Campos de sorgo
Dedicado a los 72 migrantes asesinados
en San Fernando.
1
La noche cae sobre los cuerpos oscuros, apiñados, cargados de sueños.
Sueños que respiran en medio de cuerpos que laten, hambrientos,
que sudan ansiedad por arribar a un nuevo puerto,
mientras en la televisión del autobús hay balazos y persecuciones.
La noche cae como un manto frío que todo lo esconde.
Es el camino el que se alarga.
Es el camino que cruza el gran desierto, es el norte.
La vida es una búsqueda incierta, que tiene más de huida que de ilusión.
2
El sueño busca un asilo, una guarida,
para olvidar el peso de la existencia.
Olvidar,
lo que somos: náufragos
en un mar seco.
Olvidar lo que somos
es lo que impulsa nuestra defección.
3
“En medio de la noche
un autobús de pasajeros fue detenido en un retén
por un grupo armado. Todos los hombres que en él viajaban
fueron obligados a descender.
Uno a uno fueron arrodillados en hilera
sobre la autopista; compelidos a abordar una camioneta de redilas que tomó brecha
rumbo al monte.
El camión llegó hasta Nuevo Laredo, Tamaulipas,
sin 25 de los pasajeros.
El conductor del autobús
no mencionó nada a las autoridades.
Los familiares de los 25 hombres
no saben nada de su paradero”.
4
Desaparecer es una mueca silenciosa.
(Un papel pegado en una sucia pared
de una delegación: nombre, una fotografía borrosa, señas particulares.)
Una cifra que no revela nada.
Una cifra que no nos dice mucho más a los habitantes de este país de niños sicarios.
Desaparecer es convertirse en sombra. Desaparecer es convertirse en huella.
5
El hombre salió a la autopista por entre los matorrales.
Tenía golpes en el rostro y en el cuerpo: fue torturado.
Dos personas se detuvieron a ayudarlo y lo llevaron a la delegación de la Cruz Roja.
El hombre no quiso levantar una demanda o presentar una declaración ante la policía.
Habló de campos de sorgo en donde
se obligaba a pelear a los secuestrados.
Los que preferían no integrarse a las filas del grupo eran asesinados.
Sus cuerpos desmembrados.
Sus cuerpos quemados.
El hombre logró huir.
Estaba aterrado.
Elementos de la policía estaban ahí,
viéndolo todo,
cuidando de todo.
El hombre huyó del hospital,
no se tiene noticias de él.
Ni siquiera dijo su nombre.
6
Campos de sorgo,
abandonados.
Campos de sorgo
sobre los que ahora flota el olor vertiginoso,
el olor dulzón de la muerte.
Zumba y zumba
revolotea sobre ese gran campo en donde han quedado los rastros
de un gran campamento
desaparecido de la noche a la mañana:
7
En la casa –una choza de lámina y palma sin paredes–
había mesas y muchas cobijas…
8
¿Los habrán tenido de pie?
¿Acostados?
¿Amarrados?
¿Les habrán dado de comer?
¿Los habrán dejado ir al baño?
¿Los golpeaban?
¿Por qué?
¿Para qué?
9
Localizaron dos autos, varias colchonetas,
dos uniformes militares y uno de marino,
latas,
mucha ropa de mujer,
cosméticos,
bolsos,
maletas.
Pantalones colgados de los árboles de mango.
Todo indica que dormían debajo
de los árboles.
10
Es el peso de los nombres sin rostro,
es el peso de las preguntas,
de las dudas.
Es el peso de la búsqueda desesperada.
¿Cuánto pesa un nombre?
¿Cuánto pesa un recuerdo?
¿Cuánto pesa una ausencia?
11
Campos de sorgo abandonados;
¿Qué hicimos para desatar a los demonios?
Campos de sorgo
¿Qué hicimos para abrir las puertas del hades?
Campos de sorgo
¿Cuánto pesa un nombre?
Campos de
¿Cuánto pesa un recuerdo?
Campos
¿Cuánto pesa una ausencia?
Los grandes problemas nacionales
A Rosalía le dijeron en la agencia del MP
que no se preocupara,
que seguro su hija estaba por ahí, con el novio,
o con alguna amiga,
que las muchachas son así, les gustan irse
con el primero que pasa en motocicleta.
Don Jorge no pudo levantar
la denuncia de la desaparición de su hijo
hasta que pasarán las primeras 72 horas.
Cuando a doña Talía le dieron una cajita
le dijeron que esas cenizas
eran su hija desaparecida.
