¡Felices fiestas paganas! Las disfrazadas de buenaondeo y las no visibles. Muchas prefigurando un comienzo que es a la vez fin de algo. La idea de continuidad, y al mismo tiempo de rompimiento para lo nuevo, requiere de una confianza que prefiere no percatarse del ensimismamiento de la historia, de su naturaleza palimpséstica. Los cristianos tomando las fiestas saturninas para imponerle su lectura normalizadora, por ejemplo. Porque si el astro rey ha renacido una y otra vez en el solsticio invernal, tal cosa no ha sido interpretada siempre de la misma manera, pues los seres que le describen cambian de hábitos y creencias. Constantino impuso una nueva interpretación del Dies Natalis Solis Invicti (algo así como El Natalicio del Sol Invencible) para cristianizarlo con la promesa recurrente de un mesías quien, por cierto, se dice nació en realidad en primavera. Y acá, en estas tierras, ocurrió más o menos algo similar, pues a principios de diciembre los mexicas celebraban a Huitzilopochtli —deidad guerrera y solar—, en el Panquetzaliztli, cuya festividad fue sustituida por la romano-cristiana.
Y, a pesar de las inmensas diferencias entre imposición e imposición, hay algo que permanece antes y después de un supuesto límite temporal rebasado. Un fenómeno que, a contrapelo de la estrechez de miras de todo positivista, ocurre en su ideologización (incluida la de la ciencia), y por eso más allá de ella en su base estructural. Los años nuevos son celebrados de distintas maneras en diferentes culturas, pero para los romanos enero era dedicado a Jano, deidad de las transiciones y de las puertas, lo cual implica el reconocimiento de un proceso de transmutación. La imagen con la que era representado fusionaba dos rostros de perfil, cada uno mirando hacia las espaldas del otro. Eso, justamente, ocurre con nosotros cuando conmemoramos el fin en estos días, así como con quienes lo hacen en febrero, abril o mayo: una reincorporación paradójica que intenta volver a arreglar algo, o reconsiderar las anotaciones de redención escritas a principios de un año que ya se ha ido, o sencillamente limpiar los rincones de una habitación. Pero luego, como la cara contraria de aquel Jano superlativo, poco a poco, el ritmo retoma un cauce monótono, y la naturaleza manifiesta su causalidad acomodaticia, la pausa e, incluso, la autotraición. Y sí: el ser humano es eso también [el que levante la mano para intentar desdecirlo, es más humano que todos].
De ahí, mi conejo en la chistera: Chalino Sánchez, aquel cantante mítico del regional mexicano, quien dice en su canto “Nieves de enero”:
Al principio dijiste / Que ya que vinieran / Las nieves de enero / Ir a ver a la virgen / Y luego casarnos / Sería lo primero […] Ya se fueron las flores / Y llegó el invierno / Y tú ni me miras / Es por eso te digo / Se llegó el momento / De hablar sin mentiras.
Gran recomendación para un mundo venidero que se llena, cada vez más, de verdades a medias. Recordémoslo de otro modo entonces, desde una veracidad concebida por el Tao Te King que puede servir ahora como recomendación para este año bebé, que ya nos rodea con su manto de sinsentido:
Las palabras que dicen la verdad no son hermosas,
las palabras hermosas no dicen la verdad.
El hombre bueno no se enorgullece,
el que se enorgullece no es un hombre bueno.
El sabio no es culto,
el culto no es sabio.
