural:
“Éramos de cara redonda, deportistas, bullangueras, austeras, de huesos finos, felinas y torpes. Cuando discutíamos las opiniones políticas de las demás nos calificaban de tercas o francas. Nuestros padres procedían del mundo académico; nosotras conocíamos ese mundo. Nos casamos con hombres exactamente iguales a nuestros padres, o completamente distintos, o solo en los mejores rasgos. Como esposas de científicos que trabajaban en ciudades universitarias, organizábamos meriendas y chismeábamos, o vivíamos en una gran ciudad y recibíamos invitados a la hora del cóctel. Ofrecíamos cigarrillos en bandejas de plata. Nos apoyábamos mucho en las otras esposas, fingíamos ser muy buenas amigas, nos llevábamos la mano a la boca y les susurrábamos cosas al oído. Y, lo más importante, descubríamos cómo lograr una plaza fija para nuestros maridos.”
La novela se construye a partir de esta voz que no reconoce protagonistas ni individualidades y que, por el contrario, intenta presentarnos a las “esposas” como un grupo. Aunque éste no tenga que ser necesariamente homogéneo: no todas tienen la misma educación, ni los mismos intereses, es más, ni siquiera son todas estadounidenses. Hay esposas que llegaron de Europa, huyendo de la amenaza nazi; hay quien han tenido carreras universitarias, y otras que sólo han estudiado hasta la secundaria. Es decir, no son un grupo sencillo de manejar literariamente hablando. Es en esta heterogeneidad en la que encontramos una de las grandes fortalezas de Nesbit como escritora, pues si bien esta voz narrativa plural se mantiene a lo largo de la novela, puede dividirse, multiplicarse o convertirse en la historia de una sola mujer contada desde voces múltiples.
En algunos momentos determinados puede ser la historia de Nancy o de Megan, o de los hijos de alguna de ellas, pero siempre narrada desde ese punto de vista múltiple, que convierte a esta novela en integralidad, en una visión de conjunto, que nos narra la vida cotidiana, sus vicisitudes, sus contradicciones, sus momentos de alegría, sus momentos de tristeza, de la vida común en Los Álamos, el laboratorio del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, en donde se desarrollaron, se construyeron y se hicieron explotar las primeras bombas atómicas construidas por la humanidad, y que después serían utilizadas sobre las ciudades japonesas y asesinaron a 120 mil personas, lo que obligó a Japón a rendirse y dar por concluida la Segunda Guerra Mundial.
Un proyecto que se desarrolló en tal estado de hermetismo, que las esposas no sabían siquiera adónde se iban a mudar en un primer momento. Las seis mil personas que llegaron a vivir en Los Álamos sólo tenían un apartado postal para recibir cartas y comunicaciones, ubicado en la ciudad de Santa Fe.
En Los Álamos nada estaba preparado para ellas, las casas eran terriblemente calientes en verano y terriblemente frías en invierno, el agua potable no era suficiente para todas las casas que se estaban construyendo para todas las familias que llegarían finalmente a vivir al laboratorio. No había escuelas, no había camas suficientes, no había hospital y todo se tuvo que construir a partir de la nada. Y es ahí en donde las mujeres jugaron un papel determinante, al tomar la decisión de participar de forma activa en la administración del ¿Laboratorio? ¿Campamento? ¿Pueblo? Algo que nadie sabía precisar en realidad. Por lo menos no en un primer momento.
Aunado a estas condiciones, las mujeres se encontraron con que nadie sabe nada, porque el secreto debía ser perfecto. Y sí alguien hablaba un poco de más, simplemente era expulsado por el ejército de los Estados Unidos. Los Álamos era un laboratorio controlado por el ejército, y la disciplina era militar, y aunque el director del campamento era el científico Robert Oppenheimer, el director y quien tenía la última palabra era el Gral. Graves.
Este secretismo, además de este velado machismo, es otro de los elementos que Nesbit retoma en Las esposas de los Álamos. Porque entre las esposas también había mujeres científicas, que en un primer momento fueron relegadas de las investigaciones. Aunque después poco a poco se fueron involucrando en los experimentos, con un grado menor de responsabilidad. Pero también había mujeres que antes de la guerra trabajaban, eran profesoras universitarias, maestras o empleadas en grandes empresas, y cuando llegaron a Los Álamos las autoridades intentaron reducirlas al papel de amas de casa que no preguntan ni saben nada. Por supuesto las cosas no salieron así, porque las mujeres se rebelaron de maneras sutiles y buscaron la forma de tomar mayores responsabilidades en la vida cotidiana, con la simple intención de mejorar la vida de sus familias, de sus hijos, de sus esposos, de ellas mismas.
Al final, las mujeres, ocuparon cada vez más espacios en la vida administrativa del campamento, aunque eran mantenidas alejadas (en su mayoría) de las investigaciones científicas. La vida en el campamento había llegado a una especie de normalidad hasta que el 6 de agosto de 1945 la noticia de la caída de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima cundió en todas las ciudades y pueblos de Estados Unidos. Y la felicidad por el fin de la guerra fue total entre los habitantes de Los Álamos.
Tiempo después, los científicos y profesores universitarios fueron regresando a sus universidades en diferentes partes del país. Algunos pocos se quedaron y formaron el núcleo de lo que hoy es uno de los laboratorios más grandes del mundo. Pero unos cuantos se darían cuenta del peligro de lo que habían hecho. Y muchos, hombres y mujeres, iniciaron campañas para prevenir y detener el uso de la energía atómica y para impedir que el arma de destrucción masiva que se había desarrollado en secreto en Los Álamos se utilice en contra de otras ciudades o en nuevos conflictos bélicos.
Podríamos decir, en ese sentido, que en Los Álamos se creó la bomba atómica, pero también dio inicio al sentimiento y a la preocupación en contra de las energías y de las armas atómicas.
Es la capacidad narrativa de Tarashea Nesbit la que nos muestra la enorme diversidad que existía en este grupo de mujeres que habitaron y compartieron su espacio en Los Álamos, en uno de los momentos más críticos de la humanidad, y nos permite entender que el lugar de la mujer nunca ha sido tal como nos dice la historia oficial. El papel de las mujeres fue vital, esencial, y ése es uno de los más valiosos aportes de la reconstrucción que hace Nesbit: retoma la historia para traernos un fragmento vital que nos permita entender ese momento histórico en particular, que, sin duda, también cambiaría el rumbo de la historia de la humanidad.
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