A los padres de Hugo
le entregaron un pedazo
de hueso y le dijeron:
tomen, acá esta su hijo,
vayan y entiérrenlo y no vuelvan más.
Y no pregunten más.
A la madre de Sonia le entregaron una caja de zapatos
y le dijeron:
estas son los restos de su hija de diecisiete años
que fue asesinada, quemada y abandonada
en un arroyo cerca de Ciudad Juárez.
Vaya, entiérrenla y no vuelva más.
Las autoridades no están para atender
cuestiones familiares
están para dirimir
los Grandes Problemas Nacionales.
Y los hijos,
las madres,
los nietos,
los hermanos,
las sobrinas,
los desaparecidos
no son un gran problema nacional.
(En Argentina desaparecieron 30 mil personas
en 8 años de dictadura militar.
En Uruguay durante el gobierno de los gorilas
solo desaparecieron 180 personas
en 14 años de dictadura militar.
En Chile desaparecieron 3,065 mil personas
durante los 17 años de dictadura.
En México desaparecieron 43 mil personas
en tan sólo 12 años de gobiernos
elegidos democráticamente.)
Cada uno de los desaparecidos
representa un dolor diferente.
Un dolor que se sostiene en la memoria.
Un dolor que quema.
Desaparecer es convertirte en palabra que eriza la piel.
En México sólo tenemos
82 mil desaparecidos y contando.
Los Hipopótamos de Pablo Escobar
1
Pienso en los hipopótamos de Pablo Escobar,
esa pareja de gordos y malolientes hipopótamos
que el capo de capos hizo traer
desde algún país de África para mantenerlos en cautiverio
en su finca Nápoles,
allá por los rumbos de La Dorada, Caldas.
Hipopótamos negros y gordos.
Hipopótamos negros, gordos y espaciosos
que pensaban que el clima colombiano les sentaba muy bien.
Hipopótamos negros que iban y venían
bajo las aguas mansas de algún río,
mientras su dueño se dedicaba a asesinar a medio Colombia.
Pienso en los hipopótamos de Pablo Escobar
que navegan sumergidos bajo las aguas.
¿Recordarán a sus ancestros africanos?
¿Pensarán en faraones y negros hutus y bantúes?
¿Soñaran con leones y elefantes,
con el sabor agrio de la sabana?
¿Con ríos más estrechos, con lodo sulfuroso?
2
Un buen día, después de que Pablo Escobar,
el capo de capos, murió,
de que medio país había
sido desangrado, y cuando ya nadie
se ocupaba de ellos,
abandonados en lo que era su hogar,
la hacienda Nápoles,
los hipopótamos dejaron la tranquilidad
de su río
y se fueron a conocer mundo.
Atravesaron ríos y montañas,
pueblos, caseríos y ciudades en busca
de un nuevo rincón donde guarecerse
y vivir alejados de los humanos, como sabios misántropos.
Siguieron una ruta desconocida.
Se escondieron bajo una sombra y descansaron
alejados de la vista humana.
Tal vez pensaban que nadie se acordaría de ellos.
Tal vez pensaban que nadie
los iría a buscar: su dueño había muerto
abatido por las balas del bloque de búsqueda
en una azotea de un barrio de clase media de Medellín.
¿Quién se iba a preocupar por ellos?
¿Quién los necesitaba?
Ellos no querían a nadie.
Eran felices.
Vivían solos y alejados.
Casi el paraíso.
Pero la raza humana no perdona.
Ni siquiera a los hipopótamos de un capo asesinado.
Había que buscarlos,
atraparlos,
traerlos de nueva cuenta
hasta la hacienda abandonada,
dejarlos morir ahí,
si fuera posible.
Y los buscaron, por agua y tierra.
Se contrataron expertos cazadores,
se armaron bloques de búsqueda,
se recurrió a la ayuda de la CIA y del FBI,
se utilizaron fotos satelitales,
se armó a los campesinos y a los pescadores:
los hipopótamos eran tan peligrosos como sus dueños,
decían los noticiarios
de las diez de la noche.
El primero de ellos cayó abatido en una redada
en los límites
del río Cauca y el Magdalena:
se resistió al arresto,
fue la versión oficial.
Era peligroso.
El segundo permaneció escondido,
a salto de mata,
en pequeños riachuelos,
en selvas y barrancas.
Pero lo encontraron.
Lo enfrentaron.
Lo eliminaron.
Tres tiros le dio la policía.
Murió defendiéndose, dijeron los oficiales.
* Estos poemas pertenecen al libro Generación perdida , publicado por la editorial Ediciones periféricas