1.- De los reyes del éxito guerrero y sus abandonados: 6 de enero, Día Mundial de los Huérfanos de la Guerra
Nunca hay que decirle del todo adiós a la infancia. Porque imaginamos mejor los horrores cuando recordamos nuestro propio miedo experimentado en ese periodo de vida. Es un conducto para la conexión humana: aquello que llamamos candor, en realidad es una cierta transparencia del significado. Pero ¿cómo salvar al inocente cuando la memoria adulta ha opacado tantas cosas?, ¿cómo arriesgar lo que buen trabajo ha costado levantar? Ahí la complicidad con lo peor. Por eso la función de un recordatorio como este es complicada. Luego de la ocupación nazi en Varsovia, en la que se capturó a cientos de niños para llevarlos a los campos de concentración, y en la que incluso surgieron batallones juveniles —como el de los zawisza, compuesto por adolescentes de 15 a 17 años—, la ciudad tuvo que deponer las armas. Como resultado, 250.000 polacos perdieron la vida, dejando huérfanos a una gran cantidad de niños y jóvenes. Por eso se eligió el mismo día de la llegada de los Reyes Magos para mirar con atención la orfandad producida por las guerras y, de paso, la soledad en el mundo: toda crisis supone el cambio de una concepción antecedente que ha rebasado sus límites, pero su lógica suele ser parcial sobre lo que implica la violencia de lo nuevo. ¿Qué pasa cuando un ser ha perdido su referente, pero es incapaz de adaptarse a aquello que ha sido impuesto? Conflictos como los de Myanmar, Burkina Faso, Nigeria, Somalia, Sudán, Yemen, Rusia y Ucrania, Siria o Palestina deben producir mucha de esa clausura de los significantes. ¿Imaginamos una invasión norteamericana en nuestro país, por muy improbable que sea? El horror. Una conmemoración de este tipo evoca entonces el vacío, y la locura posterior de los críos, quienes deben encontrar sentido más allá de las entidades familiares para abrirse camino en los territorios de una infancia que ha debido convertirse en fiera para poder sobrevivir. Por eso pensé en los niños divinizados de los que Marcel Schwob habla, basándose en una historia real trasladada al mito: “La cruzada de los niños”:
Y el niño me miró sin decir nada. Lo acompañé fuera de lo negro de esta selva. Caminaba sin temblar. Vi desaparecer a lo lejos sus cabellos rojos en el sol. Domine infantium, libera me! ¡Que el sonido de mi matraca de madera llegue hasta ti, como el puro sonido de las campanas! ¡Maestro de los que no saben, libértame!
2.- Salinger en los bosques buscando a su niño
Con la infancia seguimos: acá la liga. Luego de la celebridad ganada con una novela que ponía la interpretación del mundo en entredicho, J. D. Salinger se refugiaría en los bosques de New Hampshire. Una desaparición descifrable, si a la par imaginamos el final de la ficción que lo hizo reconocido en todos lados e inusitadamente célebre: The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno) relata la historia de Holden Caulfield, un chico que comienza a abrir los ojos ante la alineación de la realidad en los adultos que son sus tutores, a partir de la cual la adaptación a su mundo se vuelve cada vez más siniestra.
La vocación escritural del autor, nacido en Nueva York el 1 de enero de 1919, se vería reforzada luego de su participación en la Segunda Guerra Mundial como parte del ejército estadounidense en el Cuerpo de Contrainsurgencia y en la División de Inteligencia. No es difícil imaginar las cosas que uno podría ver ahí. Luego de diversas batallas, como la brutal toma de Normandía, Salinger fue testigo de la liberación del campo de concentración de Kaufering IV, un subcampo de Dachau. A su regreso, nuestro autor pasó una temporada en un hospital militar, recuperándose de los daños y traumas que semejantes acontecimientos pudieron causarle en el ánimo. En realidad, si bien el personaje central de su famosa novela es un adolescente a punto de incorporarse a la vida adulta, una segunda lectura puede trascender tal literalidad: Caulfield es el ser consciente del horror del totalitarismo en todas sus formas fraudulentas. Caulfield es el mismo Salinger. Abandonado a su suerte, ante el desánimo de una caída imposible de parar, decide una sola cosa que habrá que descubrir en la lectura del texto… ¿Retirarse a los bosques? ¿Será un buen propósito de año nuevo? Salinger no pudo hacerlo del todo, a pesar de un misterioso aislamiento que se volvió mítico. A pesar de no conceder entrevistas ni dejarse ver fácilmente en público, de vez en cuando respondía cartas de lectores o editores. Y, lo paradójico es que, a pesar del aislamiento físico, no se puede salir del pensamiento de los otros: Margaret, su hija, publicó un libro biográfico sobre él en el año 2000 (El guardián de los sueños) en el que relata la vida junto a su padre: de carácter hosco, le acusaba de frialdad y de obligarles a practicar rigurosas dietas y adoptar costumbres místicas vinculadas con el hinduismo, inicialmente, y luego con el misticismo cristiano e incluso con la cienciología. Mmmh… Yo no sé, porque como dice César Vallejo en “Los heraldos negros”: “Hay golpes en la vida, tan fuertes…”, que nos harán pensar en cómo muchas de las decisiones que asumimos como “adultas” en realidad son tomadas gracias a impactos producidos en edades tempranas. Y tal cosa puede volverse una cadena cíclica en la que, sin una regulación colectiva suficiente, se compromete el futuro entero de nuevos herederos.
