
La música de la frontera del norte de México o música chicana es una mezcla en la que los corridos de la Revolución mexicana, el rock, la polka y el soul se funden en letras cantadas en español o inglés o en ambos (espanglish) y que ha formado un vasto y rico panorama sonoro. Uno de los precursores de este género es el indiscutible Rey del Acordeón: Leonardo «Flaco» Jiménez (1939-2025), que el murió a los 86 años el pasado 31 de julio. Un músico y “arquitecto sonoro” cuya vida y obra son un pilar en la columna vertebral de la música Tex-Mex y un faro fundamental para la cultura chicana.
La historia de Flaco es la historia del sonido tejano; su abuelo, Patricio Jiménez, y su padre, Santiago Jiménez, fueron también pioneros del género musical llamado conjunto, una traducción Tex-Mex de las polcas y valses que los inmigrantes europeos llevaron al centro de Texas. El Flaco nació en 1939 en San Antonio, Texas y aprendió a dominar el acordeón de botones a los siete años, heredando no solo la técnica, sino el feeling y el alma de la música de la gente. Empezó a tocar con su padre cuando era solo un niño, y cuando llegó a la adolescencia ya tenía su propio grupo, y sus primeras grabaciones se publicaron en pequeños sellos. Su primer éxito local fue “Hasta la vista” a los 16 años.
En las décadas de los sesenta y setenta, mientras el movimiento chicano clamaba por derechos civiles y orgullo cultural, su acordeón se convirtió en un instrumento de afirmación. Tomó la base del conjunto tradicional: acordeón, bajo sexto, tololoche y batería y le inyectó una energía nueva al incorporar matices del country, el blues y el rock que se escuchaban en la radio tejana, creando un sonido híbrido, vibrante y completamente moderno. Doug Sahm, otro icono de la música de San Antonio, lo llevó a Nueva York en 1972 para grabar su primer álbum en solitario, Doug Sahm and Ban, en donde tuvo la oportunidad de conocer Ry Cooder, un especialista en música de raíces que lo incluyó en su álbum de 1976: Chicken Skin Music.
Fue su rol como colaborador de élite lo que cementó su leyenda internacional, Flaco se convirtió en el músico de sesión por excelencia para cualquier artista grande que buscara autenticidad, sabor y corazón. Su acordeón lloró junto a la armónica de Bob Dylan en “Under the Red Sky”, le dio un toque de soul tejano a los Rolling Stones en “Voodoo Lounge”, añadió melancolía fronteriza a “By the Light of the Moon” de Los Lobos, e incluso le dio un toque inesperado a canciones de Carlos Santana y Dwight Yoakam.
Flaco Jiménez fue, sin proponérselo, el principal embajador de la música chicana, colocando el sonido del acordeón tejano en el mapa musical global y demostrando que era un lenguaje con el que todo el mundo podía conectar.
El legado de Flaco Jiménez es tan profundo como las raíces del mezquite. Se puede medir, primero, en los incontables acordeonistas que le siguieron, desde los gigantes de la música tejana como David Lee Garza y Bobby Pulido hasta las nuevas generaciones que encuentran en sus solos un manual de expresión pura. Pero su verdadera influencia va más allá de la técnica. Flaco Jiménez le dio dignidad y cool a un género que a veces era menospreciado. Demostró que la música de conjunto no era un artefacto del pasado, sino un lenguaje vivo, capaz de evolucionar y dialogar con cualquier otro estilo sin perder su esencia. Él encarnó el espíritu chicano: la fusión, la resiliencia, la alegría frente a la adversidad y el orgullo de los orígenes.
Ganador de múltiples Grammys, incluido un premio a la trayectoria, su nombre es sinónimo de excelencia y autenticidad. Su música es la banda sonora de incontables bodas, quinceañeras, barbecues y fiestas en el garaje; es el hilo musical de la vida comunitaria chicana y mexicano-americana.
Al escuchar el fluir virtuoso y emotivo de su acordeón, no solo se oye una polka o una redova, se escucha la historia de un pueblo, la alegría de una cultura y el eco de un pionero que se atrevió a cruzar fronteras, no para dejar su hogar atrás, sino para llevar el sonido de su hogar a cada rincón del mundo. Flaco Jiménez no solo tocó la música de su gente; le dio al mundo entero una razón para escucharla. ¡Y vaya que lo logró!