3.- Mariachis del mundo… uníos
Las joyas de la tragicomedia mexicana se encuentran ahí, todas juntas. Festejarlo es celebrar el mito de nuestra inconstancia, la fugacidad de los saberes atropellados por una visión aciaga. Pero tal ecuación no reproduce necesariamente lo que niega, sino que le afirma en su cursilería ronca y bragada. El mariachi reviste una potencia dicharachera que describe, sin embargo, la mezcla en tierras ignotas. Su belleza radica en la cotidianidad de los problemas que enuncia y, entonces, en la fragilidad de la existencia que es puesta en entredicho cuando uno solo de los equilibrios falla. ¿Por qué el 21 de enero? Porque la UNESCO lo declaró patrimonio inmaterial de la humanidad el día del nacimiento de en Gaspar Vargas, fundador del Mariachi Vargas de Tecalitlán. Como toda operación normalizadora, se trata de un hito que lo estabiliza en 1890, cuando la agrupación fija su conformación y establece sus códigos. pero sus orígenes son mucho más antiguos. Algunos, en lugar de situarlo en el arribo de los españoles a América quienes trasladaron instrumentos como la guitarra o el violín, aseguran que su origen se encuentra en la música ritual de pueblos como el wixárica, el yaúhke o el p’urhépecha. Su voz, sin embargo, está emparentada con la palabra francesa mariage, que significa matrimonio, pues normalmente a principios del siglo XX eran contratados para cantar en bodas. Por eso a mí me tenía sin cuidado toda esa cultura de sombrero y pistola de salva cromada. Hasta que una vez, en plena Facultad, a alguien se le ocurrió llevar un mariachi para celebrar —ridículamente, sí— su propia graduación. Y, debido a que estaban también regalando tequila, me acerqué. Pero más allá de una marrullería para sacar algo de provecho alcohólico, encontré lo que la cultura hace con nuestra sensibilidad: la sitúa. Porque la piel comenzó a reaccionar, y una sensación de hormigueo se apoderó de mí. Pensé que se trataba de algo parecido a lo que seguramente les ocurrirá a los que van a una batalla, acompañados por tambores o trompetas mientras se acercan al combate. Así me aproximé a la bola de gente, que se hacía cada vez más grande conforme curiosos como yo se invitaban solos, y me puse a cantar con ellos. Y de buenas a primeras los ojos comenzaron a llenárseme de lágrimas, a la vez que sonreía y me abrazaba emocionado con los demás, sintiendo, a pesar de todo, que ese era mi lugar.
4.- Día del Holocausto
Supongo que lo sabemos al momento de repudiar la guerra o el asesinato, aunque quizá tenga sentido repasarlo ahora: aquello que ha sido cortado de tajo, difícilmente comprende las razones por las cuales ha tenido lugar su tragedia. Podemos ideologizar lo que sea, pero en el final, antes de que el último aliento se disipe, seguramente nos sentiremos ofendidos por una realidad que no alcanzamos a comprender, por más historia o física cuántica que sepamos. Toda memoria superada, todo aquello aprendido para resistir, no basta ante la contundencia de una muerte prematura. Incluso el condenado por los peores crímenes es capaz de percibir la inocencia ante el deseo de los otros por hacer que abandone este mundo. Acaso también algún suicida al darse cuenta, en el último segundo, de su decisión. ¿Por qué tenía que terminar así? No hay, pues, nada comparable con el azoro de la víctima. Por eso ya lo hemos dicho acá varias veces: condenar los actos enérgicamente no sirve de mucho. Sin embargo, aquello puede mantenernos alerta sobre las condiciones de injusticia en esa primera dimensión, incluso las de su normalización mediante técnicas para la instauración de una supuesta memoria. Porque basta pensarlo dos segundos: el Holocausto está aquí, con nosotros, entre nosotros, si no somos capaces de comprender las razones íntimas de todo condenado. Porque muchas veces son las víctimas cegadas por su propio dolor, quienes lo perpetúan. Vamos a ver: en 1945 las tropas soviéticas liberaron el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, en el cual podía leerse en la puerta la frase “Arbeit macht frei” (“El trabajo libera”) que era colocada en la entrada de otros tantos lugares como ése, y cuya interpretación es ambigua. Se dice que además de referirse al tipo de labor a la que los capturados eran sometidos dentro de sus muros, se empleaba subrepticiamente para infundir en las tropas nazis la consigna del exterminio como un “trabajo”. Y tal cosa no parece ser una anécdota aplicable solo al pensamiento ultra fascista. Porque si ese trabajo mantiene como máxima ideas sobre el desarrollo y la supuesta erradicación de creencias “equivocadas” que hay que desconocer, ya tenemos los componentes para algo que podría zafarse de las manos con facilidad. Tanto en esos discursillos de superación que van desde un esfuerzo individual que somete a los otros para volverse exitoso y buen emprendedor, hasta los nacionalismos a ultranza que intentan sostener la idea de una patria supuestamente libre, hayalgo así como un funesto miligramo —aludiendo a ese cuento de Arreola llamado “El prodigioso miligramo”, solo que a la inversa— que contiene totalitarismo y tendencias hacia una sociopatía que, madurada en condiciones de extremismo narcisista, sería capaz de crear holocaustos aquí, allá, en todos lados. ¿Remeber Palestina?
5.- Si eso es la educación, prefiero irme a otro lado
La educación, ese lugar común que parece darle sentido a todo. Se dice que cualquier problema en turno tiene su solución en las mentes formadas de quienes serían sus herederos responsables. Demasiado optimismo: educación es ideología, aquellas ideas que una red de nodos construida por la historia hace aparecer como “lo único”. Pero cualquier mente que se haga un par de preguntas adecuadas podrá darse cuenta de que el mundo es múltiple y de que todo problema depende también de una mirada que lo imagine resoluble o irresoluble. Educación, entonces, no es saber manejar la máquina de la producción, ni aprender a interpretar el mundo según una serie de preceptos que es necesario estabilizar, sino sobre todo interrogación y negación de una buena cantidad de afirmaciones aparentemente creíbles. También ser capaces de sostener muchas interpelaciones, incluso desde el mal comportamiento. No estoy seguro entonces del tipo de educación a la que se refieren en el Día Internacional de la Educación celebrado el 24 de enero. La Asamblea General de las Naciones Unidas utiliza para justificarlo nociones como las de “paz” o “desarrollo”. ¿Desarrollo, según cuáles prioridades, qué iluminaciones? Porque los perros de la paz son justo quienes fabrican la maquinaria que provoca, o incluso es usada en las guerras, negando el derecho que los pueblos tienen para defenderse y hacer uso de su territorio. Educación, pues, de planificadores que se imaginan superiores desde la administración de unas cuantas verdades a medias, empleadas para la continuidad de formas de vida mediocres, incapaces de poner en juego la percepción que tienen de la existencia. Y acá debo arriesgarme a ser mal interpretado, pero he de decir que he encontrado en distintas entidades educativas, desde las más básicas hasta las de posgraduados en las que he trabajado o participado, tanto a espíritus espléndidos y deseosos de pensar en conjunto, como a los peores necios imaginados jamás, quienes se dedican tan solo a administrar las fuerzas que ahí les han colocado para mantenerse en sus puestos, con sus sueldos medios o medio buenos, para hacer creer que con ello la función de espacios para la reflexión e investigación se mantiene solamente desde el estatus, neutralmente, sin altibajos de más. Y sí, entonces, irse a otros lados, pensar de verdad.